código fuente

Jean Cocteau: Dos cabezas geométricas (1959)

Las malas compañías acostumbran a llevarnos por buen camino. No siempre es así, pero sin atrevernos a andar con extraños, solo podremos seguir siendo los mismos. La filosofía tiene algo de esto: atreverse a ir con gente rara.

En las facultades de filosofía se hacen amigos raros, se leen autores raros y se empiezan vidas raras. Aprender a pensar es aprender a encontrar lo extraño de las palabras, de nuestros modos de decir y de estar en el mundo. Es extrañarse de lo que parece normal y desear ser un extraño entre extraños. Este deseo puede convertirse en una pose estética, ridícula y autorreferente. De esto también está lleno el mundo de la filosofía: de gente que no es rara sino que se hace la rara. La excentricidad es entonces un producto académico o cultural, una terapia o una estrategia de seducción. La extrañeza no se demuestra, se encuentra. No se escenifica, se comparte. Es un lenguaje secreto y discreto que solo puede ser hallado si bajamos la voz y empezamos a escuchar.

Se ha afirmado con frecuencia que la voz nunca es propia. Que «yo soy otro» y que muchas voces resuenan en la de cada uno. Para las culturas antiguas, esto tiene que ver con las vidas múltiples de las almas y sus relaciones con lo divino, con los muertos, con los animales… Para las sociedades modernas, esto significa que somos una expresión cultural que se acumula, consciente e inconscientemente, la experiencia colectiva que nos permite existir. Sin embargo, nos aferramos todavía, quizá por un afán de contradicción, a la ficción de la voz propia. En el caso de la autoría, esta ficción deviene un argumento de éxito y de poder. Mi voz es mía. Mi obra es solo mía. De tan ridículo es patético. Pero funciona. Y ahí seguimos.

La ficción de la voz propia se asienta sobre tres dimensiones: quién habla, a quién y con quién. Así, tenemos al autor (o emisor), a su público (o receptor) y a la comunidad en que esta relación tiene sentido (la academia, la esfera pública, el canon cultural, etcétera). Pero en esta tríada falta una pregunta: ¿a través de quién pensamos y hablamos? En este a través se abre otra geografía del pensamiento: la de las voces indirectas.

La voz indirecta es explícita cuando citamos, comentamos, glosamos o reproducimos palabras e ideas de otros. Esta práctica de préstamo se ha convertido, a través de los siglos, en la base de la actividad académica: citar para legitimar la propia voz. Citar bien y a quien corresponde es la condición para certificar la propia firma y pertenencia a una comunidad científica. En este sentido, se convierte en una convención autoritaria. Pero se trata de una práctica que viene de antiguo y que, precisamente, hace lo contrario: compartir las fuentes del propio discurso o narración. Tanto en Oriente como en Occidente, es habitual que los antiguos pensadores empezaran nombrando a quien les habían contado lo que iban a decir. Los griegos eran viajeros y su filosofía se hilvanó entre las diversas costas del mar Mediterráneo, sus conocimientos y sus historias. Del mismo modo, cualquier cuento oriental empieza con una narración que alguien ya ha contado alguna vez. Actualmente, desde las prácticas de la cultura libre, podríamos decir que citar o nombrar es abrir el código fuente del propio discurso para quienes deseen retomarlo o recombinarlo. Al mismo tiempo, es una expresión de agradecimiento hacia quienes nos han brindado esas palabras, nociones e ideas, a través de las cuales podemos seguir pensando y hablándonos.

La voz indirecta también puede ser implícita, incluso inconsciente. Son todas aquellas expresiones, modos de pensar y de hablar que impregnan nuestra manera de decir y de expresar. Si el cuerpo es vulnerable, la voz es permeable. Lo es la voz sonora, porque entonamos como hemos aprendido a cantar las palabras. Pero lo es, sobre todo, la voz de nuestro pensamiento: pensamos en los tonos que vamos adquiriendo e incorporando a lo largo de la vida. Decía Wittgenstein que los límites de mi lenguaje son los límites e mi mundo. Pero quizás es al revés: los límites de los mundos que compartimos, ingerimos y componemos desplazan y rehacen los límites de lo que podemos llegar a pensar y a decir. Así, pensar a través de otros es una práctica política que desacopla los mundos propios y desalambra las vidas privadas.

El mito de la autenticidad penaliza esta forma de convivencia entre presencias extrañas en la propia voz. Hay que reconducirla a lo identificable bajo dos estrategias fundamentales: o bien identificar lo irreductible de uno mismo o bien identificar al maestro o a la ideología que habla en ti y por ti. La primera alimenta la idea de la originalidad, de la verdad íntima o del yo como referencia última de cualquier ficción, idea o verdad. La segunda asegura las relaciones de filiación ideológica o cultural y organiza el sentido de lo que ocurre a partir de estas comunidades. El mito de la autenticidad tiene miedo de la cacofonía y de la ventriloquia del pensamiento. Percibe como confusión lo que es una forma de compañía. En vez de acogerlo, sospecha de lo extraño y lo expulsa. El mito de la autenticidad nace del miedo a comprender que lo más singular se desprende de lo menos propio.

Este libro es un encuentro de voces.

Marina Garcés: Malas compañías, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2022, pp.9-11

dispositivo de combate

Fotografía tomada por Man Ray (1929)

Gilles Deleuze.– Eso es una teoría: exactamente una caja de herramientas. No tiene nada que ver con un significante… Se precisa que valga, que funcione. Y no para sí misma. Si nadie puede utilizarla, empezando por el propio teórico que, entonces deja de ser un teórico, es que no vale nada o que no ha llegado su momento. No hay que volver a una teoría anterior, hay que hacer otra nueva, hay otras por hacer. Es curioso que haya sido un autor que pasa por ser un intelectual puro, Proust, quien lo haya dicho con tanta claridad: usad mi libro como unas gafas orientadas al exterior y, si no os ayudan, probad con otras, encontrad vosotros mismos vuestro dispositivo, que será necesariamente un dispositivo de combate. La teoría no se totaliza: se multiplica y multiplica. Es el poder el que produce por naturaleza totalizaciones y, como tú dices literalmente: la teoría está por naturaleza contra el poder. Cuando una teoría naufraga en tal o cual punto, pierde la oportunidad de tener la menor consecuencia práctica, a menos que explote necesariamente en un punto distinto. Por eso es tan estúpida e hipócrita la noción de reforma. O bien la elaboran personas que se pretenden representativas y hacen profesión de hablar por los demás, en nombre de ellos, y entonces es un dispositivo de poder, una distribución que se refleja en el recrudecimiento de la represión; o bien es una reforma reclamada, exigida por aquellos a quienes concierne, y entonces deja de ser una reforma para convertirse en una acción revolucionaria que, desde el fondo de su carácter parcial, está determinada a cuestionar la totalidad del poder y su jerarquía. Esto es claro en las cárceles: la más minúscula y modesta reivindicación de los presos basta para desinflar la reforma Pleven*. Si los niños pudieran llegar a hacer oír sus propuestas, o incluso sus preguntas, en una Guardería, ello bastaría para hacer estallar todo el sistema de enseñanza. En verdad, vivimos en un sistema que no puede soportar nada: de ahí su fragilidad radical en cada punto, al mismo tiempo que su potencia de represión global. A mi modo de ver, tú has sido el primero en enseñarnos algo fundamental, tanto en tus libros como en un dominio práctico: la indignidad que comporta hablar por los demás. Quiero decir: nos burlábamos de la representación, decíamos que había terminado, pero no extraíamos las consecuencias de esa conversión «teórica», es decir, que la teoría exigía que las personas afectadas hablasen finalmente, en la práctica, por su cuenta.

Michel Foucault.– Y cuando los presos se ponen a hablar tienen ellos mismos una teoría de la cárcel, de lo penal, de la justicia. Esta suerte de discurso contra el poder, este contra-discurso que mantienen los presos o los llamados delincuentes es lo que cuenta, y no una teoría de la delincuencia. (…)

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*Posteriormente al informe Schmelck sobre las revueltas de Toul, las reformas de Pleven iban dirigidas a mejorar las condiciones de los presos: cantinas, paseos, etcétera.

Gilles Deleuze: Los intelectuales y el poder en La isla desierta y otros textos. Textos y entrevistas (1953-1974), Pre-textos, Valencia, Trad. de José Luis Pardo, pp.269-270

un jardín

Irvin Penn: Retrato de Marlene Dietrich (1948)




Todos tenemos un jardín oculto,

un pequeño parterre transeúnte

que nadie aceptaría como tal

salvo los que lo cuidan y mantienen.





Todos tenemos una tierra propia,

una pequeña huerta clandestina

en la que crecen flores bien extrañas,

extrañas para aquellos que no saben,

que no pueden saber lo bien que huelen

o cómo se enderezan sus corolas

cuando las baña el sol de la nostalgia

o las riegan las lluvias del consuelo.





Todos tenemos un jardín secreto

sembrado de dedales, cartas, libros,

caleidoscopios, cuentos, viejas fotos,

playas, reclinatorios, parameras…

Nadie diría que esto es un jardín

salvo aquellos que viven para cultivarlo,

para cambiar de sitio los cuadernos

y darle cuerda a los relojes viejos.





Sin embargo, resulta muy difícil

procurar que el jardín no se marchite,

darle el riego preciso a cada planta,

saber las que requieren sol

y las que son de sombra,

no dejar que se nublen los retratos,

abrir los libros y orear sus páginas

para que los recuerdos no se sequen

como si fueran hojas de eucaliptus.





Es difícil el arte de la jardinería.





Francisca Aguirre: de Transparencias, en Ensayo General, Calambur, 2018, pp. 399-400

hacer trampa

László Moholy-Nagy: Untitled (1939)

UN TROZO DE PAPEL

Hoy fui a la doctora,
la doctora dijo que yo estaba muriendo,
no con esas palabras, pero cuando lo dije,
no lo negó.

Qué le has hecho a tu cuerpo, decía su silencio.
Te lo dimos y mira lo que le hiciste,
cómo abusaste de él.
No sólo hablo de los cigarrillos, dice,
sino también de la mala dieta, la bebida.

Es una mujer joven; la rígida bata blanca oculta su cuerpo.
Tiene el cabello recogido, los pequeños mechones femeninos
suprimidos por una cinta oscura. No está cómoda aquí,

tras su escritorio, con su diploma sobre la cabeza,
leyendo una lista de números en columnas,
algunos resaltados para llamar la atención.
Su columna también está recta, sin mostrar sentimientos.

Nadie me enseñó a cuidar de mi cuerpo.
Creces vigilado por tu madre o tu abuela.
Una vez que te liberas de ellas, tu esposa se apodera, pero está nerviosa,
no va demasiado lejos. Así que este cuerpo que tengo,
por el cual me culpa la doctora, siempre ha sido supervisado por mujeres
y, déjame decirte, dejaron mucho por fuera.
La doctora me mira;
en medio, una pila de libros y carpetas.
La clínica está vacía, salvo por nosotros.

Aquí hay un escotillón y, a través de él,
el país de los muertos. Y los vivos te empujan para que entres,
quieren que llegues primero, antes que ellos.

La doctora lo sabe. Ella tiene sus libros,
yo tengo mis cigarrillos. Finalmente
escribe algo en un trozo de papel.
Esto te ayudará con la presión arterial, dice.

Y lo guardo en el bolsillo, señal de partida.
Y una vez fuera, lo rompo, como un ticket al otro mundo.

Estaba loca por haber venido aquí,
un lugar donde no conoce a nadie.
Está sola; no tiene anillo de casada.
Vuelve sola a casa, a su hogar fuera del pueblo.
Y se toma su única copa de vino en el día,
su cena que no es una cena.

Y se quita la bata blanca:
entre esa bata y su cuerpo
sólo hay una delgada capa de algodón.
Y, en algún punto, eso también desaparece.

Para nacer, tu cuerpo hace un pacto con la muerte
y, desde ese momento, lo único que intenta es hacer trampa.
Te metes solo en la cama. Quizás duermes, quizás nunca despiertas.
Pero escuchas cada sonido por un buen rato.
Es una noche de verano como cualquier otra; la oscuridad nunca llega.

Louise Glück: Una vida de pueblo, Pre-Textos, Valencia, Trad. de Adalber Salas Hernández, 2020, pp. 85-89

la huella

Advertencia

También hay que luchar la falta de ortografía.

Noelia Pena (febrero-abril 2017)

Anni Albers: Knot 2 (1947)

Hopper: Robert Rauschenberg having his tongue stamped by Claes Oldenburg (1966)

Manal AlDowayan – The Choice III, (2009)

Rebecca Mason Adams: Gerogia #2 (acrylic on canvas, 2016)

inventar

Horst P. Horst - Hands, Hands..., New York, 1941Horst P. Horst: Hands, Hands… (New York, 1941)

Hay que inventar nuevas técnicas, imposibles de reconocer, que no se parezcan a ninguna de las ya existentes, para evitar la puerilidad del ridículo, y para construirse un mundo propio, sin confrontaciones posibles, para el que no existan juicios previos sino que deban ser nuevos como las técnicas.

Teorema (Pasolini, 1968)
1:05:00

límites

Harry Callahan- Telephone Wires, 1960sHarry Callahan: Telephone Wires (1960s)

En Alemania me seduce el ordenamiento (es decir, el simplificamiento) de la vida exterior lo que no existe ni exitió nunca en Rusia. Enrollaron la vida cotidiana y la metieron en un cuerno de carnero subordinándose plenamente a ella.

In der Beschränkung zeigt sich erst der Meister,
Und das Gesetz nur kann uns Freiheit geben. (1)

Ni un solo alemán vive en esta vida, pero su cuerpo obedece. ¡Ustedes toman la obediencia de los cuerpos alemanes por esclavitud de las almas germanas! ¡No hay alma más libre, más rebelde, más altiva! Son hermanos de los rusos, pero son más sabios (¿mayores?) que nosotros. La lucha ha sido íntegramente transportada de la plaza del mercado a las alturas del espíritu. Ellos, aquí, no tienen necesidad de nada. De ahí su sumisión. Ponerse un límite aquí para dominar sin límites allá. No tienen barricadas, pero tienen sistemas filosóficos que hacen estallar el mundo, y poemas, que lo recrean.
Hölderlin, el poeta loco, treinta años seguidos se ejercita en un clavecín mudo. Novalis, el vidente de espíritus, hasta el fin de sus días está tras la rejilla de un banco. Ni Hölderlin en su prisión, ni Novalis en la suya languidecen. No la ven. Son libres.
Alemania es yugo para los cuerpos y los campos Elíseos para las almas. Yo, debido a mi desmesura, necesito el yugo.
______

(1) «Sólo en el limitarse se revela el Maestro / Y la ley sólo nos puede dar la libertad.», Goethe, Soneto (1802)

Marina Tsvietáieva: de Alemania (fragmentos del diario de 1919), en Diarios de la Revolución de 1917, Acantilado, Barcelona, trad. de Selma Ancira, 2015, pp. 201-202

simplicidad

Paul Hill- Man Against Snow, 1974Paul Hill: Man Against Snow (1974)

Toda vida es el paso de la oscuridad a la luz, pero la oscuridad permanecerá siempre en ella. Por eso no podemos deshacernos de la desesperación. ¿Qué hay más allá de la desesperación? Yo lo sé. Una extraña alegría. Hay una extraña alegría en la simplicidad de una vida que lucha a muerte con la vida.

Santiago López Petit: Hijos de la noche, Edicions Bellaterra, Barcelona, 2014, p.156

ecuación

Lucio Fontana- Concetto spaziale (Concepto espacial) Acrílico sobre lienzo 1950Lucio Fontana: Concetto spaziale (1950)

10

Escoged un material cualquiera; sí, escoged un material cualquiera; no obstante, un material cualquiera determina la biología del poeta, la diagnostica; escoged un material cualquiera como quien escoge estrellas entre gusanos.

Pablo de Rokha: de Ecuación (Canto de la fórmula estética), en Antología, Visor, Madrid, 1992, pp. 109-110

indicios

Three Seascapes c.1827 Joseph Mallord William Turner 1775-1851 Accepted by the nation as part of the Turner Bequest 1856 http://www.tate.org.uk/art/work/N05491

Joseph Mallord William Turner: Three Seascapes (hacia 1827)

No defiendo ninguno de mis indicios terrestres, es decir: en la expresión «indicios terrestres», desisto de «terrestres» (la materialidad), pero de «indicios» (el sentido) — no.

No defiendo ninguno de mis indicios terrestres en particular, como tampoco ninguno de mis versos ni mis horas sueltas, — lo importante es el conjunto.
No defiendo siquiera el conjunto de mis indicios terrestres, defiendo solo su derecho a la existencia, y la veracidad — de la mía.

Marina Tsvietáieva: Diarios de la Revolución de 1917, Acantilado, Barcelona, Trad. de Selma Ancina, 2015, p. 180

comprender

Peter Hujar- Hudson River (1975)

Peter Hujar: Río Hudson (1975)

MURIÓ ESTA CIUDAD

Murió esta ciudad. Los tranvías azules
gimen en las curvas, la muchedumbre gris nerviosa no cabe
en las calles, de los neones surgen voces de colores, son voces
polvo y humo de los tubos de escape. Esta ciudad murió desde que comprendiste
lo fácil que resulta morir. Se equivocan aquellos que la ven
en los brillos, el estrépito, de acuerdo con el espíritu de las Escrituras y el Maestro
que se burla de que eso llegará en las patitas de un gato, se equivocan
en cuanto a la forma. No están preparados: están a media palabra, con una carta sin enviar, con una
mujer insuficientemente amada, con un oculto pecado que se hará mortal. Nadie está
preparado. Amar lo que está condenado. No existe otro amor.
Despedirse de cada uno como si fuera para siempre
significa ser bueno, perdonar. No hay que dejar nada para mañana
no hay que ahogar las palabras grandes e importantes, puede que no haya tiempo, que no haya
espacio. Ya no habrá
otro amor. Esta ciudad está
en todas partes.

Bronislaw Maj, en Poesía Polaca Contemporánea, de Czeslaw Milosz a Marcin Halas, Selección, traducción y edición de Fernando Presa González, Rialp, Madrid, 1994, pp 152-153.

Algunos poemas más

de verdad

Sandro Botticelli, Dante and Beatrice in the second planetary sphere of Paradise, 1481-1495Sandro Botticelli: Dante and Beatrice in the second planetary sphere of Paradise (1481-1495)

Pero aquellos

a quienes

una vez

de verdad amamos

para siempre

están en nosotros.

 

H. A. Murena: El demonio de la armonía (1964), citado por Alejandra Pizarnik en Silencios en movimiento: Revista Sur, Nº 294, Buenos Aires, mayo-junio de 1965

 

ahora

Paul Klee- Introducing the miracle (1916)Paul Klee: Vorführung des Wunders (1916)

Pavadas que se dicen: «Si tuviera fuerza suficiente, no permitiría esto o aquello.»
Es posible, si la fuerza te fuera dada ahora, milagrosamente. Pero si hubieras crecido envuelto en tu fuerza, esclavo de tu fuerza, estarías del lado de los que pegan.

Julio Cortázar: Diario de Andrés Fava, RBA, Barcelona, 2006, p. 352

el sueño

Raoul Hausmann- Jeux mécaniques, Limoges (1957)Raoul Hausmann: Jeux mécaniques, Limoges (1957)

No lograr orientarse en una ciudad aún no es gran cosa. Mas para perderse en una ciudad, al modo de aquel que se pierde en un bosque, hay que ejercitarse. Los nombres de las calles tienen que ir hablando al extraviado al igual que el crujido de las ramas secas, de la misma forma que las callejas del centro han de reflejarle las horas del día con tanta limpieza como un claro en el monte. Este arte lo he aprendido tarde, pero ha cumplido el sueño cuyas huellas primeras fueron los laberintos que se iban formando sobre las hojas de papel secante de mis viejos cuadernos. No, no fueron esas las primeras, pues antes que ellas hubo otro laberinto que sin duda los ha sobrevivido.

Walter Benjamin: Infancia en Berlín hacia mil novecientos, en Obras, Libro IV vol. 1, Abada editores, 2010, trad. de Jorge Navarro Pérez, p. 179

Jeu (mécanique)

Tête mécanique (Raoul Hausmann, 1919)