Egon Schiele – La muchacha y la muerte [Egon y Wally], 1915
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LEYENDA DE UN MONUMENTO
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Para el aniversario de Grillparzer (15 de enero de 1891)
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I
El hombre está sentado junto al camino desde hace tiempo, tanto tiempo;
Y yo estoy tan cansado, y quisiera seguir caminando despacio y sin ruido,
Pero su mirada me detiene con fuerza firme y callada
Y siento como si yo tuviera que decirle una palabra… ¡y me falta la palabra!
Está anocheciendo. Afuera resuena y bulle la ciudad.
Humean las chimeneas. Hay letargo y pesadez en el ambiente.
El día laboral se pone, con paso cansino y apagado.
Aquí, en el jardín, no obstante, el aire está vacío, húmedo y seco.
Ahora el enjuto anciano se levanta.
No, no, aún no… ¿Qué duerme en sus ojos,
Cubiertos de cansancio… cuyo hechizo me cautiva…
De modo que sus ojos me absorben las fuerzas del alma?
Así se apagan ojos envueltos de muerte
Que, lenta, emana de la vida,
Mientras la canción va repitiendo la renuncia del mundo
Y el tedio creciente se esparce por el alma.
¡Así se estremecen los labios, demasiadas veces engañada,
Acecha desconfiada en su interior cada palabra,
Cuando su alma, la que antaño volara batiendo las alas,
Se acurruca hoy, temblando de frío.
Siéntate a su lado y escucha atento cómo su respiración,
Oprimida e intimidada, se arrastra por su pecho,
Pero no le molestes, anhela tanto la quietud…
Y aproxímate con tiento, se sobresalta tan fácilmente…
II
¿Conocéis al hombre? ¿No es cierto que no lo conocéis?
Al anciano de dolor esquivo,
Que con todo lleva también un rostro acongojado
Como el vuestro, tallado en piedra blanca.
Pero a su alrededor resplandece lo que él, resonante, creó,
El coro de criaturas del espíritu en mármol blanco,
Y la fama de su genio coronada ricamente
Late hoy con miles de lenguas en cada oído.
Esto es lo que este mundo concede sin elección,
Lo que, a través del reino de los tiempos, rugiendo borbotea:
La retumbante inmortalidad del nombre,
Como el bronce, tan imperecedero y frío.
El nombre, que el nieto nombra confusamente,
Tal y como, sin sentido, llevamos el pasado con nosotros,
La obsesión por las fórmulas que honra lo que no conoce:
Esto lo podrías dar, esto lo podrías negar.
Mas lo que me conmueve y, afín, me impresiona,
Con lo que, sin quererlo, me trae las lágrimas,
Lo que, trasluciéndoseme íntimo, en el interior madura:
Eso vive, aunque nadie sepa su nombre.
Nos habla desde nuestro propio dolor,
Y si sufrimos con él, con el dolor podremos entender:
Estas son las palabras que dirijo a este anciano:
El dolor permanece, el mármol desaparecerá.
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Hugo von Hofmannsthal: Poesía lírica, seguida de Carta de Lord Chandos, Igitur, Montblanc, 2002, Trad. Olivier Giménez López, pp. 161-164