Kazimir Malevich: Bathers (1930)
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Nuestra existencia se halla en la encrucijada de múltiples realidades inconexas investidas de los valores más contradictorios. Usted, entre sus cuatro paredes, puede cultivar una felicidad doméstica de corte patriarcal o cultivar el libertinaje, o lo que sea: ahí fuera se hallan ustedes dentro del engranaje de un mundo funcional controlado por el utilitarismo, que tiene sus propias ideas sobre la existencia que usted lleva. Podrán ustedes ser supersticiosos y querer tocar madera, pero los informes sobre el estado de la investigación y el armamento son también reconfortantes con miras al mantenimiento de su seguridad y libertad. Pueden creer en la inmortalidad de su alma y presentar su propio diagnóstico intelectual, pero fuera se van a encontrar con otro resultado: allí deciden los test, las autoridades y el negocio; allí serán inscritos como enfermos o sanos, serán clasificados y evaluados. Ustedes pueden ver fantasmas o ver valores –al fin y al cabo, hay una buena cantidad de ambas cosas–, y podrán confiarse a todos ellos, con tal de que sepan arreglárselas para mantener en la práctica cada cosa higiénicamente separada. Aquí, la profundidad de los sentimientos y referencias cognitivas, conciencia y sueño; allá, la función utilitaria, la falta de sentido, la frase y la violencia afásica. No se piensen que esto es peligroso por un solo motivo: piensen que lo es por muchos.
Debido a tantas concesiones como hemos hecho, hemos llegado a permitir un estado de cosas que Hermann Broch denunció con una frase rabiosa. Si es válida, es que hemos ido demasiado lejos. «La moral es la moral, el negocio es el negocio y la guerra es la guerra y el arte es el arte.»
Si admitimos este «el arte es el arte», si aceptamos que este carcasmo lo represente todo, y si los escritores lo permiten y lo estimulan con la falta de seriedad y con la disolución consciente de la comunicación con la sociedad (una comunicación siempre en peligro y, por tanto, en constante recreación), si la sociedad rehúye la poesía cuando está habitada por un espíritu más serio e incómodo con ánimo transformador, entonces será hora de declarar la bancarrota.
La misión del arte no puede ser facilitar meramente el deleite artístico de algunas formas complejas para despertar la comprensión del arte (ese profiláctico contra el arte para conseguir que sea inofensivo). Entre estos malos auspicios no tendríamos nada que ver los unos con los otros. Ni el arte con las personas, ni las personas con el arte. Aquí se acabarían las preguntas.
Pero así y todo, las seguimos planteando. Y las plantearemos en el futuro de manera que vuelvan a ser de carácter obligatorio.
Ingeborg Bachmann: Preguntas y pseudopreguntas, en Literatura como Utopía, Pre-textos, Valencia, Trad. de Mónica Fernández Arismendi y Àngels Giménez Campos, 2012, pp.142-143