olas

Malevich, Kazimir- Cuadrado blanco sobre fondo blanco (1918)
Malévich, KazimirCuadrado blanco sobre fondo blanco (1918)

Tuvo la impresión de que el lienzo había venido flotando y se había colocado por decisión propia, virginal e intransigente, delante de ella. Parecía reprenderla con su mirada fría por toda aquella prisa y agitación, por toda aquella locura y derroche de emociones, y la devolvía implacablemente a sí misma, proporcionándole, en primer lugar, paz, mientras sus confusas emociones (el señor Ramsay se había marchado y, pese a la mucha compasión que le inspiraba, no le había dicho nada) abandonaban el campo; y, a continuación, el vacío. Contempló sin expresión el lienzo, que la miraba blanco e intransigente, y luego pasó del lienzo al jardín. Recordaba algo (entornó sus ojillos achinados y contrajo la cara) en las relaciones de aquellas líneas que atravesaban el espacio, que lo dividían, y en la masa del seto con su cavidad verde, hecha de azules y marrones, que se le habían quedado en la cabeza, que le había hecho un nudo en la mente, por lo que, en momentos perdidos, de forma involuntaria, mientras recorría Brompton Road o se cepillaba el pelo, se descubría pintando el cuadro, recorriéndolo con la mirada y desatando el nudo de su imaginación. Pero existía una diferencia abismal entre hacer planes alegremente sin tener el lienzo delante y empuñar de verdad el pincel y dar la primera pincelada.
El nerviosismo provocado por la presencia del señor Ramsay le había hecho equivocarse de pincel, y el caballete, clavado en el suelo con tanta agitación, no tenía la orientación adecuada. Una vez que hubo rectificado todo aquello y que, al hacerlo, dominó las cosas improcedentes e inoportunas que distraían su atención y que le hacían acordarse de quién era y de las relaciones que tenía con la gente, tomó posesión de su mano y alzó el pincel, que, por un momento, permaneció temblando en el aire, en un éxtasis doloroso pero estimulante. ¿Dónde tenía que empezar? Ésa era la cuestión: ¿en qué punto daría la primera pincelada? Una línea trazada en el lienzo creaba innumerables riesgos, provocaba decisiones no por inevitables menos irrevocables. Todo lo que parecía simple en teoría, se convertía en complicado cuando se llevaba a la práctica; de la misma manera que las olas, aunque simétricamente distribuidas cuando se las ve desde lo alto del acantilado, están sin embargo separadas por profundos golfos y crestas espumeantes para el nadador que se debate entre ellas. Hay que correr el riesgo de todos modos; hay que dar la primera pincelada.
Con una curiosa sensación, sintiéndose empujada y retenida al mismo tiempo, adelantó el pincel, con rapidez y decisión, hasta apoyarlo sobre la tela. Un temblor marrón dejó sobre el lienzo blanco una señal de movimiento. Luego repitió el gesto una segunda y una tercera vez. Mediante pausas y temblores alcanzó un ritmo de danza, como si las interrupciones fuesen una parte del ritmo y las pinceladas otra, ambas relacionadas; de ese modo, por medio de pausas y de pinceladas ligeras, rápidas, Lily cubrió el lienzo de nerviosas líneas marrones en movimiento que, apenas trazadas, encerraban un espacio (cuya importancia sentía crecer a cada momento). En el hueco de una ola veía la siguiente, alzándose cada vez más alta por encima de la primera. Porque, ¿qué podría ser más formidable que aquel espacio? Allí estaba de nuevo, pensó, retrocediendo para mirarlo, apartada de las conversaciones intrascendentes, apartada de la vida, separada de la gente y en presencia de su antiguo y formidable enemigo personal: aquella otra cosa, aquella verdad, aquella realidad, que de repente se apoderaba de ella, que surgía desnuda por detrás de las apariencias y exigía su atención. Lily se sentía dispuesta y reacia a medias. ¿Por qué tenía siempre que quedarse sola y ser arrastrada? ¿Por qué no se la dejaba en paz, por qué no dedicarse a hablar con el señor Carmichael en el jardín? Se mirara como se mirase, se trataba de una relación agotadora. Otros objetos venerables se contentaban con la veneración; hombres, mujeres, Dios mismo, todos permitían que el fiel se postrara de rodillas; pero aquella realidad, aunque sólo se tratara de la forma de una pantalla blanca por encima de una mesa de mimbre, exigía un combate perpetuo, desafiaba a una confrontación de la que inevitablemente se salía derrotado. Antes de cambiar la fluidez de la vida por la concentración de la pintura, Lily pasaba siempre (no sabía si achacarlo a su manera de ser o si era consecuencia de su condición de mujer) por unos instantes de desnudez en los que parecía un alma non nata, un alma separada del cuerpo, que se debatiera en alguna cumbre ventosa, expuesta sin protección al azote de todas las dudas. ¿Por qué lo hacía entonces? Contempló el lienzo, levemente rayado por líneas en movimiento. Lo colgarían en los dormitorios de los criados. O lo enrollarían y acabaría debajo de un sofá. ¿Qué sentido tenía hacer aquello? Oyó una voz diciendo que no sabía pintar, diciendo que era incapaz de crear, como si estuviera atrapada en una de esas corrientes habituales que, al cabo de cierto tiempo, la experiencia forma en la mente, de manera que las palabras se repiten sin saber ya quien las dijo por vez primera.
No saben ni pintar ni escribir, murmuró monótonamente, meditando, inquieta, cuál debería ser su plan de ataque. Porque los volúmenes se alzaban ante ella, sobresalían, sentía su presión en los ojos. Luego, como si ya hubiera segregado espontáneamente la sustancia necesaria para lubrificar sus facultades, empezó, insegura, a mojar el pincel entre los azules y los ámbares, moviéndolo de aquí para allá, aunque ahora resultaba más pesado y avanzaba más despacio, como si se acompasara con algún ritmo que Lily recibía al dictado (seguía contemplando el seto y el lienzo) de las cosas que veía, por lo que si bien su mano se estremecía de vida, aquel ritmo era lo bastante fuerte para arrastrarla con él en su corriente. Y al mismo tiempo que perdía conciencia de las cosas exteriores, así como de su nombre, su personalidad y su aspecto, y de si el señor Carmichael estaba o no allí, su mente seguía arrojando a la superficie, desde lo más profundo, escenas, nombres, frases, recuerdos e ideas, como una fuente arroja líquido, sobre aquel resplandeciente espacio blanco, espantosamente difícil, mientras ella lo moldeaba con verdes y azules.
Se acordó de que Charles Tansley solía decir que las mujeres no sabían ni pintar ni escribir.

Woolf, Virginia: Al faro, Alianza, Madrid, 2006, 184-187

a coro

Paul Klee- Paysage aux oiseaux jaunes (1923)
Paul KleePaysage aux oiseaux jaunes (1923)

«Al principio, los pájaros cantaban a coro», dijo Rhoda.  «Ahora la puerta de la cocina se abre. Se van volando. Se van volando como el puñado de semilla que lanza el sembrador. Pero hay uno, solo, que canta junto a la ventana del dormitorio.»

Woolf, Virginia: Las olas, Lumen, Barcelona, 2005, p. 11

tripas

narciso_caravaggioNarciso (1597-1599), Caravaggio

MEDIODÍA

Has servido «una sopa» y nada más. Pero

difícilmente consigues tragar ese caldo; es un líquido

turbio en el que flotan trozos de pato salvaje y

tripas mal limpiadas…

Está lejos de resultar sabroso.

 

Anton Chéjov: En Siberia, en Un sendero nuevo a la cascada, de Raymond Carver, Madrid, Visor, 2008, p. 89

trabajo

Igmar Bergman, fotografiado por Irving Penn

Trabajo igual de día que de noche, y así tengo mucho tiempo libre. Para preguntarle a un cuadro en la habitación qué es lo que opina del trabajo, para preguntarle al reloj si está cansado, y a la noche qué tal durmió.

Karl Kraus: Pro domo et mundo, citado en el escrito Karl Kraus (publicado en 1931) de Walter Benjamin, incluído en Obras Libro II/vol. I, Abada, Madrid, 2010, p. 362

mi barco

Cráter del Monte Erebus, AntártidaCráter del Monte Erebus, Antártida

Mi barco

Mandé hacer mi barco por encargo. Sale justo ahora
de las manos de sus constructores. Ya le he reservado un lugar especial
en el puerto deportivo. Va a tener unas cuantas habitaciones
para todos mis amigos. Richard, Bill, Chuck,Toby, Jim, Hayden,
Gary, Jay, Morris y Alfredo. Todos mis amigos. Ellos saben
quienes son.
Tess, también, desde luego. No iría a ninguna parte sin ella.
Y Kristina, Ferry, Catherine, Diane, Sally, Annick, Par,
Judith, Susie, Lynne, Annie, Jane, Mona.
Doug y Amy. Son de la familia pero también amigos,
y les gusta divertirse. Habrá una habitación en mi barco
para todos ellos. ¡Hablo en serio!
También habrá sitio en mi barco para sus historias.
Para las mías y para las de mis amigos.
Para las cortas y para las que nunca se acaban. Para las reales
y las inventadas. Para las que estén escribiendo y para las que hayan acabado.
Y también para los poemas. Poemas líricos y narrativos.
Para mis amigos pintores, habrá pinturas y lienzos a bordo.
Habrá pollo frito, carne para el almuerzo, quesos, bocadillos,
pan francés. Todo lo que nos gusta a mis amigos y a mí.
También tendremos una enorme cesta de fruta, por si alguien quiere fruta.
Por si alguien quiere contar por ahí que comió una manzana
o unas uvas en mi barco. Con sólo pedirlo,
tendrán todo lo que quieran. Toda clase de soda.
Cerveza y vino, seguro. A nadie se le negará nada
en mi barco.
Saldremos del puerto soleado y a divertirse, ése es el plan.
Se trata de pasárnoslo bien todos juntos, sin más. No pensar
en esto o en aquello, lo que tenemos que hacer o lo que hemos hecho.
Habrá cañas de pesca, por si alguien quiere pescar. ¡Los peces saltan a la vista!
De hecho, podemos acercarnos a la costa un poco,
pero sin correr peligro, nada serio.
La idea es divertirnos sin llevar ningún susto.
Comeremos, beberemos y nos reiremos un montón en mi barco.
Siempre he querido hacer un viaje así,
con mis amigos, en mi barco. Si nos apetece
escucharemos a Schumann en la CBC.
Pero si no resulta, pues nada,
sintonizaremos la KRAB y escucharemos a The Who y los Rolling Stones.
Lo que les haga más felices. Puede que todos
tengan su propia radio en mi barco. Sea como sea,
nos lo pasaremos bien. La gente se va a divertir
y va a hacer lo que quiera en mi barco.

Raymond Carver, Mi barco, en Todos Nosotros, Bartleby Editores, Trad. Jaime Priede, Madrid, 2007,  pp.103-105

teatros

Paul Delvaux, La villa de las sirenas (1942)

ESCENA 3

Una habitación

Danton, Camille y Lucile.

Camille

Os lo digo, si no se les da burdas copias de todas las cosas, etiquetadas como “teatros”, “conciertos” y “exposiciones”, no verán ni entenderán nada. En cambio, si alguien hace una marioneta a la que se le ve el hilo que la mueve y con unas articulaciones que rechinan a cada movimiento, dirán: ¡qué carácter, qué lógica! Si alguien toma un pequeño sentimiento, una frase o una idea, los viste con blusa y pantalones, les añade manos y pies, le pintarrajea el rostro y martiriza a la gente durante tres actos hasta que acaba casándose o pegándose un tiro, dirán: ¡esto es ideal! Si alguien manipula una ópera imitando los flujos y reflujos del alma humana como un silbato de agua remeda el canto de un ruiseñor, dirán: ¡qué arte!
Ahora hagan que la gente salga del teatro y sitúenla en la calle. Dirán: ¡qué lamentable es la realidad!
Se olvidan del Buen Dios por culpa de sus malos copistas. No oyen, no ven nada de la naturaleza ardiente, impetuosa y luminosa que renace a cada instante en ellos y en torno a ellos.  Acuden al teatro, leen poemas y novelas, imitan muecas de los peleles y dicen de las criaturas del Buen Dios: ¡qué vulgaridad!
Los griegos tenían razón cuando decían que la estatua de Pigmalión había cobrado vida pero no había tenido descendencia.

Georg Büchner: La muerte de Danton, Hondarribia, Hiru, 2002, p. 143

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Pigmalión y Galatea
Rodin
Francisco de Goya
Paul Delvaux