qué hacer

The belief effect

«En los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, mientras los aliados luchaban por liberar a Europa de la ocupación alemana, en los hospitales de campaña existía una gran demanda de morfina. Cuando las bajas eran particularmente elevadas, la demanda superaba a las existencias y había que realizar operaciones sin anestesia. Antes de una de esas operaciones, Henry Beecher, un anestesista estadounidense, se preparaba para intervenir a un soldado que tenía unas heridas terribles. Estaba preocupado: sin morfina, la operación no sólo resultaría extraordinariamente dolorosa, sino que podría inducir un shock cardiovascular de consecuencias fatídicas. Pero entonces ocurrió algo muy extraño, algo que iba a alterar profundamente la actitud de Beecher ante la medicina el resto de su vida. En medio de su desesperación, una de las enfermeras inyectó al paciente una inocua solución salina. Para sorpresa del anestesista, el paciente se tranquilizó de inmediato, igual que si le hubieran administrado morfina. Al parecer, el soldado no sólo sintió muy poco dolor durante la operación, sino que no tuvo ningún  problema cardiovascular. Daba la impresión de que el agua salada podía resultar tan eficaz como cualquier potente analgésico del arsenal médico. En los meses siguientes, cuando las existencias de morfina escaseaban, Henry Beecher repetía el truco. Y funcionaba. Después de la guerra, Beecher regresó a Estados Unidos convencido del poder de los placebos y reunió a un grupo de colegas que estudiaron el fenómeno en la Universidad de Harvard.» (1)

«La enorme complejidad de la imagen que empieza a formarse a raíz de la investigación científica de la respuesta placebo contrasta acusadamente con los mensajes simplistas de muchos integrantes del movimiento de la medicina alternativa. Éstos hablan a menudo del poder de la mente para curar el cuerpo como si la mente fuera capaz de de acabar con todos y cada uno de los males del cuerpo con independencia de ambigüedades y de las salvedades que exigen las irrefutables pruebas científicas. «¡Tú puedes curar tu vida!», proclama Louise Hay, la gurú de la Nueva Era, que afirma que ella se curó del cáncer simplemente modificando sus patrones de pensamiento.

Por supuesto, la idea de que la mente tiene un poder ilimitado para curar el cuerpo resulta muy tranquilizadora. Pero la tranquilidad y la verdad no siempre van de la mano. Y, en estos asuntos, la mejor guía para llegar a la verdad es una investigación escrupulosa y no los temerarios pronunciamientos de profetas y gurús. Por desgracia, los datos científicos no respaldan las afirmaciones de Louise Hay y de otros fervorosos fieles del poder de la mente. El ejemplo del cáncer viene muy a cuento. Cuando han crecido lo suficiente para que puedan ser detectados, la mayoría de los tumores están tan arraigados que las células que defienden de forma natural al organismo ya no pueden eliminarlos. Así que el hecho de que, como algunos inmunólogos han afirmado recientemente, esas células sean capaces de reaccionar a los impulsos psicológicos, no significa que la mente pueda curar un cáncer avanzado.

Pese a todo, el panorama no es tan lóbrego. Aunque las sonoras declaraciones de Louise Hay y otros sean falaces, no debemos desdeñar los últimos hallazgos científicos, menos espectaculares pero igualmente sorprendentes, en el terreno de la medicina de la mente y el cuerpo. Es posible que el poder de la mente para sanar el cuerpo no sea ilimitado, pero tampoco es despreciable. Como hemos visto,  en algunas dolencias y enfermedades, la mente puede ejercer un efecto directo sobre el sistema inmunitario, que es lo que sucede cuando un placebo da pie a que se forme una creencia que bloquea la respuesta de fase aguda (2). Además, en el caso de algunas enfermedades que, como el cáncer, no son susceptibles al efecto placebo, una actitud positiva puede servir para combatirlas indirectamente, porque gracias a ella es más probable que los pacientes tomen todas las medidas oportunas para intentar curarse. La mente lucha contra la enfermedad de muchas maneras, y la más importante de ellas sigue siendo la de impulsarnos a elegir bien qué hacer.»(3)

(1) Dylan Evans: Placebo, Barcelona, Alba, 2010, p.23
(2) La respuesta de fase aguda hace mención al proceso físico de inflamación y sus síntomas psicológicos.
(3) ibíd, p. 272-273

devenires (ii)

en los ojos del caracol para siempre abiertos los ojos de Raymond Carver

Caracol

fotografía: Adam Voorhes

Raymond Carver

(25 de mayo de 1939 — 2 de agosto de 1988)

PARA SIEMPRE

A la deriva en una nube de humo,

sigo la raya que en el suelo del jardín deja un caracol

hasta el muro de piedra.

Solamente al final me acuclillo, veo

lo que hay que hacer y, de repente,

me adhiero a la piedra húmeda

Empiezo a mirar lentamente alrededor

y a escuchar, utilizando para ello

mi cuerpo entero como el caracol

utiliza el suyo, relajado, pero alerta.

¡Atención! Esta noche es un hito

en mi vida. Después de esta noche,

¿cómo podré volver a mi

vida anterior? Mantengo los ojos fijos

en las estrellas, les hago señales

con mis antenas. Me sujeto bien

durante horas, descansando sin más.

Más tarde, la pena comienza

a gotear en mi corazón.

Recuerdo que mi padre está muerto,

y que me voy a ir pronto

de esta ciudad. Para siempre.

Adiós, hijo, dice mi padre.

Casi al amanecer, bajo

y vuelvo errabundo a casa.

Todavía están esperándome,

el espanto aletea en sus rostros

cuando se encuentran con mis nuevos ojos por primera vez.

Raymond Carver, Todos Nosotros, Bartleby Editores, Madrid, 2007, p.62-63

*

FOREVER

Drifting outside in a pall of smoke,
I follow a snail’s streaked path down
the garden to the garden’s stone wall.
Alone at last i squat on my heels, see

what needs to be done, and suddenly
affix myself to the damp stone.
I begin to look around me slowly
and listen, employing

my entire body as the snail
employs its body, relaxed, but alert.
Amazing! Tonight is a milestone
in my life. After tonight

how can I ever go back to that
other life? I keep my eyes
on the stars, wave to them
with my feelers. I hold on

for hours, just resting.
Still later, grief begins to settle
around my heart in tiny drops.
I remember my father is dead,

And I am going away from this
town soon. Forever.
Goodbye son, my father says.
Towards morning, I climb down

and wander back into the house.
They are still waiting,
fright slashed on their faces,
as they meet my new eyes for the first time.

snails world

devenires (i)

Axolotl_Fotografía: Stephen Dalton

 …

Julio Cortázar (1914-1984)

axolotl

Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.

El azar me llevó hasta ellos una mañana de primavera en que París abría su cola de pavo real después de la lenta invernada. Bajé por el bulevar de Port Royal, tomé St. Marcel y L’Hôpital, vi los verdes entre tanto gris y me acordé de los leones. Era amigo de los leones y las panteras, pero nunca había entrado en el húmedo y oscuro edificio de los acuarios. Dejé mi bicicleta contra las rejas y fui a ver los tulipanes. Los leones estaban feos y tristes y mi pantera dormía. Opté por los acuarios, soslayé peces vulgares hasta dar inesperadamente con los axolotl. Me quedé una hora mirándolos, y salí incapaz de otra cosa.

En la biblioteca Saint-Geneviève consulté un diccionario y supe que los axolotl son formas larvales, provistas de branquias, de una especie de batracios del género amblistoma. Que eran mexicanos lo sabía ya por ellos mismos, por sus pequeños rostros rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario. Leí que se han encontrado ejemplares en África capaces de vivir en tierra durante los períodos de sequía, y que continúan su vida en el agua al llegar la estación de las lluvias. Encontré su nombre español, ajolote, la mención de que son comestibles y que su aceite se usaba (se diría que no se usa más) como el de hígado de bacalao.

No quise consultar obras especializadas, pero volví al día siguiente al Jardin des Plantes. Empecé a ir todas las mañanas, a veces de mañana y de tarde. El guardián de los acuarios sonreía perplejo al recibir el billete. Me apoyaba en la barra de hierro que bordea los acuarios y me ponía a mirarlos. No hay nada de extraño en esto porque desde un primer momento comprendí que estábamos vinculados, que algo infinitamente perdido y distante seguía sin embargo uniéndonos. Me había bastado detenerme aquella primera mañana ante el cristal donde unas burbujas corrían en el agua. Los axolotl se amontonaban en el mezquino y angosto (sólo yo puedo saber cuán angosto y mezquino) piso de piedra y musgo del acuario. Había nueve ejemplares y la mayoría apoyaba la cabeza contra el cristal, mirando con sus ojos de oro a los que se acercaban. Turbado, casi avergonzado, sentí como una impudicia asomarme a esas figuras silenciosas e inmóviles aglomeradas en el fondo del acuario. Aislé mentalmente una situada a la derecha y algo separada de las otras para estudiarla mejor. Vi un cuerpecito rosado y como translúcido (pensé en las estatuillas chinas de cristal lechoso), semejante a un pequeño lagarto de quince centímetros, terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la parte más sensible de nuestro cuerpo. Por el lomo le corría una aleta transparente que se fusionaba con la cola, pero lo que me obsesionó fueron las patas, de una finura sutilísima, acabadas en menudos dedos, en uñas minuciosamente humanas. Y entonces descubrí sus ojos, su cara, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente carentes de toda vida pero mirando, dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar a través del punto áureo y perderse en un diáfano misterio interior. Un delgadísimo halo negro rodeaba el ojo y los inscribía en la carne rosa, en la piedra rosa de la cabeza vagamente triangular pero con lados curvos e irregulares, que le daban una total semejanza con una estatuilla corroída por el tiempo. La boca estaba disimulada por el plano triangular de la cara, sólo de perfil se adivinaba su tamaño considerable; de frente una fina hendedura rasgaba apenas la piedra sin vida. A ambos lados de la cabeza, donde hubieran debido estar las orejas, le crecían tres ramitas rojas como de coral, una excrescencia vegetal, las branquias supongo. Y era lo único vivo en él, cada diez o quince segundos las ramitas se enderezaban rígidamente y volvían a bajarse. A veces una pata se movía apenas, yo veía los diminutos dedos posándose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades, peleas, fatiga. El tiempo se siente menos si nos estamos quietos.

Fue su quietud la que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los axolotl. Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente. Después supe mejor, la contracción de las branquias, el tanteo de las finas patas en las piedras, la repentina natación (algunos de ellos nadan con la simple ondulación del cuerpo) me probó que eran capaz de evadirse de ese sopor mineral en el que pasaban horas enteras. Sus ojos sobre todo me obsesionaban. Al lado de ellos en los restantes acuarios, diversos peces me mostraban la simple estupidez de sus hermosos ojos semejantes a los nuestros. Los ojos de los axolotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar. Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardián tosía inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos áureos, esa entrada al mundo infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas. Era inútil golpear con el dedo en el cristal, delante de sus caras no se advertía la menor reacción. Los ojos de oro seguían ardiendo con su dulce, terrible luz; seguían mirándome desde una profundidad insondable que me daba vértigo.

Y sin embargo estaban cerca. Lo supe antes de esto, antes de ser un axolotl. Lo supe el día en que me acerqué a ellos por primera vez. Los rasgos antropomórficos de un mono revelan, al revés de lo que cree la mayoría, la distancia que va de ellos a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me probó que mi reconocimiento era válido, que no me apoyaba en analogías fáciles. Sólo las manecitas… Pero una lagartija tiene también manos así, y en nada se nos parece. Yo creo que era la cabeza de los axolotl, esa forma triangular rosada con los ojitos de oro. Eso miraba y sabía. Eso reclamaba. No eran animales.

Parecía fácil, casi obvio, caer en la mitología. Empecé viendo en los axolotl una metamorfosis que no conseguía anular una misteriosa humanidad. Los imaginé conscientes, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal, a una reflexión desesperada. Su mirada ciega, el diminuto disco de oro inexpresivo y sin embargo terriblemente lúcido, me penetraba como un mensaje: «Sálvanos, sálvanos». Me sorprendía musitando palabras de consuelo, transmitiendo pueriles esperanzas. Ellos seguían mirándome inmóviles; de pronto las ramillas rosadas de las branquias se enderezaban. En ese instante yo sentía como un dolor sordo; tal vez me veían, captaban mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable de sus vidas. No eran seres humanos, pero en ningún animal había encontrado una relación tan profunda conmigo. Los axolotl eran como testigos de algo, y a veces como horribles jueces. Me sentía innoble frente a ellos, había una pureza tan espantosa en esos ojos transparentes. Eran larvas, pero larva quiere decir máscara y también fantasma. Detrás de esas caras aztecas inexpresivas y sin embargo de una crueldad implacable, ¿qué imagen esperaba su hora?

Les temía. Creo que de no haber sentido la proximidad de otros visitantes y del guardián, no me hubiese atrevido a quedarme solo con ellos. «Usted se los come con los ojos», me decía riendo el guardián, que debía suponerme un poco desequilibrado. No se daba cuenta de que eran ellos los que me devoraban lentamente por los ojos en un canibalismo de oro. Lejos del acuario no hacía mas que pensar en ellos, era como si me influyeran a distancia. Llegué a ir todos los días, y de noche los imaginaba inmóviles en la oscuridad, adelantando lentamente una mano que de pronto encontraba la de otro. Acaso sus ojos veían en plena noche, y el día continuaba para ellos indefinidamente. Los ojos de los axolotl no tienen párpados.

Ahora sé que no hubo nada de extraño, que eso tenía que ocurrir. Cada mañana al inclinarme sobre el acuario el reconocimiento era mayor. Sufrían, cada fibra de mi cuerpo alcanzaba ese sufrimiento amordazado, esa tortura rígida en el fondo del agua. Espiaban algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo había sido de los axolotl. No era posible que una expresión tan terrible que alcanzaba a vencer la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un mensaje de dolor, la prueba de esa condena eterna, de ese infierno líquido que padecían. Inútilmente quería probarme que mi propia sensibilidad proyectaba en los axolotl una conciencia inexistente. Ellos y yo sabíamos. Por eso no hubo nada de extraño en lo que ocurrió. Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez mas de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Veía de muy cerca la cara de una axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí.

Sólo una cosa era extraña: seguir pensando como antes, saber. Darme cuenta de eso fue en el primer momento como el horror del enterrado vivo que despierta a su destino. Afuera mi cara volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios apretados por el esfuerzo de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sabía ahora instantáneamente que ninguna comprensión era posible. Él estaba fuera del acuario, su pensamiento era un pensamiento fuera del acuario. Conociéndolo, siendo él mismo, yo era un axolotl y estaba en mi mundo. El horror venía -lo supe en el mismo momento- de creerme prisionero en un cuerpo de axolotl, transmigrado a él con mi pensamiento de hombre, enterrado vivo en un axolotl, condenado a moverme lúcidamente entre criaturas insensibles. Pero aquello cesó cuando una pata vino a rozarme la cara, cuando moviéndome apenas a un lado vi a un axolotl junto a mí que me miraba, y supe que también él sabía, sin comunicación posible pero tan claramente. O yo estaba también en él, o todos nosotros pensábamos como un hombre, incapaces de expresión, limitados al resplandor dorado de nuestros ojos que miraban la cara del hombre pegada al acuario.

Él volvió muchas veces, pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse. Ayer lo vi, me miró largo rato y se fue bruscamente. Me pareció que no se interesaba tanto por nosotros, que obedecía a una costumbre. Como lo único que hago es pensar, pude pensar mucho en él. Se me ocurre que al principio continuamos comunicados, que él se sentía más que nunca unido al misterio que lo obsesionaba. Pero los puentes están cortados entre él y yo porque lo que era su obsesión es ahora un axolotl, ajeno a su vida de hombre. Creo que al principio yo era capaz de volver en cierto modo a él -ah, sólo en cierto modo-, y mantener alerta su deseo de conocernos mejor. Ahora soy definitivamente un axolotl, y si pienso como un hombre es sólo porque todo axolotl piensa como un hombre dentro de su imagen de piedra rosa. Me parece que de todo esto alcancé a comunicarle algo en los primeros días, cuando yo era todavía él. Y en esta soledad final, a la que él ya no vuelve, me consuela pensar que acaso va a escribir sobre nosotros, creyendo imaginar un cuento va a escribir todo esto sobre los axolotl.

el ojo inocente

Mark Tansey: The innocent eye test (1981)

Un físico, un matemático y un filósofo contemplan una región para los tres desconocida desde su compartimento en un tren en marcha. Al otro lado de la ventana se ve una vaca negra pastando. “En este lugar, las vacas son negras”, dice el físico. “Vas demasiado lejos”, dice el matemático. “Lo más que puedes decir con los datos de que disponemos es que, en este lugar, al menos una vaca es negra”. “Tú también vas demasiado lejos”, dice el filósofo. “Lo más que puedes concluir es que, en este lugar, al menos una vaca es negra por un lado ”.

Manuel García-Carpintero: Las palabras, las ideas y las cosas, Barcelona, Ariel, 1996, p.74

reaparecerá

Henri Michaux

El pájaro que se pierde

Aquel está en el día en que aparece, en el día más blanco. Pájaro.

Aletea, se vuela. Aletea, se pierde.

Aletea, reaparece.

Se posa. Y después no está más. Con un batir de alas se ha perdido en el espacio blanco.

Así es mi pájaro familiar, el pájaro que acude a poblar el cielo de mi pequeño patio. ¿Poblar? Ya se advierte cómo…

Pero me quedo en el lugar, contemplándolo, fascinado por su aparición, fascinado por su desaparición.

Henry Michaux, La vida en los pliegues (1949)

en Antología poética 1927-1986 (trad. Silvio Mattoni),

Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, p.140.


*

L’oiseau qui s’efface

Celui-là, c’est dans le jour qu’il apparaît, dans le jour le plus blanc. Oiseau.

Il bat de l’aile, il s’envole. Il bat de l’aile, il s’efface.

Il bat de l’aile, il réapparaît.

Il se pose. Et puis il n’est plus. D’un battement il s’est effacé dans l’espace blanc.

Tel est mon oiseau familier, l’oiseau qui vient peupler le ciel de ma petite cour. Peupler ? On voit comment…

Mais je demeure sur place, contemplant, fasciné par son apparition, fasciné par sa disparition.



antología poética de Henri Michaux

otros pájaros

entrañas

Remedios Varo: Tránsito en espiral

Remedios Varo, Tránsito en espiral (1962)

110

El sueño estaba compuesto como una torre formada por capas sin fin que se alzaran y se perdieran en el infinito, o bajaran en círculos perdiéndose en las entrañas de la tierra. Cuando me arrastró en sus ondas la espiral comenzó, y esa espiral era un laberinto. No había ni techo ni fondo, ni paredes ni regreso. Pero había temas que se repetían con exactitud.

ANAÏS NIN, Winter of Artifice.

Julio Cortázar, Rayuela (1963)

 

lo que no somos

Eugenio-Montale-

Eugenio Montale

 (Génova, 12 de octubre de 1896 – Milán, 12 de septiembre de 1981)

No nos pidas la palabra

No nos pidas la palabra que de par en par exhiba
nuestro ánimo informe y con letra de fuego
lo declare y resplandezca como una amarilla
flor perdida en un terreno polvoriento.

Ah, el hombre que camina sin recelo,
amigo de los otros y de sí mismo y no se cuida
de su sombra que en el punto extremo
del calor se imprime sobre un desconchado muro.

No nos pidas la fórmula que mundos pueda abrirte,
sí alguna sílaba torcida y seca como una rama.
Sólo esto podemos hoy decirte:
lo que no somos, lo que no queremos.

*

Non chiederci la parola che squadri da ogni lato
l’animo nostro informe, e a lettere di fuoco
lo dichiari e risplenda come un croco
perduto in mezzo a un polveroso prato.

Ah l’uomo che se ne va sicuro,
agli altri ed a se stesso amico,
e l’ombra sua non cura che la canicola
stampa sopra uno scalcinato muro!

Non domandarci la formula che mondi possa aprirti,
sì qualche storta sillaba e secca come un ramo.
Codesto solo oggi possiamo dirti,
ciò che non siamo, ciò che non vogliamo.

Eugenio Montale, Huesos de sepia (Ossi di seppia, 1925)

freno de emergencia

David E. Scherman: Lee Miller (Mirror Series) (1946)

“Marx dijo que las revoluciones son las locomotoras de la historia. Pero quizá sea diferente. Puede ser que las revoluciones sean la mano de la especie humana que viaja en ese tren y que tira del freno de emergencia.”

Walter Benjamin (citado por Michael Lowy en «Aviso de incendio”: la crítica de la tecnología en Walter Benjamin)

Así lo puntualizaba Walter Benjamin, sacando de quicio la idea inicial de Marx. Detener la historia. La historia imparable, el rastro de injusticia y muerte que dejaba el capitalismo a su paso.

Nuestra mano, lo sabemos bien, ya no puede ser hoy revolución. Sería amputada al instante. Debe ser pues otra cosa. Me pregunto qué demonios puede ser, en qué podremos convertir hoy la mano, esta mano que es nuestra y duele, duele, duele tanto.

¿Cómo podremos accionar el freno?

.

Hoy y siempre: «mucha Grecia» (1)

desde muchos otros lugares:

saltandoalapatacoja

alfinaldelaasamblea

fueradelugar

(1) la expresión «mucha Grecia» puede encontrarse entre los trabajos de prosa de Alejandra Pizarnik, la pronuncio hoy, incorporando en ella mi apoyo al pueblo griego, convulso desde hace largo tiempo, en este tren sin frenos en el que viajamos todos.

Document

Una carpeta dentro de otra carpeta. Un disco duro externo. Busco algo. Me tropiezo con una piedra. Es un documento. Su título es «Document». Rigurosamente cierto. ¿Document? Curiosidad. Doble click. Pop-up solicita contraseña. El documento está protegido. Pongo la clave que tenía entonces. No funciona. Bloq Mayús. Ahora sí. Se abre. Un poema. Cuánto tiempo. El documento no se corresponde con la carpeta. No son apuntes ni nada parecido. Ni siquiera de la época de estudios sino mucho antes. En la página hay un texto todavía más antiguo. Y un trabajo escolar. Apenas lo recordaba. Mi primer trabajo para la clase de filosofía. Una exposición de fotografía de la agencia Magnum. Unos espacios en blanco -donde se pegarían las fotografías comentadas. Había también unos textos comentados en el trabajo -quizás pertenecían al dossier de la exposición o bien había sido el profesor quien los había escogido para comentar. Imposible recordarlo.

Comienzo a leer. Comienza el descenso. Plof. Un segundo tan solo.

¿Qué sabe aquel a quien, en lugar del asunto, sólo se le da a ver su imagen o, como sucede en las noticias televisadas, una abreviatura de la imagen o, como sucede en  el mundo de las redes de comunicación, una abreviatura de la abreviatura?

Peter Handke  (Un viaje de invierno a los ríos Danubio,Save, Morava y Drina,1996)

Comentario:

Tiene razón Peter Handke. Quizá nuestra vida se esté convirtiendo a un ritmo loco y salvaje en una abreviatura. Y ya no sólo en el ámbito de cuestiones bélicas o políticas (que vienen al fin y al cabo a ser lo mismo).

Estamos obsesionados con que todo sea más pequeño, reducido. Pensemos en los ordenadores y esos microchips, en los teléfonos… ¡Que todo ocupe menos espacio! Pero al final las televisiones tienen una gran pantalla y las noticias una pequeña cobertura. Las dosifican de una manera insultante. Aunque curiosamente las noticias deportivas se hacen más y más largas. Quizá sea que tanta guerra aburre a los telespectadores. Quizá esos telespectadores se contenten con unas cifras de los muertos. Si quieren saber algo más…¡que se compren un libro!

¡El tiempo apremia! Y si en vez de coger aire diecisiete veces por minuto pudiéramos hacerlo doce, lo haríamos sin dudarlo.

La culpa es de los relojes, que nos recuerdan las horas, los minutos, los segundos, las centésimas y millonésimas de segundo. Si existe una opresión real es la de los relojes. La liberación de la Humanidad, la mayor libertad a la que puede aspirar el Hombre es a que no existan. No podemos evitar eso de que «somos seres en el tiempo», pero sí olvidarlo de vez en cuando, o por lo menos no estar constantemente pensando en ello. Si tuviéramos que buscar un enemigo no sería otro que el tiempo.

Veo mi nombre.  Mi clase: 3ºB.

Gracias a la descripción de mis comentarios y el nombre del fotógrafo pude encontrar algunas de las fotografías que formaban parte de aquella exposición. Las fotografías  que rellenaron aquellos espacios en blanco.

Marc Riboud

Marc Ribaud

Philip Jones Griffiths

james-nachtwey

James Nachtwey

ese baile

Hermann Karl Hesse

(Alemania, 2 de julio de 1877 – Suiza, 9 de agosto de 1962)

Lo sabía: el mismo juego, el mismo anhelo ávido, noble, sin esperanza, de algo auténtico, eterno, valioso en sí mismo, que le impulsaba a llenar hojas de papel escrito, empujaba también a todos los demás, al general, al ministro, al diputado, a la elegante dama, al aprendiz de tendero. Todos los hombres, iluminados por secretas ilusiones, cegados por ideas preconcebidas, seducidos por ideales, anhelaban de algún modo, muy inteligente o tonto, poco importaba, salir de sí mismos,  y de los límites de lo posible. No había teniente que no llevase consigo la imagen de Napoleón… ni Napoleón que en su época no se sintiera como un imitador, no considerara sus hazañas medallas de juguete, sus objetivos ilusiones. Nadie había quedado fuera de ese baile. Nadie tampoco había dejado de experimentar en algún momento, a través de alguna hendidura, la certeza de ese engaño.

Hermann Hesse, El rastro de un sueño (1926), Madrid, Planeta, 1977, p.27

el otro

M.M., Wells Cunningham

HandelHalvorsen Passacaglia for cello and violin

El dúo es una composición musical para dos ejecutantes, instrumentales o vocales. Cuando se trata de dos instrumentistas se suele hablar de dúo (Dúo de violines), reservándose el término dueto (diminutivo de dúo) para las composiciones de dos cantantes. Además de ser una composición musical, se conoce por este nombre a la formación musical de dos intérpretes.

fuente: http://es.wikipedia.org