en la puerta

William Turner - Sun Setting over a Lake (1840)Joseph Mallord William Turner: Sun Setting over a Lake (1840)

La filosofía…
conquistará todos los misterios con la regla y la línea,
vaciará el aire de fantasmas y la mina de gnomos.
Destejerá un arco iris

Keats, Lamia (1820)

citado en Ángel Álvarez Gómez (1944-2005): El racionalismo del siglo XVII, Síntesis, Madrid, 2001, p. 13

*

Puntualidad

Casi siempre llegaba tarde. Pero a tu clase era siempre puntual. Una vez llegué cuando se había cerrado el muro de acero, la puerta de entrada en el castillo. Me atreví a abrirla. Me miraste severamente. Pero quizás sabías que algo no iba bien. Cómo ibas a saberlo. Imposible imaginar que había tenido que tranquilizarla varias veces en la noche, que no había fuego, que nada se quemaba, que quizás en algún momento sin levantarme le había gritado que se durmiera, sin saber a quién gritaba porque ella hacía tiempo que había comenzado a irse, dejando tras de sí unos ojos sin mirada en un pesado cuerpo. Me dejaste entrar, sí, aquella mañana. Ser la excepción. Dejarme entrar era ordenarme que me sentara y atendiese, que te demostrara por qué me permitías entrar. Eso intentaba siempre. Prestaba mucha atención a todo cuanto decías. Ahí estábamos, intentando encontrar el flaco. Había que desmenuzar a los autores a partir de sus textos. Te hice una primera pregunta precipitada. Me miraste y respondiste sin apenas pestañear. Era necesario calentamiento antes del ejercicio serio, que llegaría unos minutos más tarde. Te hice entonces una nueva pregunta. Tu expresión cambió ligeramente. Nadie lo apreció. La respuesta fue enseguida devuelta. En primer curso había aprendido a ver los elementos y la relación entre ellos, traducirlos por variables, identificar las premisas y la conclusión, saber cuándo los argumentos no eran válidos. Por ello Husserl quedaba en segundo plano –a mí no me importaba en absoluto-, lo que entraba en juego era la validez lógica, las reglas, la necesidad de reconocer la estructura del razonamiento. Las preguntas comenzaban ya por «entonces…» o «sin embargo…». Un poco más tarde pregunté algo que ni yo misma entendía todavía del todo. Me miraste fijamente. Recuerdo tu semblante. Perfectamente en la mañana de aquel jueves. En tu clase hablar no era considerado una impertinencia. Pero delante de ti las palabras pesaban enormemente. Se hacía difícil. Era porque necesitaba estar bien despierta por lo que dejaba de tener sueño a primera hora de la mañana al cruzar esa puerta.

Dejamos de vernos ese año cuando me trasladé a otra ciudad. Ya de vuelta, bastante después de haberse producido, me enteré. M. y yo estábamos lavando y secando las bandejas metálicas en las que se servía la comida. El compañero de M. había estudiado también contigo, aunque no éramos de la misma promoción. A mitad de una conversación apareció tu nombre. Disparo a bocajarro. Sonido metálico de la bandeja resbalando de mis manos y tropezando con otra bandeja en el fondo del fregadero. La noticia de tu muerte fue el estruendo de la caída de una bandeja grasienta en la que se servía comida barata. Entonces tuve que ordenar a mis lágrimas que no saliesen: «no salgáis lágrimas, que viene alguien y hay que atenderle. ¿Puedes seguir aquí un momento?» y me alejé rápido al otro extremo del local. «No salgáis.» M. no entendía nada y se sorprendió. En ese momento supe que ya nada me haría volver a un edificio en el que no iba a volver a encontrarte.

Cuando lo necesito abro el libro sobre el que está grabado tu nombre. Ahora dejas la puerta entreabierta y agradeces mi puntualidad. He dejado de llegar tarde. Me preguntas qué estoy haciendo. Te digo con timidez que sigo intentando aprender a hacer fuego. Asientes con la cabeza y nos despedimos en la puerta. Tenemos trabajo pendiente que nos espera.

Noelia Pena: El agua que falta, Caballo de Troya, Barcelona, 2014, pp. 54-56

sueño desorbitado

Rene MalteteFotografía: René Maltête

EL RESULTADO

Cuando me arrepienta
de mis crímenes
te enviaré un telegrama.
Vendrás vestido de blanco,
darás lechada a mi alma.

Lloraré sobre tu hombro
para constelar tu traje;
negros diamantes en tu pecho
y negro de humo en tus entrañas.

Enfundaremos el puñal
en un sueño desorbitado:
tomará la forma del cordero
que surge del tigre desatado.

Con las heridas haremos rimas
y con los gritos charadas;
la expiación será un pasatiempo
en la eternidad que me aguarda.

Después me sentaré a la mesa
para comer del pan sagrado;
yo lo partiré negro,
tú me lo darás blanco.

(1962)

Virgilio Piñera: en La isla en peso. Obra poética, Tusquets, Barcelona, 2000, pp. 117

a coro

Paul Klee- Paysage aux oiseaux jaunes (1923)
Paul KleePaysage aux oiseaux jaunes (1923)

«Al principio, los pájaros cantaban a coro», dijo Rhoda.  «Ahora la puerta de la cocina se abre. Se van volando. Se van volando como el puñado de semilla que lanza el sembrador. Pero hay uno, solo, que canta junto a la ventana del dormitorio.»

Woolf, Virginia: Las olas, Lumen, Barcelona, 2005, p. 11

charada

Leonora Carrington, Forbidden Fruit 1969
Leonora Carrington, Forbidden Fruit (1969)

El número pi

Digno de admiración el número pi
tres punto uno cuatro uno.
Todas sus demás cifras también son iniciales,
cinco nueve dos porque nunca se termina.
No se deja abarcar seis cinco tres cinco con la mirada,
ocho nueve con un cálculo,
siete nueve con la imaginación
o incluso tres dos tres ocho con una broma es decir una comparación
cuatro seis con nada
dos seis cuatro tres en el mundo.
La serpiente más larga de la tierra se interrumpe después de algunos metros.
Lo mismo pasa, aunque un poco después, con las serpientes de los cuentos.
El cortejo de cifras de que se forma pi
no se detiene en el borde de la página,
es capaz de continuar por la mesa, por el aire,
la pared, una hoja, un nido, las nubes, y así hasta el cielo,
y por toda esa expansión e insondabilidad celestiales.
¡Ay qué corta, ratonescamente corta es la trenza del cometa!
¡Qúe débil el rayo de la estrella, que en cualquier espacio se curva!
Y aquí dos tres quince trecientos diecinueve
mi número de teléfono tu talla de camisa
año mil novecientos setenta y tres sexto piso
el número de habitantes sesenta y cinco centavos
dos centímetros de cadera dos dedos código charada,
en la que a dónde irá veloz y fatigada
y se ruega mantener la calma
y también la tierra pasará, pasará el cielo,
pero no el número pi, eso ni hablar,
seguirá con un buen cinco,
con un ocho de primera,
con un siete no final,
apurando, ay, apurando a la holgazana eternidad
para que continúe.

Wislawa Szymborska: El número pi, en Poesía no completa, FCE, México, 2002, pp. 253-254 [traducción Gerardo Beltrán]

presentimiento

Yves Klein, Antropométrie sans titre (ANT 130), 1960

PRESENTIMIENTO

«Tengo un presentimiento. Me domina

un extraño, un negro presentimiento. Como si

la pérdida de alguien amado me esperara.»

«¿Está usted casado, doctor? ¿Tiene familia?»

«A nadie. Estoy solo, ni siquiera tengo

amigos. Dígame, señora, ¿cree usted en los presentimientos?»

«Sí, sí. Claro que creo.»

Anton Chéjov, Perpetuum Mobile.

(en Un sendero nuevo a la cascada, de Raymond Carver, Visor, Madrid, p. 139)

.

Otros Presentimientos, aquí.

Sonámbulo

Federico García Lorca, Verde que te quiero verde (1930)

Federico García Lorca

(Fuente Vaqueros, Granada, 5 de junio de 1898 – entre Víznar y Alfacar, ibídem, 19 de agosto de 1936)

ROMANCE SONÁMBULO

A Gloria Giner
y a Fernando de los Ríos

Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas le están mirando
y ella no puede mirarlas.

*

Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde…?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.

*

Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los montes de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
ese trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
dejadme subir, dejadme,
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.

*

Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal,
herían la madrugada.

*

Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está mi niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!

*

Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos,
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.

Federico García Lorca, Romancero Gitano

Romancero Gitano

Poeta en Nueva York

al mar

Tormenta

La última noche de nuestro arresto domiciliario
rugía el viento destrozándolo todo por las calles,
rompiendo las persianas, dispersando las tejas,
dejando tras sí un río de basura. Cuando el sol
se alzó sobre la cancela de mármol, vi que los guardias,
perezosos bajo el sol de la mañana, dejaban sus puestos
y caminaban trastabillando hacia las arboledas de las afueras.
«Cariño  —dije—, vayámonos, se han ido los guardias,
este lugar está destrozado». Pero era olvidadiza.
«Vete tú», dijo y se subió el embozo hasta cubrirse
los ojos. Corrí escaleras abajo y llamé
a mi caballo. «Al mar», susurré y nos fuimos
aprisa, qué rápido íbamos, mi caballo y yo,
cabalgando sobre los verdes campos, como si fuéramos a ser libres.

Mark Strand, Hombre y camello: Poemas, Visor, Madrid, 2006, p.45

*

Storm

In the last night of our house arrest
a howling wind tore through the streets,
ripping down shutters, scattering roof tiles,
leaving behind a river of refuse. When the sun
rose over the marble gate, I could see the guards,
sluggish in the morning heat, desert their posts
and stagger toward the woods just out of town.
“Darling,” I said, “let’s go, the guards have left,
the place is a ruin.” But she was oblivious.
“You go,” she said, and she pulled up the sheet
to cover her eyes. I ran downstairs and called
for my horse. “To the sea,” I whispered, and off
we went and how quick we were, my horse and I,
riding over the fresh green fields, as if to our freedom.
*
.

otro mar:

Les quatre cents coups (1959)

fotograma de Les quatre cents coups (1959) dirigida por François Truffaut

pájaros

Joan Miró - Mujer y pájaro ante el sol (1942)Joan Miró Mujer y pájaro ante el sol (1942)

El mercado de pájaros

 

No se engaña al aficionado a los pájaros. Ve y

entiende a su pájaro desde lejos -«No hay que confiar en

ese pájaro»- dirá un aficionado a los pájaros,

mirando dentro del pico de un chamariz, y contando las plumas

de su cola. «Canta, es cierto, pero ¿qué

indica? También yo canto en compañía. No, muchacho, canta

sin ninguna compañía; canta en soledad si

es que puedes… ¡Dame

el que está callado!»

Anton Chéjov, El mercado de pájaros

(en Un sendero nuevo a la cascada, de Raymond Carver, Visor, Madrid, p. 95)

.

Olivier Messiaen, L’abîme d’oiseaux, Quatuor pour la fin du temps (1941)

herdanza / inheritance

-Traducir paseniño, sen facer ruído, devagar tan só porque o quero amosar e compartir contigo, só por iso, porque me sinto na obriga-

Luis Seoane

(Buenos Aires, 1910- A Coruña, 1979)

 luisSeoane

Building Castles in Spain

In New York he died a failure, thirty three years of America*, Ramón Rodríguez Iglesias

who had worked all of these years in the port of the city,

in the harvest of apples in California

in the coalmines of Pennsylvania

in the wheat reaping in Minnesota

going from one State to another dreaming, sitting with his legs hanging out of the freight car doors of the railroads

just to have, it was his dream, a castle built up amongst the rocks covered by seaweed, goose barnacles, baskets of crabs,

around a deep sea of firm octopuses

on the Atlantic Galician coast.

He thought about a castle wrapped in ashen fog and high waves

and, without knowing about it, Ramón Rodríguez Iglesias had inherited it many years ago.

When he died, his unknown nephew, Dalmacio da Cruña,

received a few dollars from the uncle of America

and also a castle built up amongst the rocks, embroidered out of the ocean foams,

the same one of which his  uncle had dreamt

in the coalmines of Pennsylvania, in the port of New York, in the wheat fields of Minnesota, in the apple trees of California.

Bundle of an exiled (1952)

*TN.  In the beginning of the 20th Century in Galicia, large amount of the population emigrated to South America and North America. To talk about people who emigrated to America in Galician the expression «to make the Americas» is used.

Building Castles In Spain

En New York morreu fracasado, trinta e tres anos de América, Ramón Rodríguez Iglesias

que tiña traballado todos ises anos no porto da cibdade,

na colleita de mazás en California

nas minas de Pensilvanya

na sega do trigo en Minnesota

indo dun estado a outro soñando, asentado cas pernas afora, nas portas dos vagós de cárrega dos ferrocarrís

pra ter, era seu soño, un castelo ergueito sobor rochas cobertas de argazos, de percebes, de patelas, de nécoras,

sobor dunha mar fonda, de pulpos pretos,

na costa atlántica galega.

Un castelo cavilaba envolto en cincentas névoas e outas vagas

e que, sen sabelo, Ramón Rodríguez Iglesias tiña herdado facía moitos anos.

Cando morreu, ao seu sobriño desconocido, Dalmacio da Cruña,

quedáronlle do tío de América uns poucos dólares

e tamén o castelo ergueito sobor de rochas, broslado de escumas da mar,

que o tío americano tiña soñado

nas minas de Pensilvanya, no porto de New York, nos trigaes de Minnesota, nos pomareiros de California.

Fardel de eisilado, 1952


algúns debuxos e pinturas de Luis Seoane:

acó e acolá

devenires (iii)

escarabajo

Visto desde lo alto

En un sendero yace un escarabajo muerto.
Tres pares de patas cruzadas sobre el vientre con esmero.
En lugar del caos de la muerte, pulcritud y orden.
El horror de esta imagen resulta moderado,
su alcance es sólo local: de la grama a la menta.
La tristeza no se contagia.
El cielo es azul.
Para nuestra tranquilidad, los animales no mueren:
revientan de una muerte digamos menos honda,
perdiendo -queremos creer- menos sentir y menos mundo,
abandonando -creemos- un escenario menos trágico.
Sus mansas ánimas no nos espantan de noche,
respetan las distancias,
se mantienen a raya.

Y helo aquí: en un estado indeplorable,
el escarabajo muerto en el sendero resplandece bajo el sol.
El tiempo de una mirada basta para pensar en él:
no le ha ocurrido nada importante, parece.
Lo importante, dicen, es lo que nos atañe a nosotros.
La vida, pero sólo nuestra, o la muerte, pero también sólo nuestra,
una muerte que así goza de su obligada primacía.

W. Szymborska,  Paisaje con grano de arena (1997)

[Gracias, Ana, por tu respuesta]

puede leerse aquí

devenires (ii)

en los ojos del caracol para siempre abiertos los ojos de Raymond Carver

Caracol

fotografía: Adam Voorhes

Raymond Carver

(25 de mayo de 1939 — 2 de agosto de 1988)

PARA SIEMPRE

A la deriva en una nube de humo,

sigo la raya que en el suelo del jardín deja un caracol

hasta el muro de piedra.

Solamente al final me acuclillo, veo

lo que hay que hacer y, de repente,

me adhiero a la piedra húmeda

Empiezo a mirar lentamente alrededor

y a escuchar, utilizando para ello

mi cuerpo entero como el caracol

utiliza el suyo, relajado, pero alerta.

¡Atención! Esta noche es un hito

en mi vida. Después de esta noche,

¿cómo podré volver a mi

vida anterior? Mantengo los ojos fijos

en las estrellas, les hago señales

con mis antenas. Me sujeto bien

durante horas, descansando sin más.

Más tarde, la pena comienza

a gotear en mi corazón.

Recuerdo que mi padre está muerto,

y que me voy a ir pronto

de esta ciudad. Para siempre.

Adiós, hijo, dice mi padre.

Casi al amanecer, bajo

y vuelvo errabundo a casa.

Todavía están esperándome,

el espanto aletea en sus rostros

cuando se encuentran con mis nuevos ojos por primera vez.

Raymond Carver, Todos Nosotros, Bartleby Editores, Madrid, 2007, p.62-63

*

FOREVER

Drifting outside in a pall of smoke,
I follow a snail’s streaked path down
the garden to the garden’s stone wall.
Alone at last i squat on my heels, see

what needs to be done, and suddenly
affix myself to the damp stone.
I begin to look around me slowly
and listen, employing

my entire body as the snail
employs its body, relaxed, but alert.
Amazing! Tonight is a milestone
in my life. After tonight

how can I ever go back to that
other life? I keep my eyes
on the stars, wave to them
with my feelers. I hold on

for hours, just resting.
Still later, grief begins to settle
around my heart in tiny drops.
I remember my father is dead,

And I am going away from this
town soon. Forever.
Goodbye son, my father says.
Towards morning, I climb down

and wander back into the house.
They are still waiting,
fright slashed on their faces,
as they meet my new eyes for the first time.

snails world

reaparecerá

Henri Michaux

El pájaro que se pierde

Aquel está en el día en que aparece, en el día más blanco. Pájaro.

Aletea, se vuela. Aletea, se pierde.

Aletea, reaparece.

Se posa. Y después no está más. Con un batir de alas se ha perdido en el espacio blanco.

Así es mi pájaro familiar, el pájaro que acude a poblar el cielo de mi pequeño patio. ¿Poblar? Ya se advierte cómo…

Pero me quedo en el lugar, contemplándolo, fascinado por su aparición, fascinado por su desaparición.

Henry Michaux, La vida en los pliegues (1949)

en Antología poética 1927-1986 (trad. Silvio Mattoni),

Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, p.140.


*

L’oiseau qui s’efface

Celui-là, c’est dans le jour qu’il apparaît, dans le jour le plus blanc. Oiseau.

Il bat de l’aile, il s’envole. Il bat de l’aile, il s’efface.

Il bat de l’aile, il réapparaît.

Il se pose. Et puis il n’est plus. D’un battement il s’est effacé dans l’espace blanc.

Tel est mon oiseau familier, l’oiseau qui vient peupler le ciel de ma petite cour. Peupler ? On voit comment…

Mais je demeure sur place, contemplant, fasciné par son apparition, fasciné par sa disparition.



antología poética de Henri Michaux

otros pájaros

lo que no somos

Eugenio-Montale-

Eugenio Montale

 (Génova, 12 de octubre de 1896 – Milán, 12 de septiembre de 1981)

No nos pidas la palabra

No nos pidas la palabra que de par en par exhiba
nuestro ánimo informe y con letra de fuego
lo declare y resplandezca como una amarilla
flor perdida en un terreno polvoriento.

Ah, el hombre que camina sin recelo,
amigo de los otros y de sí mismo y no se cuida
de su sombra que en el punto extremo
del calor se imprime sobre un desconchado muro.

No nos pidas la fórmula que mundos pueda abrirte,
sí alguna sílaba torcida y seca como una rama.
Sólo esto podemos hoy decirte:
lo que no somos, lo que no queremos.

*

Non chiederci la parola che squadri da ogni lato
l’animo nostro informe, e a lettere di fuoco
lo dichiari e risplenda come un croco
perduto in mezzo a un polveroso prato.

Ah l’uomo che se ne va sicuro,
agli altri ed a se stesso amico,
e l’ombra sua non cura che la canicola
stampa sopra uno scalcinato muro!

Non domandarci la formula che mondi possa aprirti,
sì qualche storta sillaba e secca come un ramo.
Codesto solo oggi possiamo dirti,
ciò che non siamo, ciò che non vogliamo.

Eugenio Montale, Huesos de sepia (Ossi di seppia, 1925)

perpetua sangre quieta

Plaza de las Tres Culturas (Ciudad de México) escenario de la matanza del 2 de octubre de 1968

JAIME SABINES

(1926 – 1999)

TLATELOLCO, 68

1
Nadie sabe el número exacto de los muertos,
ni siquiera los asesinos,
ni siquiera el criminal,
(Ciertamente, ya llegó a la historia
este hombre pequeño por todas partes,
incapaz de todo menos del rencor.)

Tlatelolco será mencionado en los años que vienen
como hoy hablamos de Río Blanco y Cananea,
pero esto fue peor,
aquí han matado al pueblo:
no eran obreros parapetados en la huelga,
eran mujeres y niños, estudiantes,
jovencitos de quince años,
una muchacha que iba al cine,
una criatura en el vientre de su madre,
todos barridos, certeramente acribillados
por la metralla del Orden y la Justicia Social.

A los tres días, el ejército era la víctima de los
desalmados,
y el pueblo se aprestaba jubiloso
a celebrar las Olimpiadas, que darían gloria a México.

2
El crimen está allí,
Cubiertos de hojas de periódicos,
con televisores, con radios, con banderas olímpicas.
El aire denso, inmóvil,
el terror, la ignominia.
Alrededor las voces; el tránsito, la vida.
y el crimen está allí.

3
Habría que lavar no sólo el piso: la memoria.
Habría que quitarles los ojos a los que vimos,
asesinar también a los deudos,
que nadie llore, que no haya más testigos.
Pero la sangre echa raíces
y crece como un árbol en el tiempo.
La sangre en el cemento, en las paredes,
en una enredadera: nos salpica,
nos moja de vergüenza, de vergüenza, de vergüenza,

Las bocas de los muertos nos escupen
una perpetua sangre quieta.

4
Confiaremos en la mala memoria de la gente,
ordenaremos los restos,
perdonaremos a los sobrevivientes,
daremos libertad a los encarcelados,
seremos generosos, magnánimos y prudentes.
Nos han metido las ideas exóticas como una lavativa,
pero instauramos la paz,
consolidamos las instituciones;
los comerciantes están con nosotros,
los banqueros, los políticos auténticamente
(mexicanos,
los colegios particulares,
las personas respetables.
Hemos destruido la conjura,
aumentamos nuestro poder:
ya no nos caeremos de la cama
porque tendremos dulces sueños.

Tenemos Secretarios de Estado capaces
de transformar la mierda en esencias aromáticas,
diputados y senadores alquimistas,
líderes inefables, chulísimos,
un tropel de putos espirituales
enarbolando nuestra bandera gallardamente.

Aquí no ha pasado nada.
Comienza nuestro reino.

5
En las planchas de la Delegación están los cadáveres,
Semidesnudos, fríos, agujerados,
algunos con el rostro de un muerto.
Afuera, la gente se amontona, se impacienta,
espera no encontrar el suyo:
«Vaya usted a buscar a otra parte».

6
La juventud es el tema
dentro de la Revolución.
El Gobierno apadrina a los héroes.
El peso mexicano está firme
y el desarrollo del país es ascendente.
Siguen las tiras cómicas y los bandidos en la televisión.
Hemos demostrado al mundo que somos capaces,
respetuosos, hospitalarios, sensibles
(¡Qué Olimpiada maravillosa!),
y ahora vamos a seguir con el «Metro»
porque el progreso no puede detenerse.

Las mujeres, de rosa,
los hombres, de azul cielo,
desfilan los mexicanos en la unidad gloriosa
que construyen la patria de nuestros sueños.

Jaime Sabines, Maltiempo (1972)

algunos poemas más

fácil, imposible, difícil


René Magritte: Jeune fille mangeant un oiseau (Le Plaisir)

Retrato de mujer

Tiene que ser para elegir.
Cambiar para que no cambie nada.
Es fácil, imposible, difícil, vale la pena intentarlo.
Tiene ojos, si hace falta, a veces grises, otras azules,
negros, alegres, llenos de lágrimas sin motivo.
Se acuesta con él como la primera de la fila, la única en el mundo.
Le da cuatro hijos, no le da hijos, le da uno.
Ingenua, pero da buenos consejos.
Débil, pero puede con la carga.
No tiene nada en la cabeza, pero lo va a tener.
Lee a Jaspers y revistas femeninas.
No sabe para qué es ese tornillo y construye un puente.
Joven, como de costumbre joven, constantemente joven.
Tiene en la mano un gorrión con el ala rota,
su propio dinero para un viaje largo y lejano,
un cuchillo, una compresa y un vaso de vodka.
A dónde va con tanta prisa, ¿no estará cansada?
Claro que no, sólo un poco, mucho, no importa.
O lo ama o está encaprichada.
En las buenas, por las malas y por el amor de Dios.

Wislawa Szymborska: en Poesía no completa, FCE, México, 2002, p. 236 [traducción Gerardo Beltrán]