estar presente

Frances Hodgkins: Loveday and Ann: Two Women with a Basket of Flowers (1915)

Y, sin embargo, aquí me gustaría hablar de maternidad y escritura en Doris Lessing teniendo en cuenta sus diversas maternidades: una primera fallida, que implica la separación de sus dos primeros hijos (rehúso de hablar de abandono pues aquellas criaturas no fueron abandonadas, sino que se quedaron con su padre y la segunda esposa de este); y una segunda maternidad en torno a la que Doris Lessing construyó un orden vital en el que la escritura no solo tuvo cabida, sino que posiblemente se alimentó -material y espiritualmente- en una medida importante de aquella. Hay una tercera que comenzó en la década de los sesenta, cuando Lessing empezó a acoger a adolescentes, a menudo con problemas. La escritora Jenny Diski fue una de esas niñas acogidas y, aunque la semblanza que presenta de Lessing en sus memorias confirma, como dije, que fue una mujer difícil y no demasiado afectuosa, lo cierto es que en su casa encontró refugio y quién sabe si un ambiente intelectual y cultural decisivo en su vida adulta. Diski fue una mujer comprometida y una excelente escritora, capaz de componer libros estimulantes en géneros muy distintos. Gracias a Lessing, Diski pudo acceder a referencias culturales e intelectuales que de otro modo jamás hubieran estado a su alcance. Lo que no obtuvo de Doris, ciertamente, fue lo que la Jenny adolescente tanto necesitaba y siempre echó en falta: amor.

Con relación a su primera maternidad y en contraposición al retrato que suelen presentarnos de Doris Lessing como una escritora «mala madre», del que de inmediato se infiere que para poder ser lo primero tuvo que ser lo segundo, quisiera dibujar aquí una imagen más compleja de ella; una que tiene en cuenta que aquella primera maternidad de Lessing está mucho menos presente en su escritura que la segunda, que ejerció con su hijo Peter, junto con el que construyó una vida en común. Doris Lessing no ejerció de madre con sus dos primeros hijos, pero sí lo hizo del tercero. Explorar las distintas maternidades de Lessing y conectarlas con su escritura es lo que corresponde; no reducirla a un cliché y perpetuar el estigma. Disponemos de suficiente información y perspectiva como para no podernos permitir lo segundo, ni siquiera para introducir matices que intenten exculpar decisiones que no nos corresponde juzgar.

Si la separación de Lessing de sus dos primeros hijos no es fácil de comprender a pesar del paso del tiempo y de la perspectiva adquirida, menos aceptable todavía debió parecer en la época en la que tuvo lugar. En 1940 la cantante británica Vera Lynn -conocidísima estrella y activista comprometida durante la Segunda Guerra Mundial- popularizaba «Goodnight Childre, Everywhere», una canción que evocaba las evacuaciones de niños y niñas durante la guerra. La letra, que habla de separaciones y apegos (aunque estás lejos/ella [tu madre] está contigo día y noche) remitía a un tipo de maternidad -la única concebible- en el que la separación solo podía ser resultado de una fatalidad, como es el caso de la guerra.

Una madre que se separa de sus hijos era, y continúa siendo ahora, algo insólito, culposo y reprensible. Bajo el paraguas de esa tríada se cobijan las interpelaciones y acusaciones que Doris Lessing recibió a lo largo de toda su vida, y ante las que contestó siempre lo mismo: haber permanecido en Rodesia hubiera terminado con su vida. La decisión de dejar a sus dos primeros hijos en África con su primer marido le provocó, según contó ella misma en sus memorias, un sentimiento profundo de culpa. Pero como ella misma también cuenta, es tan común este sentimiento en la vida de la gente, que la particularización del de ella -y esta es una apreciación mía- tuvo sin duda más que ver con los prejuicios de los demás que con su propia valoración sobre el alcance «moral» y la huella personal de la decisión tomada. Lessing dejó atrás una vida cuando tomó la determinación de divorciarse por segunda vez y marcharse a Londres con el pequeño Peter. En esa vida había otros dos hijos. No es desde luego una cuestión menor, es una renuncia importante, pero no es la única que lleva a cabo y sobre todo no es el resultado de una acción sin contexto.

Doris Lessing huía de un tipo muy concreto de vida que la abocaba a la depresión y al desastre. No huyó de sus hijos; renunció a ellos, aunque en sus memorias sienta la obligación -inducida por el momento histórico en el que resuena el estribillo de la canción de Vera Lynn- de hablar de abandono, pues es por el abandono de John y Jean por lo que se le requerirá insistentemente una explicación el resto de su vida.

Aun hoy se entiende como algo entre inconcebible y misterioso que una madre se separe de sus hijos por voluntad propia, en lugar de tenerse por algo que sucede, sin más, en determinados contextos. Hay separaciones que, aunque dolorosas, dan a quienes las viven una oportunidad de llevar una vida buena; así como hay madres cuya presencia destruye cualquier opción de bienestar para sus hijos. Presuponer que la presencia de una madre es condición indispensable para la vida de sus hijos tiene muchos riesgos; el primero y más evidente tiene que ver con la pregunta ¿qué significa estar presente?

Noelia Adánez: Parentesco animal. Los feminismos incómodos de Doris Lessing y Kate Millet, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2023, 47-49