frontera

Nina Leen: Sin título (1949)

FRONTERA



Yo, que llegué a la vida demasiado pronto,

que fui —que soy— la que se anticipó,

la que acudió a la cita antes de tiempo

y tuvo que esperar en la consigna

viendo pasar el equipaje de la vida

desde el banco neutral de la deshora.

 

Yo, que nací en el treinta, cuando es cierto

—como todos sabéis— que nunca debí hacerlo,

que hubiera yo debido meditarlo antes,

tener un poco de paciencia y tino

y no ingresar en este tiempo loco

que cobra su alquiler en monedas de espanto.

 

Yo, que vengo pagando mi imprudencia,

que le debo a mi prisa mi miseria,

que hube de trocear mi corazón en mil pedazos

para pagar mi puesto en el desierto,

yo, sabedlo, llegué tarde una vez a la frontera.

 

Yo, que tanto me había anticipado,

no supe anticiparme un poco más

(al fin y al cabo, para pagar

en monedas de sangre y de desdicha

qué pueden importar algunos años).

 

Yo, que no supe nacer en el cuarenta y cinco,

cometí el desafuero, oídlo,

de llegar tarde a la frontera.

Llegué con los ojos cegados de la infancia

y el corazón en blanco, sin historia.

Llegué (Señor, qué imperdonable)

con nueve años solamente.

Llegué, tal vez al mismo tiempo que él,

pero en distinto tiempo.

No lo supe.

(Oh tiempo miserable e injusto.)

Estuve allí —quizá lo vi—,

pero era tarde.

 

Yo era pequeña

y tenía sueño.

Don Antonio era viejo

y también tenía sueño.

(Señor, qué imperdonable:

haber nacido demasiado pronto

y haber llegado demasiado tarde.)

Francisca Aguirre: Actitud presente, en Ensayo General. Poesía reunida (1966-2017), Calambur, Barcelona, 2018, pp. 116-117

‘Frontera’ en la voz de Paca Aguirre:

un jardín

Otto Steinert: La Comtesse de Fleury (1952)

Todos tenemos un jardín oculto,
un pequeño parterre transeúnte
que nadie aceptaría como tal
salvo los que lo cuidan y mantienen.

Todos tenemos una tierra propia,
una pequeña huerta clandestina
en la que crecen flores bien extrañas,
extrañas para aquellos que no saben,
que no pueden saber lo bien que huelen
o cómo se enderezan sus corolas
cuando las baña el sol de la nostalgia
o las riegan las lluvias del consuelo.

Todos tenemos un jardín secreto
sembrado de dedales, cartas, libros,
caleidoscopios, cuentos, viejas fotos,
playas, reclinatorios, parameras…
Nadie diría que esto es un jardín
salvo aquellos que viven para cultivarlo,
para cambiar de sitio los cuadernos
y darle cuerda a los relojes viejos.

Sin embargo, resulta muy difícil
procurar que el jardín no se marchite,
darle el riego preciso a cada planta,
saber las que requieren sol
y las que son de sombra,
no dejar que se nublen los retratos,
abrir los libros y orear sus páginas
para que los recuerdos no se sequen
como si fueran hojas de eucaliptus.

Es difícil el arte de la jardinería.

Francisca Aguirre: de Transparencias, en Ensayo general. Poesía reunida (1966-2017), Calambur, Barcelona, 2018, pp.399-340

un jardín

Irvin Penn: Retrato de Marlene Dietrich (1948)




Todos tenemos un jardín oculto,

un pequeño parterre transeúnte

que nadie aceptaría como tal

salvo los que lo cuidan y mantienen.





Todos tenemos una tierra propia,

una pequeña huerta clandestina

en la que crecen flores bien extrañas,

extrañas para aquellos que no saben,

que no pueden saber lo bien que huelen

o cómo se enderezan sus corolas

cuando las baña el sol de la nostalgia

o las riegan las lluvias del consuelo.





Todos tenemos un jardín secreto

sembrado de dedales, cartas, libros,

caleidoscopios, cuentos, viejas fotos,

playas, reclinatorios, parameras…

Nadie diría que esto es un jardín

salvo aquellos que viven para cultivarlo,

para cambiar de sitio los cuadernos

y darle cuerda a los relojes viejos.





Sin embargo, resulta muy difícil

procurar que el jardín no se marchite,

darle el riego preciso a cada planta,

saber las que requieren sol

y las que son de sombra,

no dejar que se nublen los retratos,

abrir los libros y orear sus páginas

para que los recuerdos no se sequen

como si fueran hojas de eucaliptus.





Es difícil el arte de la jardinería.





Francisca Aguirre: de Transparencias, en Ensayo General, Calambur, 2018, pp. 399-400

un breve hueco

Paula Rego: Amor (1995)

CEMENTERIO

Tiene también la sangre sus revoluciones,
sus líderes y demagogos
que arengan al pueblo de las ansias
congregado en el corazón.
Tiene también la sangre sus masacres
-en nombre de oscurísimas razones-,
en las que mueren tantos inocentes:
los de pequeña voz, los tímidos
que no saben exponer sus deseos;
menos aún, imponerlos.
Mueren entre las venas, y de manera irrevocable,
lo mismo que acontece en la historia.
Muere toda una grey de tristes oprimidos, pero
en la espantosa servidumbre del reemplazo
sucumben a su vez los opresores
sin que exista un recodo, un breve hueco
en que dejar sobre una lápida
constancia de su paso.
En la anónima fosa de la sangre
yacen mezclados víctimas y verdugos;
y en las terribles horas de la comprensión
qué imposible resulta distinguir
del corrompido olor de la esperanza degollada
el agrio aroma de sus asesinos.


Francisca Aguirre: Detrás de los espejos (Antología 1973-2010), Bartleby, Madrid, 2013, p. 21

fe de vida

Francis Picabia: L’Oeil, Caméra (1919-1922)

NANA DE LAS CICATRICES

No cabe duda de que el peso,
si nos referimos a los desperdicios,
es de suma importancia,
sobre todo
para determinar su naturaleza,
ya que existen muchas clases de desperdicios.
Hay desperdicios minuciosos,
desperdicios ingrávidos,
y, debido a ello, el peso es decisivo.
Ese es el caso de la cicatriz.
Es un desperdicio ingrávido,
pero también es una fe de vida.
El peso de una hoja
es igual al de una cicatriz.
Eso cantaban los expertos
en el funcionamiento de las básculas.

Francisca Aguirre: Nanas para dormir desperdicios [2006-2010], en Ensayo General. Poesía Reunida, Calambur, Madrid, 2018, p. 421

cómplice

Frances Hodgkins: Wings over Water (1930)

Testigo de excepción

Un mar, un mar es lo que necesito.
Un mar y no otra cosa, no otra cosa.
Lo demás es pequeño, insuficiente, pobre.
Un mar, un mar es lo que necesito.
No una montaña, un río, un cielo.
No. Nada, nada,
únicamente un mar.
Tampoco quiero flores, manos,
ni un corazón que me consuele.
No quiero un corazón
a cambio de otro corazón.
No quiero que me hablen de amor
a cambio del amor.
Yo solo quiero un mar:
yo solo necesito un mar.
Un agua de distancia,
un agua que no escape,
un agua misericordiosa
en que lavar mi corazón
y dejarlo a su orilla
para que sea empujado por sus olas,
lamido por su lengua de sal
que cicatriza heridas.
Un mar, un mar del que ser cómplice.
Un mar al que contarle todo.
Un mar, creedme, necesito un mar,
un mar donde llorar a mares
y que nadie lo note.

 Francisca Aguirre: Resultados en Ensayo general. Poesía reunida (1966-2017), Calambur, Barcelona, 2018, p.122