Georges Ribemont-Dessaignes: Comédien (1920)
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VIII. ABRID ALGUNOS CADÁVERES
Muy pronto vincularon los historiadores el nuevo espíritu médico con el descubrimiento de la anatomía patológica; ésta parecía definirlo para lo esencial, llevarlo y recubrirlo, formar a la vez su expresión más viva y su razón más profunda; los métodos de análisis, el examen clínico, y hasta la reorganización de las escuelas y de los hospitales parecían prestarle su significación. «Una época nueva para la medicina acaba de comenzar en Francia […]; el análisis aplicado al estudio de los fenómenos fisiológicos, un gusto ilustrado por los escritos de la antigüedad, la reunión de la medicina y de la cirujía, la organización de las escuelas clínicas han operado esta asombrosa revolución caracterizada por los progresos de la anatomía patológica.» (1) Ésta recibía el curioso privilegio de venir, en el último momento del saber, a dar los primeros principios de su positividad.
¿Por qué esta inversión cronológica? ¿Por qué el tiempo habría depositado al término del recorrido lo que estaba contenido en la partida, abriendo el camino y justificándolo? Durante ciento cincuenta años se ha repetido la misma explicación: la medicina no pudo encontrar acceso a lo que la fundaba científicamente, sino dando, con lentitud y prudencia, la vuelta a un obstáculo decisivo, el que la religión, la moral y obtusos prejuicios oponían a que se abrieran cadáveres. La anatomía patológica vivió una vida de penumbra, en los límites de lo prohibido, y gracias a ese valor de los saberes clandestinos que soportaron la maldición; no se diseccionaba sino al amparo de dudosos crepúsculos, en el gran miedo de los muertos: «En el punto del día, en que se acerca la noche -Valsalva- se deslizaba furtivamente en los cementerios, para estudiar allí con holgura los progresos de la vida y de la destrucción»; se vio a su vez a Morgagni «excavar la tumba de los muertos y hundir su escalpelo en cadáveres robados al sepulcro.» (2) Luego vinieron las Luces; la muerte tuvo el derecho a la claridad y se convirtió para el espíritu filosófico en objeto y fuente de saber: «Cuando la filosofía introdujo su antorcha en medio de los pueblos civilizados se permitió al fin llevar una mirada escrutadora a los restos inanimados del cuerpo humano, y estos despojos, antes miserable presa de los gusanos, se convirtieron en la fuente fecunda de las verdades más útiles.» (3) Hermosa trasmutación del cadáver; un tierno respeto lo condenaba a pudrirse, al trabajo negro de la destrucción; en la intrepidez del gesto que no viola sino para sacar a la luz, el cadáver se convierte en el momento más claro en los rostros de la verdad. El saber prosigue donde se formaba la larva.
(1) P. Rayer, Sommaire d’une histoire abrégée de l’anatomie pathologique (París, 1818), introd., p. v.
(2) Rostan, Traité élémentaire de diagnostic, de pronostic, d’indications thérapeutiques (París, 1826), t. I, p. 8.
(3) J.-L. Allbert, Nosologie naturelle (París. 1817), Preliminares, I, p. LVI.
Michel Foucault: El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica, Siglo XXI, Madrid, trad. de Francisca Perujo, 2007, p.169-170