nombres

 Toute la mémoire du monde (Alain Resnais, 1956)Fotograma de Toute la mémoire du monde (Alain Resnais, 1956)

Preguntas de un obrero que lee

¿Quién construyó Tebas, la de las Siete Puertas?
En los libros figuran solo nombres de reyes.
¿Acaso arrastraron ellos los bloques de piedra?
Y Babilonia, mil veces destruida,
¿Quién la volvió a levantar otras tantas? Quiénes edificaron
la dorada Lima, ¿en qué casas vivían?
¿Adónde fueron la noche
en que se terminó la Gran Muralla, sus albañiles?
Llena está de arcos triunfales
Roma la grande. Sus césares
¿sobre quiénes triunfaron? Bizancio,
tantas veces cantada, para sus habitantes
¿solo tenía palacios? Hasta en la legendaria
Atlántida, la noche que en que el mar se la tragó, los que se ahogaban
pedían, bramando, ayuda a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él solo?
César venció a los galos.
¿No llevaba siquiera un cocinero?
Felipe II lloró al saber su flota hundida.
¿No lloró más que él?
Federico de Prusia ganó la Guerra de los Treinta Años.
¿Quién la ganó también?

Un triunfo en cada página.
¿Quién preparaba los festines?
Un gran hombre cada diez años.
¿Quién pagaba los gastos?

A tantas historias,
tantas preguntas.

 

Bertolt Brecht: Historias de almanaque, Alianza, Madrid, 1980, trad. Joaquín Rábago, pp. 88-89

Cortometraje Toute la mémoire du monde (Alain Resnais, 1956)

elementos

Alfred Stieglitz, Georgia O'Keeffe--Hands and Thimble, 1919Alfred Stieglitz: Georgia O’Keeffe. Manos y dedal (1919)

-(…) Sí, Wally, yo creo que Schumann no hizo exactamente música, que su lenguaje del Davidsbündler y el Carnaval está a las puertas de un arte distinto.
-¿Sí? -dijo Wally López Morales-. Pero los elementos son los mismos.
-Con palabras se hacen la prosa y la poesía, que en nada se parecen. Schumann intencionalizaba
usted me perdonará
su música, la acercaba a una forma enunciativa que no era ya estética
o mejor que no era solamente estética,
y por supuesto tampoco literaria, es decir que no daba gato por liebre. Su música me suena un poco a rito de iniciación. Jamás me ocurre eso con Ravel, digamos, o Chopin.
-Sí, Schumann es extraño -dijo Wally, que era buena interlocutora-. Tal vez la locura…
-¿Quién sabe? Oiga esto, Wally: Schumann sabía que estaba en posesión de un misterio, y con eso no digo que fuera un misterio trascendental; lo que su obra revela es que tenía conciencia oscura de ese saber, pero que a él le era tan desconocido como a los demás. El antisócrates: sólo sé que sé algo, pero no sé qué. Parece haber esperado que su sistema musical lo fuera diciendo, como Artaud lo esperaba de sus poemas. Fíjese que se parecen.
-Pobre Artaud -dijo Wally-. El perfecto caleidoscopio: su obra pasa de mano, y en ese instante cambian los cristales (cambia la mano), y ya es otra cosa.
-Quizá -dijo Clara, que estaba entre ellos- las obras que importan no son las que significan sino las que reflejan. Quiero decir las que permiten nuestro reflejo en ellas. Un poco bastante lo que sugería Valéry.
-De donde se extrae una vanidosa consecuencia -dijo Wally-. Y es que los importantes somos nosotros. Tu idea es el artículo primero del estatuto de un club de lectores. Por mi parte, prefiero hacerme chiquitita y dejar que el libro se me venga encima.

Julio Cortázar: El examen, Sudamericana, Buenos Aires, 1986, pp. 136-137

combustión

Vivian Maier (18 de septiembre de 1962)

No name

“…si nadie reclama su cuerpo y no tienen documentos, son sepultadas como NN.”
Morir de frío, morir en la calle. Rocío Magnani, Página/12

Nos fumábamos los libros, el tiempo, lo que hiciera falta. Todo estaba demasiado nítido, era necesario emborronar aquella nitidez insoportable para alcanzar esa otra que espera detrás para quemar las yemas de los dedos. Juntas y a salvo. Dicen «todo es humo y no arde». No es así. Nosotras sí ardimos. La nuestra era una combustión interna. Todo por no morir de frío. En vida éramos NN.
Mamá con cáncer de NN.
Padre autoritario de NN.
Abuelo maltratador muerto de NN.
Mamá muerta de NN.
Papá muerto de NN.
Abuelos muertos de NN.
NN. nunca conoció a su padre ni quiere conocerlo.
NN. está enferma.
NN. no sabe qué quiere hacer en la vida y no quiere saberlo.
NN. era pequeña cuando mamá enfermó.
NN. no quiere dormirse porque teme no volver a despertar.
NN. se pone nervioso cuando alguien le pregunta por su madre.
A NN. le dijeron que había pasado demasiado tiempo.
A NN. le gusta penetrar y que le penetren pero su padre no debe saberlo.
NN. dice que no puede masturbarse porque piensa en lo que diría su padre muerto.
A NN. su psiquiatra le dijo que incluso los enfermos de cáncer dejan de estar deprimidos.
NN. encontró un arma en casa de su novio.
NN. habla con los ansiolíticos antes de tragarlos: querido alprazolam.
NN. tuvo una vez miedo y ahora no sabe cómo dejar de tenerlo.
NN. dejó la muerte de su padre colgada en las paredes de la casa, quieta en cada objeto. El cáncer congelado en el espejo del recibidor. No se podía mover nada. «A tu padre le habría gustado así», decía una mujer congelada dentro de una bata de casa azul. Únicamente quedaba huir de aquella casa.
NN. se despertaba cada dos horas y ponía la mano en la frente de una mujer que pedía auxilio, que creía que todo ardía. No es la casa, abuela, no es la casa, somos nosotras.
NN. quería que la vida fuera algo más que esto.

Noelia Pena: El agua que falta, Caballo de Troya, Barcelona, 2014, pp. 174-176

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