espejos

MAX ERNST: Ci-fut une hirondelle (1927)

Y estás en alguna parte, en islas, sellada por tu propio brillo,
mientras la tierra me quema los dedos y los dedos
entran en el corazón como una quemadura y el corazón
propagado
es el incendio en la cabeza – a veces
la cabeza no sabe que los pulmones arrastran las llamaradas del mundo como un gran agujero
de voces: un rumor
de crepitaciones: una fuerza: una rapidez
entre las formas – de espejos brillando
por detrás de los rostros: y tú levantas un brazo: sacas del fondo de todo la raíz aún viva de cada cosa:
una constelación magnética entre los pies separados
– veo tu muerte en mi propio movimiento:
en la llama que corre por el paisaje,
en el paisaje
que yergues, que después abandonas a su propio espacio
de paisaje en el tiempo,
externo: atravesado por noches,
por luces, transformaciones, ideas de quien ve,
por sus desarrollos ocultos – veo
que resucito a tu lado, esa especie de estilo
o energía,
cuando casa y paisaje circulan como islas
en un torrente a la vuelta –
y entonces lo que tocas es ese mismo corazón tuyo cruzado
por imágenes lujosas: el filme encendido;
membranas del cuerpo rutilando al paso de los astros de mármol –
y tu rostro se arranca de la sombría gravedad
del fondo
de la belleza, de los poderes terrestres y el peso
de tanta profundidad: y un instante explota
de esa estrella enmarañada en mi cabeza, como
el corazón se profundiza, los dedos
tiran
de las líneas de lumbre con que se cose la tierra,
la grieta de su sangre abismada – a veces
el espejo es mi propio cuerpo,
su herida: pero entre islas, bajo
lo que circula: espuma del aire, los cometas,
en el sueño suntuoso
de animales
casi fijos, los rostros abiertos a los rayos de nuestros rostros,
a nuestros dedos que les llegan al centro del corazón –
porque todo anda dentro de mí, y el mundo
se agota
en tu movimiento entre lazos
de sangre, cabellos reluciendo, las piedras
inclinadas hacia tus lugares respiratorios: el árbol
creciendo en cada parada, con toda tu inspiración
en mi muerte, aquí, un árbol
combustible
donde la fruta centellea: paraíso de espacios múltiples
y veloces,
entrañado en mí como si yo fuese el árbol
y tú fueses un espejo que el árbol despedazase por su fuerza
y en el espejo yo, como una imagen, fuese despedazado,
brillando.

(Dedicatoria)

Herberto Helder: de O el poema continuo, Hiperión, Madrid, Trad. de Jesús Munárriz, 2006, pp.145-149

 

la literatura

Oct. 15, 1925 (New York Times)

Ahora bien, la literatura no es una cosa cerrada, ni la antigua ni la nueva; está menos cerrada que cualquier otra disciplina, por ejemplo, que la historia, la física, la biología, en las cuales cualquier nuevo conocimiento deja atrás al antiguo. No está cerrada, puesto que todo su pasado se apiña en el presente. Con la fuerza de todos los tiempos empuja contra nosotros, contra el umbral del tiempo sobre el que nos apoyamos, y su empuje, con potentes conocimientos viejos y nuevos, nos hace saber que ninguna de sus obras quería ser datada y convertida en inofensiva, sino que todas ellas contenían la condición de sustraerse a cualquier acuerdo y ordenamiento definitivos. Trato de denominar utópicas estas condiciones que residen en las propias obras.

Si estas condiciones utópicas no estuvieran en las obras, la literatura, a pesar de nuestra participación, sería un cementerio. Sólo tendríamos un depósito de coronas. En ese caso, cada obra sería sustituida y mejorada por otra, cada una de ellas sería enterrada por la siguiente.

Sin embargo, la literatura no necesita ningún panteón, no comprende la muerte, ni el cielo, ni ninguna redención, sino el más fuerte propósito de influir en el presente; en éste o en el próximo.

Pero la literatura, siempre la literatura…

Ingeborg Bachmann: La literatura como utopía, Pretextos, Valencia, Trad. de Mónica Fernández Arizmendi y Àngels Giménez Campos, 2012, pp.217-218