contracampo

Marcel Broodthaers - La Souris écrit rat (A Compte d'auteur) 1974Marcel Broodthaers: La Souris écrit rat (A Compte d’auteur), 1974

NIÑO PORTÁTIL

En contracampo también,

ya no es un sueño,

las yeguas de la noche
comían hierba en mí.

…vigía y
todos como nadie suben
heliotropo de su sangre.

Huéspedes de una edad parecida a la infancia
pero que contiene todavía el habla
que desconocimos.

Y allí nos reúne el miedo a que la palabra sea
su implacable presencia de custodio
en la pesadilla.

Un caracol dormido
que hacia sí mismo sube,

y aunque se rebela como una baba plateada
y laberíntica,
otra voz lo lame.

¿Llueve?

El viento viene a barrer suavemente las cosas.

Arturo Carrera: Potlatch, Amargord, Madrid, 2010, p.54

fundamental

René Magritte- Le Chateau de Pyrenees (The Castle of the Pyrenees) 1959René Magritte: Le Chateau de Pyrenees (1959)

Lo fundamental para el dialéctico es tener el viento de la historia en las velas. Para él pensar significa: izar las velas. Cómo se icen, eso es lo importante. Para él las palabras son tan sólo las velas. El cómo se icen las convierte en concepto.

Walter Benjamin: Charles Baudelaire. Un lírico en la época del altocapitalismo, en Obras, libro I/ vol. 2, Abada, Madrid, trad. de Alfredo Brotons Muñoz, 2012, p. 282

en piel

Ida reading a letter *oil on canvas *66 x 59 cm *1899Vihelm Hammershoi: Ida leyendo una carta (1899)

 …

CONCURSO-OPOSICIÓN

 

El concurso-oposición para el puesto de rey
salió magníficamente.

Se presentó un cierto número de reyes
y un candidato a rey.

Se eligió rey a un cierto rey
que tenía que serlo.

Recibió una puntuación adicional por su ascendencia
educación espartana
y la sonrisa
cautivadora que apretaba a todos por el cuello.

Respondió en historia
con el magnífico sentido del silencio.

El idioma obligatorio
resultó ser el suyo propio.

Cuando habló sobre cuestiones de arte
conmovió los corazones del tribunal.

A uno de los miembros del tribunal
le llegó a conmover excesivamente.


éste era seguramente el rey.

El presidente del tribunal
se fue a por la nación
para podérsela entregar
solemnemente al rey.

La nación
estaba encuadernada
en piel.

 

Ewa Lipska, en Poesía Polaca Contemporánea, de Czeslaw Milosz a Marcin Halas, Selección, traducción y edición de Fernando Presa González, Rialp, Madrid, 1994, pp.133-34

batalla

Anselm Kiefer, Am Anfang, 2008Anselm Kiefer: Am Anfang, Al principio (2008)

En esta humanidad central y centralizada, efecto e instrumento de relaciones de poder complejas, cuerpos y fuerzas sometidos por dispositivos de «encarcelamiento» múltiples, objetos para discursos que son ellos mismos elementos de esta estrategia, hay que oír el estruendo de la batalla.

Michel Foucault: Vigilar y castigar, Siglo XXI, Madrid, 1998, trad. de Aurelio Garzón del Camino, p.314

imprevisible

Gustave Le Gray- Le Soleil au Zénith Normandie, (1856-1857)Gustave Le Gray: Le Soleil au Zénith, Normandie (1856-1857)

El mar no existe. Cuando hablamos del mar, en realidad, estamos hablando de nosotros mismos. Vengativo, imprevisible, tranquilo… Las olas del mar no son más que las olas de posesión y desprendimiento del querer vivir.

Santiago López Petit: Horror vacui. La travesía de la Noche del Siglo, Siglo XXI, Madrid, 1996, p. 60

arco iris (ii)

Lucio Fontana- Concetto spaziale. Attesa (Concepto espacial. Espera, 1960)Lucio Fontana: Concepto espacial. Espera (1960)

En un texto violentamente poético, Lawrence describe lo que hace la poesía: los hombres incesantemente se fabrican un paraguas que les resguarda, en cuya parte inferior trazan un firmamento y escriben sus convenciones, sus opiniones; pero el poeta, el artista, practica un corte en el paraguas, rasga el propio firmamento, para dar entrada a un poco del caos libre y ventoso y para enmarcar en una luz repentina una visión que surge a través de la rasgadura, primavera de Wordsworth o manzana de Cézanne, silueta de Macbeth o de Acab. Entonces aparece la multitud de imitadores que restaura el paraguas con un paño que vagamente se parece a la visión, y la multitud de glosadores que remiendan la hendidura con opiniones: comunicación. Siempre harán falta otros artistas para hacer otras rasgaduras, llevar a cabo las destrucciones necesarias, quizá cada vez mayores, y volver a dar así a sus antecesores la incomunicable novedad que ya no se sabía ver. Lo que significa que el artista se pelea menos contra el caos (al que llama con todas sus fuerzas, en cierto modo) que contra los tópicos de la opinión. El pintor no pinta sobre una tela virgen, ni el escritor escribe sobre una página en blanco, sino que la página o la tela están ya cubiertas de tópicos preexistentes, preestablecidos, que hay primero que tachar, limpiar, laminar, incluso desmenuzar para hacer que pase una corriente de aire surgida del caos que nos aporte la visión. Cuando Fontana corta el lienzo coloreado de un navajazo, no es el color lo que hiende de este modo, al contrario, nos hace ver el color liso del color puro a través de la hendidura. El arte efectivamente lucha con el caos, pero para hacer que surja una visión que lo ilumine un instante, una Sensación. Hasta las casas…: las casas tambaleantes de Soutine salen del caos, tropezando a uno y otro lado, impidiéndose mutuamente que se desmoronen de nuevo; y la casa de Monet surge como una hendidura a través de la cual el caos se vuelve la visión de las rosas. Hasta el encarnado más delicado se abre en el caos, como la carne en el despellejado. Una obra de caos no es ciertamente mejor que una obra de opinión, el arte se compone tan poco de caos como de opinión; pero si se pelea contra el caos, es para arrebatarle las armas que vuelve contra la opinión, para vencerla mejor con unas armas de eficacia comprobada. Incluso porque el cuadro está en primer lugar cubierto de tópicos, el pintor tiene que afrontar el caos y acelerar las destrucciones para producir una sensación que desafíe cualquier opinión, cualquier tópico (¿durante cuánto tiempo?). El arte no es el caos, sino una composición del caos que da la visión o sensación, de tal modo que constituye un caosmos, como dice Joyce, un caos compuesto -y no previsto ni preconcebido-. El arte transforma la variabilidad caótica en variedad caoidea, por ejemplo el arrebol gris-negro y verde de El Greco; el arrebol dorado de Turner o el arrebol rojo de Staël. El arte lucha con el caos, pero para hacerlo sensible, incluso a través del personaje más encantador, el paisaje más encantado (Watteau).

G. Deleuze y F. Guattari: ¿Qué es la filosofía?, Anagrama, Madrid, 1997, pp. 204-205

Ugo Mulas - secuencia de Lucio Fontana en su estudio (1964)Ugo Mulas: Lucio Fontana en su estudio, secuencia (1964)

Introducción de D.H. Lawrence a Chariot of the Sun, de Harry Crosby (eng)

el taller

Magritte- El arte de la conversación (1963)

Magritte- El arte de la conversación (1963)

Sobre la elaboración paulatina del pensamiento a medida que se habla

A.R. v. L.

Cuando quieras saber algo y no seas capaz de averiguarlo meditando, te aconsejo, querido y discreto amigo mío, que hables de ello con el primer conocido con quien topes. No necesita poseer un caletre privilegiado, ni lo que yo propongo es que lo interrogues sobre tu problema, ¡no! Antes bien, debes contárselo tú mismo en primer lugar. Ya te veo enarcar las cejas asombrado y responderme que, en el pasado, se te aconsejó no hablar sino sobre cosas que ya comprendieses bien. Pero antaño hablabas probablemente con la petulancia de querer instruir a otros, yo quiero que hables con la juiciosa intención de instruirte a ti mismo; de modo que acaso ambas reglas de prudencia, diferentes para diferentes casos, sean compatibles sin dificultad. Dicen los franceses que l’appétit vienent en mangeant [el comer y el rascar, todo es empezar; literalmente: al comer se despierta el hambre]; y este principio basado en la experiencia sigue siendo verdadero cuando se lo reformula paródicamente como l’idée vient en parlant [al hablar se nos ocurre la idea]. A menudo, encorvado en mi escritorio sobre los legajos, intento hallar el punto de vista desde el cual enjuiciar correctamente un pleito enredoso. Ocupado como está mi fuero íntimo en el empeño de ponerse en claro, suelo entonces mirar hacia la luz –el punto de claridad mayor. O busco, cuando se me propone un problema algebraico, la ecuación inicial que expresa los datos del problema, y de la cual se deducirá la solución mediante un cálculo sencillo. Pues mira: cuando converso sobre ello con  mi hermana, que trabaja sentada detrás de mí, averiguo lo que quizá no hubiera podido aclarar en horas enteras de cavilación. No es que ella me lo diga en el sentido propio de la palabra; ya que no conoce el Código legal, ni ha estudiado los tratados matemáticos de Euler o Kästner. Tampoco es que ella me guíe con preguntas sagaces hasta el meollo del asunto, aunque esto último también acaece a menudo. Mas yo tengo de antemano alguna oscura noción vinculada lejanamente con lo que busco, y si con osadía la tomo como punto de partida, el entendimiento, a medida que progresa el discurso, forzado a hallar un final para ese comienzo, troquela la confusa noción inicial hasta conferirle completa nitidez, de forma que el conocimiento –para asombro mío- ya está listo al acabar el período oratorio. Intercalo sonidos inarticulados, alargo las locuciones conjuntivas, utilizo también tal o cual aposición que en realidad no es necesaria y me valgo de otros artificios que dilatan el discurso con objeto de ganar el tiempo necesario para la forja de mi idea en el taller de la razón. En esos momentos nada me ayuda más que un gesto de mi hermana, como si quisiera interrumpirme; pues a mi entendimiento, ya de por sí en tensión, lo acicatea todavía más el intento de arrebatarle desde fuera el discurso en posesión del cual se halla y –semejante a un gran general cuando se ve en un atolladero- hace dar a sus facultades lo mejor de sí mismas. En este sentido entiendo el provecho de que resultarle a Molière su criada; pues el asignar a la moza –como él pretende- un juicio crítico capaz de corregir el suyo  propio, revelaría una modestia de cuya presencia en aquel pecho de poeta desconfío. Para el que habla hay una peculiar fuente de entusiasmo en el rostro humano de un interlocutor; y una y una mirada que expresa la comprensión de un pensamiento formulado sólo a medias nos regala a menudo la formulación de la otra mitad del mismo. Tengo para mí que más de un gran orador, al abrir la boca, aún no sabía lo que iba a decir. Pero la convicción de que las circunstancias por sí mismas, y la excitación de su entendimiento resultante de ellas, producirían la necesaria copia de pensamientos, le confería el atrevimiento necesario para empezar a la buena de Dios. Me viene a las mientes la célebre “fulgurita” de Mirabeau, con la que despachó al maestro de ceremonias que, después de haber acabado la última junta monárquica del 23 de junio, en la cual el rey había ordenado a los tres Estamentos marchar por separado, regresó a la sala de juntas donde todavía se demoraban los Estamentos y preguntó si no habían oído la orden del rey. “Sí”, respondió Mirabeau, “hemos oído la orden del rey” –estoy seguro de que con este afable comienzo aún no pensaba en las bayonetas con las que concluyó: “Sí, caballero”, repitió, “la hemos oído” –se ve que aún no sabe en absoluto lo que pretende. “Pero, ¿qué derecho tiene usted” –prosiguió, y ahora, de súbito, se dispara un torrente de intuiciones tremendas- “a insinuarnos órdenes a nosotros? Somos los representantes de la nación”. -¡Eso era lo que necesitaba! “La nación da órdenes, y no recibe ninguna”-llegando enseguida al colmo de la osadía. “Y para hacerme entender con toda claridad” –y solo ahora da con la formulación que expresa toda la resistencia que su alma está dispuesta a oponer: “Comunique usted a su rey que no abandonaremos nuestro puesto sino a punta de bayoneta”. –Dicho lo cual se sentó en su silla, satisfecho consigo mismo. –Si pensamos ahora en el maestro de ceremonias, no podemos imaginarlo más que en completa bancarrota espiritual tras semejante lance, según una ley análoga a la que carga un cuerpo en estado eléctrico neutro, cuando entra en la atmósfera de un cuerpo electrizado, con la electricidad de signo opuesto. E igual que en el cuerpo electrizado, tras esta acción recíproca se refuerza nuevamente el grado de electricidad en él contenido, así el anonadamiento de su adversario transformó la valentía de nuestro orador en el más temerario entusiasmo. Acaso, de este modo, fue en última instancia el temblor de un labio superior, o un jugueteo ambiguo con el puño de la camisa, lo que provocó en Francia la subversión del orden de las cosas. Leemos que Mirabeau, apenas el maestro de ceremonias se hubo alejado, se levantó y propuso: 1) constituirse de inmediato en Asamblea Nacional y 2) proclamar la inviolabilidad de la Asamblea. Tras haberse descargado con esto como una botella de Leyden, se hallaba ahora de nuevo en estado neutro y, repuesto de su temeridad, dio cabida en sus consideraciones al temor por el tribunal del Châtelet y a la prudencia. –Aquí tenemos una curiosa concordancia entre los fenómenos del mundo físico y los del mundo moral, que –en caso de que continuásemos investigándola- se manifestaría hasta en los menores detalles. Pero abandono mi analogía y retorno al asunto principal. También Lafontaine, en su fábula Les animaux malades de la peste [Los animales apestados], en la cual el zorro se ve obligado a improvisar una apología ante el león, sin saber de dónde extraerá su contenido, presenta un ejemplo singular de elaboración paulatina del pensamiento a partir de un comienzo dictado por la necesidad. La fábula es bien conocida. La peste impera en el reino animal; el león convoca a los notables de éste y les declara que es necesaria una víctima propiciatoria para aplacar a los cielos. Hay muchos pecadores entre el pueblo, y la muerte del mayor tiene que salvar a los demás de perecer. Harían bien, por ende, en confesarle sinceramente sus faltas. Él por su parte confiesa que, aguijoneado por el hambre, acabó con más de una oveja; también con el perro, cuando se acercaba demasiado; sí, incluso llegó a ocurrir que en un instante de gula se zampó al pastor. De no haber incurrido nadie en mayores debilidades él, el león, está dispuesto a morir. “Señor”, dice el zorro, deseoso de desviar la tormenta lejos de sí, “su generosidad nos abruma. Se extralimita usted en su noble celo. ¿No es una minucia estrangular a una oveja? ¿O a un perro, esa bestia indigna? Y “quant au berger [en lo que hace al pastor]”, prosigue, pues éste es el meollo del asunto: “on peut dire [puede decirse]”, aunque todavía no sabe qué, “qu’il méritoit tout mal [que merecía cualquier calamidad]”; a la buena de Dios; y con ello está ya enredado; “étant [por ser]”; un vulgar circunloquio, que le hace empero ganar tiempo: “de ces gens là [de esas personas]”, y sólo ahora da con el pensamiento que le saca de apuros: “qui sur les animaux se Font un chimérique empire [que se forjan un quimérico dominio sobre los animales]”. –Y procede a probar que el asno, ¡bestia sanguinaria! (pues devora todas las hierbas) es la víctima apropiada, tras lo cual todos se abalanzan sobre él y lo despedazan. –Un discurso semejante es en verdad pensamiento en voz alta. La sucesión de ideas y sus designaciones progresan paralelamente, y los actos del entendimiento para las unas y las otras son congruentes. El lenguaje no constituye entonces traba alguna, a modo de calzo que  inmovilizase la rueda del espíritu, sino que es como una segunda rueda fija en el eje de aquélla y rodando al unísono. Muy otra cosa sucede cuando el espíritu tiene el pensamiento listo ya antes de la elocución. Pues entonces ha de limitarse a su mera expresión, y esta tarea, antes bien que estimularlo, no tiene otro efecto que el de distenderlo. Por ello, cuando una idea es expresada confusamente, no se sigue de ello en absoluto que también haya sido pensada confusamente; antes bien podría darse el caso de que las expresadas más confusamente sean precisamente las pensadas con mayor claridad. A menudo, en una reunión en la que merced a la conversación animada las ideas están fecundando continuamente los entendimientos, vemos cómo personas que por lo general se muestran retraídas, pues no se sienten dueñas del lenguaje, de sopetón se enardecen con un movimiento espasmódico y apoderándose del lenguaje dan a luz algo incomprensible. Sí, se diría que, una vez han captado la atención de todos, con un gesto tímido dan a entender que ellos mismos ya no saben a ciencia cierta lo que han querido manifestar. Probablemente esas personas han pensado con toda claridad algo muy acertado. Pero el súbito cambio de actividad, la transición del pensamiento a la expresión, reprimió la excitación del espíritu que resulta tan necesaria para la conversación del pensamiento como para su generación. En tales casos es por completo imprescindible tener el lenguaje con facilidad a punto para poder emitir en sucesión tan rápida como sea posible lo pensado en simultaneidad, y que sin embargo no puede ser enunciado en simultaneidad. Y en general cualquiera que hable más rápido que su oponente, supuesto que ambos se produzcan con igual claridad, tendrá una ventaja sobre él, pues en el mismo tiempo pone en combate más tropas que él. La necesidad de una cierta excitación del entendimiento, incluso para engendrar de nuevo ideas ya tenidas con anterioridad, se hace patente cuando se somete a examen a cabezas esclarecidas y con instrucción, y sin ningún preámbulo se le plantean preguntas como la siguiente: ¿qué es el estado? O bien; ¿qué es la propiedad? u otras semejantes. Si estos jóvenes se hubiesen hallado en una reunión en donde ya se hubiera discutido sobre el estado o sobre la propiedad durante cierto tiempo, acaso habrían dado fácilmente con la definición procediendo mediante comparación, aislamiento y combinación de conceptos. Pero aquí, donde falta por completo esa preparación del entendimiento, los vemos atascarse, y sólo un examinador incompetente concluirá de ello que no saben. Pues no es que nosotros sepamos, sino que más bien un cierto estado nuestro sabe. Sólo los espíritus adocenados, gente que ayer aprendió de memoria lo que es el estado y mañana lo habrá olvidado nuevamente, tendrán aquí la respuesta a mano. Aún sin tener en cuenta que es ya de por sí enojoso y hiere la sensibilidad e incita a mostrarse testarudo el que uno de esos eruditos charlatanes nos examine los conocimientos, para comprarnos o rechazarnos según sean cinco o seis; es tan difícil tañer el entendimiento humano y lograr arrancarle su melodía personal, se desafina tan fácilmente en manos torpes, que incluso el más consumado conocedor de la persona, ducho hasta la maestría en delicado arte de partear los pensamientos –según Kant lo caracteriza-,  podría aquí cometer desaguisados a causa del desconocimiento de su recién nacido.

Por lo demás lo que les procura a tales jóvenes –incluso a los más ignorantes- en la mayoría de los casos una buena calificación es la circunstancia de que también los entendimientos de los examinadores, cuando el examen se realiza en público, están ellos demasiado turbados como para poder juzgar con imparcialidad. Pues no sólo son conscientes, a menudo, del impudor de todo procedimiento –ya nos avergonzaría exigir a alguien que vaciase su bolsa ante nosotros, cuanto más su alma-: sino que su propio intelecto tiene que someterse aquí a una peligrosa inspección, y pueden dar gracias a Dios cuando logran salir del examen sin mostrar su flaco, acaso más ignominiosamente que el jovenzuelo recién salido de la universidad a quien examinaban.

(Continuará.)

Kleist, Heinrich von: Sobre la elaboración paulatina del pensamiento a medida que se habla, en Sobre el teatro de marionetas y otros ensayos de arte y filosofía, Madrid, Hiperion, 1988, p.37-45 [trad. Jorge Riechmann]

tripas

narciso_caravaggioNarciso (1597-1599), Caravaggio

MEDIODÍA

Has servido «una sopa» y nada más. Pero

difícilmente consigues tragar ese caldo; es un líquido

turbio en el que flotan trozos de pato salvaje y

tripas mal limpiadas…

Está lejos de resultar sabroso.

 

Anton Chéjov: En Siberia, en Un sendero nuevo a la cascada, de Raymond Carver, Madrid, Visor, 2008, p. 89

direcciones

Richard Serra. La materia del tiempo (The Matter of Time) 1994–2005

Richard Serra: La materia del tiempo (The Matter of Time) (1994–2005) Fotografía: tedbassman

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El símbolo de la inteligencia es la antena del caracol «de vista táctil», que, si hemos de creer a Mefistófeles (1) le sirve también de olfato. La antena se retira inmediatamente, ante el obstáculo, al caparazón protector del cuerpo; allí vuelve a formar una sola cosa con el todo y sólo con extrema cautela vuelve a aventurarse como órgano independiente. Si el peligro está aún presente, vuelve a desaparecer, y el intervalo hasta la repetición del intento se alarga. La vida espiritual es, en sus orígenes, infinitamente frágil y delicada. La sensibilidad del caracol se halla confiada a un músculo, y los músculos se debilitan cuando su juego se ve impedido. El cuerpo queda paralizado por la lesión física, el espíritu por el terror. Ambos son, en su origen, inseparables.
Los animales más desarrollados se deben a sí mismos a una mayor libertad, su existencia es una prueba de que las antenas fueron en determinado momento prolongadas en nuevas direcciones y no fueron rechazadas.

__________

(1) Faust, Primera Parte, 4068 (trad. cast. de J. M. Valverde, Fausto, Planeta, Barcelona, 1990, 118).

Theodor W. Adorno y Max Horkheimer: Dialéctica de la Ilustración, Trotta, Madrid, p. 302

a tientas

Chirico-La-vuelta-de-Ulises-1968

Giorgio de Chirico: El retorno de Ulises (1968)

EL PENSAMIENTO

Es un error suponer que la verdad de una teoría es lo mismo que su fecundidad. Muchos, sin embargo, parecen pensar exactamente lo contrario. Creen que una teoría tiene tan poca necesidad de encontrar su aplicación en el pensamiento que, en general, es mejor que prescinda de ello. Toman toda afirmación en el sentido de una profesión de fe definitiva, de una orden o de un tabú. Quieren someterse a la idea como a un dios, o bien la atacan como a un ídolo. No tienen libertad frente a ella. Pero es esencial a la verdad el estar presente como sujeto activo. Uno puede oír proposiciones que en sí son verdaderas, pero sólo captará su verdad pensando y repensando en ellas.

Ese fetichismo se expresa hoy en forma extrema. Se es llamado a rendir cuentas del pensamiento como si éste fuese directamente la praxis*. No sólo la palabra que busca atacar al poder, sino también aquella otra que se mueve a tientas, experimentando, jugando con las posibilidades del error, resulta simplemente por eso intolerable. Pero ser incompleto y saberlo es también la señal del pensamiento, y justamente de ese pensamiento con el que vale la pena morir. La tesis según la cual la verdad es el todo** se revela como idéntica a su opuesta, según la cual la verdad sólo existe como parte. La excusa más miserable que los intelectuales han podido encontrar para los verdugos —y en el siglo pasado no han estado, al respecto, con las manos quietas— es la de que el pensamiento de la víctima, por el que ésta fue asesinada, había sido un error.

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* «directamente la praxis»/1944: «directamente la praxis. En Europa apenas existe ya una nación donde uno no sea fusilado por un lapsus linguae.»

** (Hegel, Phänomenologie des Geistes, cit., 24, trad. cast., Fenomenología del espíritu, cit., 16).

T. Adorno y M. Horkheimer, Dialéctica de la Ilustración, Trotta, Madrid, 1998, p.290