Rilke, Cartas a un joven poeta

Las cosas no son todas tan comprensibles ni tan fáciles de expresar
como generalmente se nos quisiera hacer creer.
La mayor parte de los acontecimientos son inexpresables;
suceden dentro de un recinto que nunca holló palabra alguna.
Y más inexpresables que cualquier otra cosa son las obras de arte:
seres llenos de misterio, cuya vida,
junto a la nuestra que pasa y muere, perdura.

Persona (1966)


Persona (1966) Director: Igman Bergman.

(18’43’’)

¿Crees que no lo entiendo?
El sueño imposible de ser
No de parecer sino de ser
Consciente en cada momento. Vigilante.
Al mismo tiempo el abismo entre lo que eres para los otros y para ti misma,
el sentimiento de vértigo y el deseo constante de al menos,
estar expuesta, de ser analizada, diseccionada, quizás incluso aniquilada.
Cada palabra una mentira, cada gesto una falsedad, cada sonrisa una mueca.
¿Suicidarse? No, eso es horrible. Tú no harías eso.
Pero puedes quedarte inmóvil y en silencio.
Por lo menos así no mientes.
Puedes encerrarte en ti misma, aislarte.
Así no tendrás que desempeñar roles, ni poner caras ni falsos gestos.

Piensas. Pero, ¿ves?
La realidad es atravesada, tu escondite no es hermético.
La vida se cuela por todas partes. Estás obligada a reaccionar.
Nadie pregunta si es real o irreal, si tú eres verdadera o falsa.
La pregunta sólo importa en el teatro. Y casi ni siquiera allí.
Te entiendo, Elisabeth. Entiendo que estés en silencio, inmóvil,
que hayas situado esta falta de voluntad en un sistema fantástico.
Te entiendo y te admiro.
Creo que deberías mantener este papel hasta que se agote,
hasta que deje de ser interesante. Entonces podrás dejarlo,
igual que fuiste dejando los demás papeles. (20’45’’)

Czeslaw Milosz

Poema Elegía Para N. N.

Si es demasiado lejos para tí, dilo.
Habrías podido correr sobre las pequeñas olas del Báltico,
atravesar el campo de Dinamarca, la floresta de hayas,
virar hacia el océano, y ya está, cerca,
el Labrador, blanco en esta estación del año.
Tú, que soñabas una isla solitaria,
si temes las ciudades, el parpadeo de los fuegos sobre las autorrutas,
habrías podido tomar el camino de los bosques sordos,
sobre torrentes revueltos y azules, y rastros del ciervo y del reno,
hasta las Sierras, hasta las minas de oro abandonadas.
El Río Sacramento te habría llevado entonces,
por entre las colinas recubiertas de encinas espinosas.
Todavía un bosque de eucaliptos, y estarás en mi casa.

Es cierto, cuando la manzanita florece,
y la bahía es azul en las mañanas de primavera,
yo pienso a mi pesar en la casa entre lagos
y en las redes recogidas bajo el cielo Lituano.
La cabaña donde te despojabas de tu traje antes del baño
se cambió para siempre en un cristal abstracto.
Y en él está la oscura miel de la tarde, junto al balcón,
y las pequeñas lechuzas, graciosas, y el olor de los arneses.

Cómo podíamos vivir entonces, yo no puedo decirlo.
Las costumbres, los trajes, vibran imprecisos,
inconsistentes, tensos hacia el final.
Es tal vez que pensábamos en las cosas tal como son?
El saber de los años fogosos ha enrojecido los caballos ante la forja,
y las pequeñas columnas en el mercado de la aldea,
y los peldaños de madera y la peluca de Mamá Fliegeltaub.

Mucho hemos aprendido, tú bien lo sabes:
cómo nos es quitado, cosa por cosa, todo aquello que no podía ser,
la gente, las comarcas.
Y el corazón no muere cuando uno creyó que debería,
pero sonreímos, el té y el pan sobre la mesa.
Sólo el remordimiento de no haber amado como se debe
esa pálida ceniza de Sachsenhausen
con un amor absoluto, que no está a la medida del hombre.

Tú te has acostumbrado a nuevos inviernos, húmedos,
a la ciudad donde la sangre del propietario alemán
fue raspada de los muros, y a donde él jamás regresó.
Tampoco yo he llevado más de lo que podía, ciudades y país.
No se puede entrar dos veces en el mismo lago,
sobre hojas descompuestas de abedul,
y quebrando una estrecha estría de sol.

Tus faltas y las mías, no fueron grandes faltas,
tus secretos y los míos, no eran grandes secretos.
Cuando te anudan la mandíbula con un pañuelo,
cuando te ponen una cruz entre los dedos,
y a lo lejos un perro ladra, brilla una estrella.

No, no es porque estés tan lejos
que no has venido el otro día, la otra noche.
De año en año madura en nosotros y nos invadirá,
yo, como tú, lo he comprendido: la indiferencia.

Brisa Marina, Stéphan Mallarmé

 

Leí todos los libros y es, ¡ay! , la carne triste.
¡huir, huir muy lejos! Ebrias aves se alejan
entre el cielo y la espuma. Nada de lo que existe,
ni los viejos jardines que los ojos reflejan,
ni la madre que, amante, da leche a su criatura,
ni la luz que en la noche mi lámpara difunde
sobre el papel en blanco que defiende su albura
retendrá al corazón que ya en el mar se hunde.
¡Yo partiré! ¡Oh, nave, tu velamen despliega
y leva al fin las anclas hacia incógnitos cielos!
Un tedio, desolado por la esperanza ciega,
confía en el supremo adiós de los pañuelos.
Y tal vez, son tus mástiles de los que el viento lanza
sobre perdidos náufragos que no encuentran maderos,
sin mástiles, sin mástiles, ni islote en lontananza…
¡Corazón, oye cómo cantan los marineros!