piedra

Magritte-L'Art-de-la-conversation-1950

El arte de la conversación, 1950 – Rene Magritte

Deux hommes en conversation. Petits. Insignifiants. Dans leur dos, un énorme monument, aux montants gigantesques avec dalles en tous sens, dont les pierres entassées ne laissent guère d’espace qui puisse être utilisé. Les deux hommes continuent à parler. Parler! C’est d’avoir parlé qu’il reste partout des constructions, des cons­tructions embarrassantes, inutiles, de­venues énormes, cyclopéennes, de plus en plus inutiles, sans emploi, par l’adjonction de nouvelles paroles, de nouveaux parleurs… qui toujours lais­sent des restes. Et devant un de ces vastes monuments aux grandes pierres entremêlées où il n’y a même pas une pièce où l’on pourrait se tenir, où l’on ne passe plus, les deux hommes, sans tourner la tête, sans y faire atten­tion, s’entretiennent, les inconscients!

A mesure qu’ils discourent, ne pour­raient-ils voir les encombrants additifs qui vont encore prendre du peu de place qui reste? Non, il y faut du temps. Ce sont d’autres qui le verront, qui plus tard, parlant aussi, viendront passer devant le monument agrandi, de plus en plus massif, de plus en plus inutilisable.
C’est pour avoir tellement parlé et écrit qu’il y a de par le monde tant de restes qui, avec leur sérieux «déplacé» ont une résistance de pierre à tout ce qu’on aurait besoin de faire de véritablement nouveau. De ces con­fuses pierres, un silence sort, un empê­chement, pierres pour entraver l’esprit, pour entraver la marche, pour entraver l’avenir. Pierres! Républiques de Paroles.
Mais peut-être ces deux hommes ont-ils eu le besoin de se sentir évo­luer sur un fond important, archéo­logique? L’humain -en somme- c’est leur groupe.

Henri Michaux, extrait de «En rêvant à partir de peintures énigmatiques».

paraíso

Onai Ram- Belgian frites

Onai_Ram– Belgian frites

La tragedia de la modernidad radica en que, olvidando que el hombre es y sigue siendo un ser religioso, le conduce, de hecho, a construirse religiones seculares. Esas construcciones niegan ser religiones; pero no por eso dejan de reunir los dos rasgos fundamentales que las caracterizan; crear lazos sociales en torno a una trascendencia y exigir de los hombres el sacrificio de su vida. Tales son los nacionalismos, productores de ritos impresionantes. Tales son las utopías del siglo XX -comunismo, nazismo…- con su pretensión de llevar a cabo el paraíso en la tierra. Esas utopías, en principio antirreligiosas y racionales, incluyen de forma notable el mecanismo de expiación: es el caso, en la época estilista, de las autocríticas, los procesos de los «traidores» al partido, recordando que nadie es inocente; es el caso, durante la gran revolución cultural proletaria, de las confesiones públicas de dirigentes bajo la atenta vigilancia de los guardas rojos; es el caso, en la Camboya de los jemeres rojos, de las confesiones escritas y reescritas.

En esas religiones, salidas del sueño prometeico de Occidente, el hombre se convierte en Dios y es el árbitro del bien y del mal. Mientras que las religiones tradicionales sitúan el sentido del hombre en el más allá y están preservadas por el misterio, esas religiones modernas, al prometer la realización de la humanidad aquí y ahora, tienen aún mayor necesidad de una adhesión total, de una entrega sin límites. Si la duda logra infiltrarse, la impresionante iglesia queda convertida en un decorado en cartón piedra. Esas religiones exigen fanatismo y terror.

Philippe Moreau Defarges: Arrepentimiento y reconciliación, Bellaterra, Barcelona, 1999, pp. 13-14

al aire

Martin Munkácsi-Summer Camp near Bad Kissingen, 1929Martin MunkácsiSummer Camp near Bad Kissingen, 1929

ESCENA 4

Al aire libre

Danton

No quiero ir más lejos. No quiero romper este silencio con el ruido de mis pasos y de mi respiración. (Se sienta en el suelo. Tras una pausa.)

Me han hablado de una enfermedad que hace perder la memoria. La muerte debe ser algo parecido. A veces tengo la esperanza de que su acción sea tan intensa que me haga perderlo todo. ¡Ojalá fuera así!

En ese caso, como un cristiano, yo correría para salvar a mi enemigo, mi memoria.

El lugar es seguro, parece, sí, para mi memoria; pero no para mí. La tumba es más segura, y al menos me ofrece el olvido. Ella mata mi memoria. Mientras que aquí mi memoria vive, y me mata. ¿Ella o yo? Es fácil responder a eso. (Se levanta y sigue)

Estoy coqueteando con la muerte, me divierto guiñándole el ojo a distancia, con un catalejo. Y es que en el fondo esta historia me da ganas de reír. Tengo una sensación de perennidad que me dice: mañana será como hoy, y pasado mañana, y después, y siempre será todo parecido. No son más que ruidos que quieren asustarme. ¡No se atreverán!

Georg Büchner: La muerte de Danton, Hondarribia, Hiru, 2002, p. 150