Manuel Álvarez Bravo: Figuras en el Castillo, 1920′
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No tiene mayor importancia que el lingüista se torne bilingüe y llegue a pensar como lo hacen los indígenas (cualquiera que sea el significado de esto). Porque la arbitrariedad de leer nuestras objetivaciones en la lengua nativa no refleja tanto la inescrutabilidad de la mente indígena como que no hay nada que escrutar. Hasta nosotros mismos, que hemos crecido juntos y hemos aprendido también juntos nuestra lengua, hablamos el mismo lenguaje por la sola razón de que la sociedad nos ha instruido en un mismo patrón de respuestas verbales a incitaciones exteriores observables. Se nos ha inculcado una conformidad externa a un standard externo; y así es que cuando yo correlaciono sus sentencias con las mías mediante la simple regla de correspondencia fonética, encuentro que las condiciones públicas de las afirmaciones y negaciones coinciden con las de las mías. Si de ello concluyo que usted comparte mi esquema conceptual, no agrego una conjetura suplementaria, sino que estoy desdeñando distinciones insondables. ¿Puede imaginarse otro criterio de similitud de esquema conceptual? El caso de un francés es el mismo, excepto que correlaciono sus sentencias con las mías no por correspondencia fonética, sino de acuerdo con un diccionario de larga evolución. (1) Finalmente, el caso del lingüista y su tribu recién descubierta difiere simplemente en que dicho lingüista tiene que encontar una correlación general, sentencia a sentencia, tal que las situaciones públicas de las afirmaciones y negaciones de los salvajes coincidan razonablemente con las de él. Si fracasa en esto, o si tiene muchas dificultades, o lo logra sólo a fuerza de una horrible y compleja masa de correlaciones, entonces puede decir (en el único sentido en que puede decirlo) que sus aborígenes tienen una actitud muy distinta de la nuestra; y a un así no puede indicar coherentemente cómo es esa actitud. La situación del nativo bilingüe no es mejor en principio.
Cuando comparamos teorías, doctrinas, puntos de vista, culturas, para determinar qué tipos de objetos se considera que son, los comparamos en un respecto que tiene sentido sólo provincialmente. Tiene sentido en la misma medida en que nuestros esfuerzos para traducir nuestros modismos domésticos de identidad y cuantificación nos permiten establecer correspondencias simples y de natural apariencia. Examinando el asunto atentamente, es improbable que encontremos una cultura muy extraña que tenga predilección por un universo de discurso muy diferente, precisamente porque tal diferencia sería incompatible con el sentido de aplicabilidad de nuestro diccionario. Existe la idea de que nuestros modos provinciales de postular objetos y de concebir la naturaleza pueden ser comprendidos tal como son colocándonos aparte y observándolos sobre un trasfondo cosmopolita de culturas diferentes de la nuestra; pero la noción se reduce a nada, puesto que no hay που στω*. (2)
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(1) Véase Richard von Mises, Positivism, Harvard, Cambridge, 1951, pp. 46 y ss
(2) Para un desarrollo más completo de este tema, véase mi «Meaning and Translation«, en la antología On Translation de Reuben Brower (harvard, en prensa). Agradezco a Burton Dreben sus críticas por las que se benefició la precedente sección de este ensayo y algunas partes siguientes.
W. V. Quine: La relatividad ontológica y otros ensayos, Tecnos, Madrid, Trad. de Manuel Garrido y Josep Ll. Blasco, 1986, pp. 17-18
*La expresión που στω, punto de apoyo, se refiere a la ley de la palanca de Arquímedes, más en concreto, a la conocida sentencia: «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo». Arquímedes era matemático, físico, astrónomo.