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MONSTRUOS
Tengo monstruos
debajo de la cama.
No voy a deciros
que tienen los ojos rojos.
Solo están allí,
y sé que nunca
se irán.
Javier Rodríguez Fernández: Así, Huerga y Fierro editores, Madrid, 2021, p. 17
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MONSTRUOS
Tengo monstruos
debajo de la cama.
No voy a deciros
que tienen los ojos rojos.
Solo están allí,
y sé que nunca
se irán.
Javier Rodríguez Fernández: Así, Huerga y Fierro editores, Madrid, 2021, p. 17
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EJEMPLO
Primero, descompongo la figura.
Segundo, petrifico sus elementos en el aire.
Tercero, nombro esos elementos
que al palparlos se esfuman.
Pero nunca serán suficientes
estas palabras que no sangran,
este poema que no sangra,
esta mano que al cortarla con un hacha
se queda saltando como un pez
en el fregadero.
Tan vacías son las figuras que me rodean.
Tan alucinante el concepto.
Frank Báez: Jarrón y otros poemas, Cielonaranja Ediciones, 2013, p. 18
Shirin Neshat: Untitled from Rapture (1999)
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Pintaba un día, el negro había invadido la tela por completo, sin formas, sin contrastes, sin transparencias.
En ese extremo vi de alguna manera la negación del negro.
Las diferencias de textura reflejaban la luz con más o menos debilidad, y de la sombra emanaba una claridad, una luz pictórica, cuyo poder emocional particular animaba mi deseo de pintar. Mi instrumento ya no era el negro, sino esa luz secreta procedente del negro.
Pierre Soulages, citado en Delphine De Vigan: Nada se opone a la noche, Anagrama, Barcelona, Trad. de Juan Carlos Durán, 2013, p. 9
Eva Hesse fotografiada por Herman Landshoff en 1968
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Noelia Pena, 2019
Gego (Gertrud Goldschmit): Sin título (1968, tinta sobre papel)
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Bella es la tierra
bellas son las nubes
bello es el día
y muy intenso es el amanecer
así cantaba un hombre mirando hacia abajo, a la ciudad,
donde humeaba una batería de cien chimeneas.
Y el pan en la mesa era un secreto,
al verlo palpitaba la frente
el hombre levantó alto el brazo
y entre risas bailaba alrededor en camiseta.
El sabor del pan recuerda la luz del sol
al comerlo, el pan puede proyectar rayos
al ir al trabajo el hombre sintió el amor
y habló de él a las piedras de la calle.
Amo la materia que sólo es un espejo que gira.
Amo el movimiento de mi sangre, única razón del mundo.
Creo en la destructibilidad de todo lo que existe.
Para no perderme, tengo en la mano un lívido mapa de venas.
Czeslaw Milosz: De Poema sobre el tiempo congelado (1933) y Poemas dispersos (1930-1936), en Tierra inalcanzable, Galaxia Gutemberg, Barcelona, 2011, Trad. de Xavier Farré, p. 45
Helena Almeida: Saída Negra (1995)
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En primer lugar, el artista ha de intentar transformar la situación reconociendo su deber frente al arte y frente a sí mismo, y considerarse no como señor de la situación sino como servidor de designios más altos cuyos deberes son precisos, grandes y sagrados. El artista se debe «educar» y ahondar en su propia alma, cuidarla y desarrollarla para que su talento externo tenga algo que vestir y no sea como el guante perdido de una mano desconocida, un simulacro de mano, sin sentido y vacía.
El artista debe tener algo que decir porque su deber no es dominar la forma sino adecuarla a un contenido.(6)
El artista no es un privilegiado de la vida, no tiene derecho a vivir sin deberes, está obligado a un trabajo pesado que a veces se convierte en su cruz. Ha de saber que cualquiera de sus actos, sentimientos y pensamientos constituyen el frágil, intocable, pero fuerte material de sus obras, y que, por lo tanto, no es libre en la vida sino solo en el arte.
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Vasili Kandinsky: De lo espiritual en el arte, Paidós, Barcelona, 2017, pp. 103-104
Marcel Broodthaers: Véritablement (1968)
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El meollo de lo que escribo es un único asombro. Es asombroso que dentro de todas las agrupaciones humanas exista desde siempre un deseo de huir que ningún grupo acepta. Este misterio ha enardecido mis días desde la más tierna infancia. En el seno mismo del movimiento de asociación de los seres, de la focalización de hogares, del culto a los muertos, de la arquitectura cuadrangular de las puertas y los templos, de la fetichización del sitio, del diálogo de todos con todos en la lengua hablada en común, hay una brecha.
Una válvula.
Un hueco.
Una fisura que recuerda la fossa misma donde el nacimiento interpela los rostros.
Igualmente la muerte, entre los hombres, crea un agujero imaginario, lo mismo que en la psique de los sobrevivientes, el cual se proyecta en el espacio: agujero de la tumba donde se entierra al muerto. Intervalo en el espacio cuadrangular como una tumba, bajo la forma de la pared pintada de blanco (album, calcita), donde se le representa con la forma de cuadro. La palabra francesa page dice tanto el país como el ma, el lugar de intervalo donde se coloca la letra, donde el espíritu del lugar (el kami) se posa en la montaña, excava su claro en el monte alto. Es así como la página de los libros (pagus vacía, ese extraño país, blanco en sí mismo, que se entrega a la psique enlutada) es heredera de esa brecha imaginaria que trato de evocar.
En este espacio se respira, por fin.
Se cierra la boca. Se escribe. Se está solo. Se es uno mismo. Se respira.
Se me metió en la cabeza fundar este retiro -esta retracción que los míos me reprochaban desde que era niño- con el fin de hallar el medio de continuar viviendo allí.
Emily Brontë: «Exijo que nadie interfiera en mi deseo de mantenerme apartada. Ocuparse de los pobres, llevar el té a los pastores que están de visita: he aquí lo que se halla por encima de mis fuerzas.»
Al final de la Ethica, Spinoza sueña con una comunidad de raros, de difíciles, de secretos, de ateos, de despiertos, de luminosos, de luminiscientes, de Aufklärer. Fundar un club antidemocrático cerrado a los sacerdotes, los magistrados, los filósofos, los políticos, los editorialistas, los profesores, los galeristas. Quizás hace falta retornar a una difusión más solitaria y más clandestina de la obra de arte. Horror pleni, error pleni. Haría falta afinar un medio para mostrar las obras como antaño la música sabia, apartada de la Corte. Como antaño Sainte Colombe. Como antaño Esprit, La Rochefoucauld, madame de Sablé, los retratos, las máximas, los fragmentos, las novelas: apartados de Versailles y apartados de derecho. Reservar un bolsillo para la rareza cuando se ha vuelto extrema, una cavidad en el corazón de la soledad, una grieta de la no reproductibilidad. Como Jacqueline Pascal al final de la noche que va del 3 al 4 de enero de 1652, en París. Está sola. Es completamente joven y está completamente sola y deja dormir a aquellos que prefieren dormir. Está sola y no besa a nadie por temor a que lloren. No se tocan. Como Miguel Ángel un día, una mañana de enero de 1484, al alba, en la destrucción encantada de una estatua hecha de nieve, que se deshace a medida que el sol se alza y su resplandor la ilumina. No se mueve. Contempla ese derrumbamiento del cual no quedará, a sus pies, más que un agua mezclada con lodo. Reanudar la irreproductibilidad sagrada. Lo singular. La única vez. Poder cerrar la puerta de la galería a aquellos a quienes no se desea ver, poder rechazar la cesión de derecho a la comunidad internacional que coloniza o aterroriza, poder rechazar la venta a los analfabetos, discriminar a los imbéciles, extraviar a los inoportunos, perder a los familiares. Arrancar la accesibilidad misma a la repetición. Desubordinar la producción artística al éxito del número más grande, a la recuperación nacional, a la censura de una comunidad de creyentes. Es esto lo que intentamos hacer Emmanuel Hocquard y yo en 1971, en Malakoff, alrededor de una imprenta tipográfica, en la amistad. Nueve era entonces un número apenas pensable de «ejemplares». Incluso dos manos enteras no bastaban para sostenerlos. Bebíamos más botellas de vino que reproducíamos los libros que componíamos.
Era de noche. Llegábamos por el callejón negro. Emmanuel empujaba la puerta del taller.
Una mujer muy bella, un perro terrible, los cuatro juntos éramos felices.
Se trata de traer el «Érase una vez» del origen.
La puerta es única y nuestro cuerpo está solo, en ella, entreabriéndola.
Es la puerta sexual a través de la cual nacemos solos.
Sófocles: pobres generaciones de mortales, no hay, entre cada una de ellas, más que una nada.
Ninguna ciudad puede ser erigida como una muralla contra la muerte.
Ningún ejército, por numerosos que sea, puede defenderte contra ella.
El diezmo que se paga es la muerte solitaria.
Es aún más solitaria que los nombres propios que distinguen unos de otros a los individuos.
La soledad es el último pase.
Pues los nombres propios que nos designan individualmente han sido retomados, uno a uno, de los labios de un muerto.
Y así cada cual entra solo por la puerta donde otro desapareció.
Entramos solos a la casa de los que fueron.
Ningún cortejo entra con el que ha muerto al mundo de los muertos, que no es un mundo
y el lamento fúnebre que lo llora ni siquiera es ya un ruido para sus orejas.
Aquel que partió antaño también estaba tan solo en el momento de abandonar la luz como aquel que ya se apresta a irse, asfixiándose mortalmente en el día que descubre.
Es necesario decir de la muerte: puerto terrible donde embarcamos solos
en lo que zozobra
hacia lo que zozobra.
Se lee solo, de soledad en soledad, con un otro que no está ahí.
Ese otro que no está ahí no responde y, sin embargo, responde.
No toma la palabra y, sin embargo, una particular voz silenciosa, tan singular, se eleva de entre las líneas que cubren las páginas de los libros, sin sonar.
Todos aquellos que leen están solos en el mundo con su único ejemplar. Forman la comunidad misteriosa de los lectores.
Una compañía de solitarios, como se dice de los jabalíes bajo la sombra tupida de los árboles.
Evoco el núcleo del sueño al fondo de la psique de cada uno.
El nucleus indomesticable.
Ma para siempre no sonoro, no luminoso, no público, infotografiable, infilmable, incomunicable, como alérgico en su secreto.
Aquí x, y, z no pueden entrar. Ningún grupo puede entrar. Ni siquiera la lengua puede entrar. Ninguna familia.
Aquí no hay depósito legal. Aquí no hay baptisterio, sales Te Deum. Aquí hay el placer loco de perder todo porvenir personal en una experiencia imprevisible. Nadie mira a nadie en esta sombra donde se goza.
Gozar es estar solo y es cerrar los ojos.
De niño, me negaba a comer en la mesa familiar.
Curiosamente se me permitiría usar otra.
Me metían solo en una habitación, en la oscuridad, cerraban la puerta, yo comía.
Huir de la mirada.
Terminar nuestros días bajo la mirada de nadie.
Morir como los gatos en un ángulo invisible que consiguen en el lugar donde mueren.
Pascal Quignard: Sobre la idea de una comunidad de solitarios, Pre-textos, Valencia, Trad. de Adalber Salas Hernández, 2017, pp.73-79
Kazimir Malevich: Bathers (1930)
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Nuestra existencia se halla en la encrucijada de múltiples realidades inconexas investidas de los valores más contradictorios. Usted, entre sus cuatro paredes, puede cultivar una felicidad doméstica de corte patriarcal o cultivar el libertinaje, o lo que sea: ahí fuera se hallan ustedes dentro del engranaje de un mundo funcional controlado por el utilitarismo, que tiene sus propias ideas sobre la existencia que usted lleva. Podrán ustedes ser supersticiosos y querer tocar madera, pero los informes sobre el estado de la investigación y el armamento son también reconfortantes con miras al mantenimiento de su seguridad y libertad. Pueden creer en la inmortalidad de su alma y presentar su propio diagnóstico intelectual, pero fuera se van a encontrar con otro resultado: allí deciden los test, las autoridades y el negocio; allí serán inscritos como enfermos o sanos, serán clasificados y evaluados. Ustedes pueden ver fantasmas o ver valores –al fin y al cabo, hay una buena cantidad de ambas cosas–, y podrán confiarse a todos ellos, con tal de que sepan arreglárselas para mantener en la práctica cada cosa higiénicamente separada. Aquí, la profundidad de los sentimientos y referencias cognitivas, conciencia y sueño; allá, la función utilitaria, la falta de sentido, la frase y la violencia afásica. No se piensen que esto es peligroso por un solo motivo: piensen que lo es por muchos.
Debido a tantas concesiones como hemos hecho, hemos llegado a permitir un estado de cosas que Hermann Broch denunció con una frase rabiosa. Si es válida, es que hemos ido demasiado lejos. «La moral es la moral, el negocio es el negocio y la guerra es la guerra y el arte es el arte.»
Si admitimos este «el arte es el arte», si aceptamos que este carcasmo lo represente todo, y si los escritores lo permiten y lo estimulan con la falta de seriedad y con la disolución consciente de la comunicación con la sociedad (una comunicación siempre en peligro y, por tanto, en constante recreación), si la sociedad rehúye la poesía cuando está habitada por un espíritu más serio e incómodo con ánimo transformador, entonces será hora de declarar la bancarrota.
La misión del arte no puede ser facilitar meramente el deleite artístico de algunas formas complejas para despertar la comprensión del arte (ese profiláctico contra el arte para conseguir que sea inofensivo). Entre estos malos auspicios no tendríamos nada que ver los unos con los otros. Ni el arte con las personas, ni las personas con el arte. Aquí se acabarían las preguntas.
Pero así y todo, las seguimos planteando. Y las plantearemos en el futuro de manera que vuelvan a ser de carácter obligatorio.
Ingeborg Bachmann: Preguntas y pseudopreguntas, en Literatura como Utopía, Pre-textos, Valencia, Trad. de Mónica Fernández Arismendi y Àngels Giménez Campos, 2012, pp.142-143
Andrew Wyeth: Apples on a branch (1942)
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Canto a las tazas aisladas.
O escribo sobre las tazas que han perdido su platillo: son un poco de caolín, un poco de cuarzo y de oro.
O escribo sobre los platillos que han perdido sus tazas con el borde azul de la manufactura de Sêvres.
Sobre los viejos músicos con gola y sombrero alto.
Sobre los viudos, sobre las viudas.
Sobre los huérfanos.
Sobre aquellos que nacieron en las ruinas y sobre su madre decididamente ausente.
Sobre las madres vivas y ausentes que no son más que escombros, vestigios, rastros, enigmas.
Sobre el hijo del enigma.
Born of His Mother’s Tears.
Paso de los palacios a las chozas de ramas,
corro a toda velocidad de los tabernáculos a las barracas,
de las grutas a las sepulturas, a las fosas, a los agujeros, a las tumbas.
Ya que todo es ruina, no solamente lo que no está asegurado,
todo lo que se alza cae,
y todo muere al contacto con lo que ha caído.
Qué expresión tan potente: caer enamorado.
Caer, abandonarse, dejarse caer, todo se deja caer.
Pascal Quignard: Sobre la idea de una comunidad de solitarios, Pre-textos, Valencia, Trad. de Adalber Salas Hernández, 2017, pp. 66-67
Ugo Mulas: Alexander Calder (1963)
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Tal vez una mañana yendo por un aire de vidrio,
árido, veré, volviéndome, cumplirse el milagro;
la nada a mis espaldas, el vacío detrás
de mí, con un terror de borracho.
Después, como en una pantalla aparecerán de golpe
árboles casas colinas para el engaño usual.
Pero será demasiado tarde; y me iré callado
entre los hombres que no se vuelven, con mi secreto.
*
Forse un mattino andando in un’aria di vetro,
arida, rivolgendomi, vedrò compirsi il miracolo:
il nulla alle mie spalle, il vuoto dietro
di me, con un terrore di ubriaco.
Poi come s’uno schermo, s’accamperanno di gitto
alberi case colli per l’inganno consueto.
Ma sarà troppo tardi; ed io me n’andrò zitto
tra gli uomini che non si voltano, col mio segreto.
Eugenio Montale: Huesos de sepia, Igitur poesía, Tarragona, Trad. de Carlo Frabetti, 2000, p.67
Max Ernst: The Sirens Sing when the Reason Sleeps (1966)
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Desde muy joven sé
que alguna vez
aunque sea tarde
escribiré
aunque aún me falte la lengua,
pero tengo miedo
de que ahora todavía sea
demasiado pronto.
Mari Luz Esteban: La muerte de mi madre mi hizo más libre, La oveja roja, Madrid, 2017, p.125
Susan Meiselas: Self Portrait (1971)
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Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido. Escribir también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido. Un escritor es algo que descansa, con frecuencia, escucha mucho. No habla mucho porque es imposible hablar a alguien de un libro que se ha escrito y sobre todo de un libro que se está escribiendo. Es imposible. Es lo contrario del cine, lo contrario del teatro y otros espectáculos. Es lo contrario de todas las lecturas. Es lo más difícil. Es lo peor. Porque un libro es lo desconocido, es la noche, es cerrado, eso es. El libro avanza, crece, avanza en las direcciones que creíamos haber explorado, avanza hacia su propio destino y el de su autor, anonadado por su publicación: su separación, la separación del libro soñado, como el último hijo, siempre el más amado.
Un libro abierto también es la noche.
Marguerite Duras: Escribir, Tusquets, Barcelona, Trad. de Ana María Moix, 2009, p.30
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Sin embargo, la tarea del escritor tampoco puede consistir en desmentir el dolor, borrar sus huellas y engañarnos a nosotros. Por el contrario, tiene que reconocerlo y devolverlo de nuevo a la realidad para que podamos ver, porque todos queremos ver la realidad. Ese dolor secreto nos vuelve sensibles a la experiencia, sobre todo a la de la verdad. Cuando llegamos a esa clara y dolorosa situación en la que el dolor resulta fructífero, decimos sencilla y justamente: se me han abierto los ojos. No lo decimos porque hayamos percibido externamente una cosa o un suceso, sino porque captamos aquello que, sin embargo, no podemos ver. Y esto es lo que debería lograr el arte: que abriésemos los ojos en ese sentido.
También reside en la naturaleza del escritor dirigirse con todo su ser hacia un tú, hacia el ser humano, al que quiere hacer llegar su experiencia del ser humano (o su experiencia de las cosas, del mundo y su tiempo; ¡sí de todo eso también!), pero especialmente del ser humano, sea él mismo o los otros y donde él mismo o los otros son lo más humano posible. Tanteados todos los terrenos, busca a tientas en esta época la forma del mundo y los rasgos de los seres humanos. ¿Cómo sienten y qué piensan y cómo actúan? ¿Cuáles son sus pasiones, sus atrofias, sus esperanzas…?
Ingeborg Bachmann: Se puede exigir al ser humano que afronte la verdad, en Literatura como utopía, Pre-textos, Valencia, Trad. de Mónica Fernández Arizmendi y Àngels Giménez Campos, 2005, pp.113-114