privilegio

Marina Abramović- Carrying the Skeleton 2008Marina Abramović: Carrying the Skeleton (2008)

Si plantamos semillas, lo que crece es otra generación de la planta. Si se esqueja, la misma planta se prolonga hasta el infinito. (Vuelve a empezar, joven.) ¿Por qué no descubrirán un elemento comparable a la tierra que permita perpetuar al hombre, ya que el individuo entero, la mirada, la voz, la forma de andar, está en la mínima de sus células y, si plantasen un recorte de uñas suyo, volvería a nacer y a empezar desde el principio? Pues porque todo hay que pagarlo. Las plantas pagan ese privilegio de no morir con el suplicio del escaso lugar que ocupan, con el estatismo, la anquilosis, la privación de una libertad (relativa) para moverse, cosas que el hombre tiene y paga muy caras, con el conocimiento del poco espacio por recorrer y con la muerte.
En algunas especies, el árbol se acoda él solo, deja colgar una rama hasta el suelo y, de esa rama, nace, con otra edad, pero exactamente igual. Esas especies eluden, pues, la intervención del hombre. Si pudieran, se reirían. Pues la risa es el gran privilegio que poseemos.
El conocimiento del hombre se alivia con la risa.

Jean Cocteau: De la risa, en La dificultad de ser, Siruela, Madrid, Trad. de María Teresa Gallego Urrutia, 2006, p.110

tinta

Joan Miró- Invention of Fire (1960)Joan Miró: Invention of Fire (litografía, 1960)

SOMBRA

De nuevo estáis aquí a mi lado
Recuerdos de mis compañeros muertos en la guerra
La oliva del tiempo
Recuerdos que no sois más que uno solo
Como cien pieles que no forman más que un manto
Como esos miles de heridas que no son más que un artículo de periódico
Apariencia impalpable y sombría que has apresado
La forma cambiante de mi sombra
Un indio al acecho durante la eternidad
Sombra te arrastras junto a mí
Pero ya no me oyes
No conocerás más los hermosos poemas que canto
Mientras yo te oigo aún te veo
Destino
Sombra múltiple que el sol te guarde
A ti que me amas lo suficiente para no abandonarme nunca
Y que danzas al sol sin levantar polvo
Sombra tinta del sol
Escritura de mi vida
Arcón de penas
Un dios que se humilla

Guillaume Apollinaire: Caligramas, Poemas de la Paz y de la Guerra (1913-1916), en Antología, Visor, Madrid, trad. de Manuel Álvarez Ortega, 2007, p. 68

OMBRE

Vous voilà de nouveau près de moi
Souvenirs de mes compagnons morts à la guerre
L’olive du temps
Souvenirs qui n’en faites plus qu’un
Comme cent fourrures ne font qu’un manteau
Comme ces milliers de blessures ne font qu’un article de journal
Apparence impalpable et sombre qui avez pris
La forme changeante de mon ombre
Un Indien à l’affût pendant l’éternité
Ombre vous rampez près de moi
Mais vous ne m’entendez plus
Vous ne connaîtrez plus les poèmes divins que je chante
Tandis que moi je vous entends je vous vois encore
Destinées
Ombre multiple que le soleil vous garde
Vous qui m’aimez assez pour ne jamais me quitter
Et qui dansez au soleil sans faire de poussière
Ombre encre du soleil
Ecriture de ma lumière
Caisson de regrets
Un dieu qui s’humilie

el sueño

Raoul Hausmann- Jeux mécaniques, Limoges (1957)Raoul Hausmann: Jeux mécaniques, Limoges (1957)

No lograr orientarse en una ciudad aún no es gran cosa. Mas para perderse en una ciudad, al modo de aquel que se pierde en un bosque, hay que ejercitarse. Los nombres de las calles tienen que ir hablando al extraviado al igual que el crujido de las ramas secas, de la misma forma que las callejas del centro han de reflejarle las horas del día con tanta limpieza como un claro en el monte. Este arte lo he aprendido tarde, pero ha cumplido el sueño cuyas huellas primeras fueron los laberintos que se iban formando sobre las hojas de papel secante de mis viejos cuadernos. No, no fueron esas las primeras, pues antes que ellas hubo otro laberinto que sin duda los ha sobrevivido.

Walter Benjamin: Infancia en Berlín hacia mil novecientos, en Obras, Libro IV vol. 1, Abada editores, 2010, trad. de Jorge Navarro Pérez, p. 179

Jeu (mécanique)

Tête mécanique (Raoul Hausmann, 1919)

plano

Germaine Krull- Bicycle Wheels (1929)Germaine Krull: Ruedas de Bicicleta (1929)

ARTÍCULOS DE ESCRITORIO Y PAPELERÍA

PLANO-PHARUS. Conozco a una mujer que es distraída. Ahí donde yo tengo a mano los nombres de mis proveedores, el lugar donde guardo mis documentos, las direcciones de mis amigos y conocidos, la hora de una cita, en ella se han fijado conceptos políticos, consignas del partido, fórmulas confesionales y órdenes. Vive en una ciudad de consignas y habita en un barrio de términos conspiradores y hermanados, en el que cada callejuela toma partido y cada palabra tiene por eco un grito de guerra.

(…)

Walter Benjamin: Dirección única, Alfaguara, Madrid, Traducción de Juan J. del Solar y Mercedes Allendesalazar, 1987, p. 50

nombres

 Toute la mémoire du monde (Alain Resnais, 1956)Fotograma de Toute la mémoire du monde (Alain Resnais, 1956)

Preguntas de un obrero que lee

¿Quién construyó Tebas, la de las Siete Puertas?
En los libros figuran solo nombres de reyes.
¿Acaso arrastraron ellos los bloques de piedra?
Y Babilonia, mil veces destruida,
¿Quién la volvió a levantar otras tantas? Quiénes edificaron
la dorada Lima, ¿en qué casas vivían?
¿Adónde fueron la noche
en que se terminó la Gran Muralla, sus albañiles?
Llena está de arcos triunfales
Roma la grande. Sus césares
¿sobre quiénes triunfaron? Bizancio,
tantas veces cantada, para sus habitantes
¿solo tenía palacios? Hasta en la legendaria
Atlántida, la noche que en que el mar se la tragó, los que se ahogaban
pedían, bramando, ayuda a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él solo?
César venció a los galos.
¿No llevaba siquiera un cocinero?
Felipe II lloró al saber su flota hundida.
¿No lloró más que él?
Federico de Prusia ganó la Guerra de los Treinta Años.
¿Quién la ganó también?

Un triunfo en cada página.
¿Quién preparaba los festines?
Un gran hombre cada diez años.
¿Quién pagaba los gastos?

A tantas historias,
tantas preguntas.

 

Bertolt Brecht: Historias de almanaque, Alianza, Madrid, 1980, trad. Joaquín Rábago, pp. 88-89

Cortometraje Toute la mémoire du monde (Alain Resnais, 1956)

incesantemente

Niño amputado tras un bombardeo del Ejército sirio en Alepo. (Manu Brabo-AP)

Alepo, Siria, 2013  (Manu Brabo-AP)

ÉL.- Tal vez Mario pensó en aquel momento que es preferible no preguntar por nada ni por nadie.

ELLA.- Que es mejor no saber.

ÉL.- Sin embargo, siempre es mejor saber, aunque sea doloroso.

ELLA.- Y aunque el saber nos lleve a nuevas ignorancias.

ÉL.- Pues en efecto: ¿quién es ése? Es la pregunta que seguimos haciéndonos.

ELLA.- La pregunta que invadió el planeta en el siglo veintidós.

ÉL.- Hemos aprendido de niños la causa: las mentiras y las catástrofes de los siglos precedentes la impusieron como una pregunta ineludible.

ELLA.- Quizá fueron numerosas, sin embargo, las personas que, en aquellos siglos atroces, guardaban ya en su corazón… ¿Se decía así?

ÉL.- Igual que decimos ahora: en su corazón.

ELLA.- Las personas que guardaban ya en su corazón la gran pregunta. Pero debieron de ser hombres oscuros, habitantes más o menos alucinados de semisótanos o de otros lugares parecidos.

(La luz se extingue sobre MARIO, cuyo espectro se aleja lentamente.)

ÉL.- Queremos recuperar la historia de esas catacumbas; preguntarnos también quiénes fueron ellos. [Y las historias de todos los demás: de los que nunca sintieron en su corazón la pregunta.]

ELLA.- Nos sabemos ya solidarios, no sólo de quienes viven, sino del pasado entero. Inocentes con quienes lo fueron; culpables con quienes lo fueron.

ÉL.- Durante siglos tuvimos que olvidar, para que el pasado no nos paralizase; ahora tenemos que recordar incesantemente, para que el pasado no nos envenene.

ELLA.- Reasumir el pasado vuelve más lento nuestro avance, pero también más firme.

ÉL.- Compadecer, uno por uno, a cuantos vivieron, es una tarea imposible, loca. Pero esa locura es nuestro orgullo.

ELLA.- Condenados a elegir, nunca recuperaremos la totalidad de los tiempos y las vidas. Pero en esa tarea se esconde la respuesta a la gran pregunta, si es que la tiene.

ÉL.- Quizá cada época tiene una, y quizá no hay ninguna. En el siglo diecinueve, un filósofo aventuró cierta respuesta. Para la tosca lógica del siglo siguiente resultó absurda. Hoy volvemos a hacerla nuestra, pero ignoramos si es verdadera… ¿Quién es ése?

ELLA.- Ése eres tú y tú y tú. Yo soy tú, y tú eres yo. Todos hemos vivido, y viviremos, todas las vidas.

ÉL.- Si todos hubiesen pensado al herir, al atropellar, al torturar, que eran ellos mismos quienes lo padecían, no lo habrían hecho… Pensémoslo así, mientras la verdadera respuesta llega.

ELLA.- Pensémoslo por si no llega.

(Un silencio.)

Antonio Buero Vallejo: El tragaluz (Parte Segunda), Espasa Calpe, Madrid, 1992, pp. 87-89

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(A vos.)

No sé exactamente por qué entre el 93 y 95 recorté imágenes de guerra de los periódicos que llegaban a casa. La única forma que encontré de hacer algo con aquellas fotos fue guardarlas en una caja, una caja plana de medias. Todas eran imágenes de guerra: Bosnia, Angola… Fotos en blanco y negro, de personas con piernas, brazos y sangre en blanco y negro. La sangre en blanco y negro no impresiona tanto como la sangre en color.

Mi aprendizaje de la guerra había comenzado antes, en la Guerra del Golfo. En casa no veíamos la tele a la hora de comer, por ese motivo no había visto demasiadas imágenes de guerra, pero la guerra acabó apareciendo, aún de perfil, en el colegio. Impactada por lo relatado, sin saber bien qué era, una noche comencé a rezar para que se acabase la guerra. La casualidad hizo que dos días más tarde se decretara el alto al fuego. El dios de los niños es el único al que podría uno fiar el destino de la humanidad. Pero también el tiempo hace que los dioses dejen de ser niños.

en todas partes

Retrato de Guillaume Apollianiare- Pablo Picasso (1918)Pablo Picasso: Retrato de Guillaume Apollinaire (1918)

Guillaume Apollinaire

(Roma, 26 de agosto de 1880 – París, 9 de noviembre de 1918)

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MARAVILLAS DE LA GUERRA*

 

Qué hermosos esos cohetes que iluminan la noche
Ascienden sobre su propia cima y se inclinan para mirar
Son damas que danzan con sus miradas por ojos brazos y corazones

He reconocido tu sonrisa y tu vivacidad

Es también la apoteosis cotidiana de todas mis Berenices cuyas cabelleras se han transformado en cometas
Esas danzarinas sobredoradas pertenecen a todos los tiempos y a todas las razas
Y dan bruscamente a luz hijos que sólo tienen tiempo de morir

Qué hermoso son todos esos cohetes
Pero más hermoso sería si hubiera más aún
Si hubiera millones que tuvieran un sentido completo y relativo como las letras de un libro
Sin embargo eso es tan bello como si la vida misma surgiera de los moribundos
Pero sería más hermoso si hubiera más aún
No obstante los miro con una belleza que se ofrece y se disipa de súbito
Me parece asistir a un gran festín iluminado a giorno
Es un banquete que se ofrece la tierra
La tierra tiene hambre y abre sus largas fauces pálidas
Tiene hambre y este es su festín de Baltasar caníbal

Quién hubiera dicho que se pudiera ser hasta ese punto antropófago
Y que se necesitara tanto fuego para asar el cuerpo humano
Por eso el aire tiene un leve sabor empireumático que a mi parecer no es desagradable
Pero el festín sería más hermoso aún si en él comiera el cielo con la tierra
El cielo sólo se traga almas
Lo cual es una manera de no alimentarse
Y se contenta con hacer juegos de manos con fuegos versicolores

Pero yo me he sumido en la dulzura de esta guerra con toda mi compañía a lo largo de las largas trincheras
Algunos gritos de llamas anuncian sin cesar mi presencia
He ahondado el lecho por donde circulo ramificándome en mil riachuelos que van por todas partes
Estoy en la trinchera de primera línea y sin embargo estoy en todas partes o más bien comienzo a estarlo
Soy yo quien comienza este asunto de los siglos venideros
Será más largo de realizar que la fábula de Ícaro volando
Lego al porvenir la historia de Guillaume Apollinaire
Que fue a la guerra y supo estar en todas partes
En las ciudades felices de la retaguardia
En todo el resto del universo
En los que mueren pataleando en las alambradas
En las mujeres en los cañones en los caballos
En el cenit en el nadir en los cuatro puntos cardinales
Y en el único ardor de esta velada de armas

Y sería sin duda mucho más hermoso
Si pudiera suponer que todas estas cosas por las cuales estoy en todas partes
Pudiesen también ocuparme
Pero en este sentido no se ha hecho nada
Pues si en esta hora yo estoy en todas partes es que sólo estoy en mí

Guillaume Apollinaire: Caligramas, Poemas de la Paz y de la Guerra (1913-1916), en Antología, Visor (trad. Manuel Álvarez Ortega), Madrid, 2007, pp. 77-79

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*Apollinaire se alistó como voluntario en la I Guerra Mundial y resultó herido de gravedad en la cabeza en 1916. La obra Caligramas, de la cual forma parte este poema, está atravesada por la experiencia de la guerra.

recuerdos

una conversación

N: –Estaba con música de fondo en aleatorio y ha empezado a hablar Cortázar leyendo el cap. 2 de Rayuela. ¿Es correcto pensar que era el puro egoísmo lo que describía; una apariencia de ser no comprometida ni conectada con el mundo? Una simulación. Más parecer ser que ser. Vida desafectada. He tenido esa sensación. Hasta creo que Cortázar introduce a Rocamadour para que se vea con más claridad la mentira de esas personas que no saben querer a un bebé. Lo inútil de esas vidas, que acaba precisamente en desconexión total con el mundo: locura.
Hay tantas lecturas como veces se lee. Apenas recuerdo el libro. Pero el Recuerdo de Rocamadour siendo sutil me alcanza.

R: –Lo de Oliveira es puro egoísmo, desde luego. Inútil para la vida, absolutamente desapegado, sin remedio, consciente de ello, siempre amargura de fondo. Sin embargo es capaz de hacer razonamientos sublimes, de profunda comprensión. Es su única funcionalidad, si no ya se habría defenestrado en el capítulo 1.

N:  –Manejarse con las palabras y no con las emociones, lo que vibra… Creo que lo que nos conecta con el mundo es el sentimiento de mundo. Lo otro es pasar de un capítulo a otro, una y otra vez, pero siempre los mismos dos capítulos.

R: –Yo creo que lo que nos hace estar vivos y conectados es el amor y la capacidad para amar, con todo lo que ello conlleva. Horacio, tenía demasiado miedo para mojarse. Es la imagen de la debilidad mental, eso sí, fabulosamente ornamentada.

N: –Exacto. Antes -extraña recurrencia aleatoria de sábado- había leído también «la tos de una señora alemana”. Se cuela, la tos, en una famosa interpretación de una composición de Beethoven a cargo de un violinista judío ante un público alemán.

R: –Sé cuál es.

2/6/2012 (a través de whatsapp)

La tos de una señora alemana

Texto:

La mentalidad científica quiere que todo tenga explicación, incluso lo maravilloso. Qué le vamos a hacer tal vez sea así; pero entonces, apenas se acepta resignadamente esta supuesta conquista total de la realidad, lo maravilloso vuelve desde pequeñas cosas, lo insólito resbala como una gota de agua a lo largo de una copa de cristal, y quienes merecen el comercio con esas mínimas presencias olvidan la sapiencia y la conciencia y la ciencia para pasarse a otro lado y hacer cosas como por ejemplo escuchar la tos de una señora alemana. En 1947, poco después del fin de la guerra, Wilhelm Furtwngler dirigió un concierto entre las ruinas de una Alemania derrotada, que la mayoría de sus vencedores empezaban a rehabilitar al oeste después de haberla repudiado al este. También Furtwngler había sido repudiado en un principio por su condescendencia frente a la megalomanía de y melomanía de Adolfo Hitler, tras de lo cual parecía de buen tono rehabilitarlo; así terminan muchas guerras, lo cual explica que un tiempo después vuelvan a desatarse, pero no es de eso que vamos a hablar sino del concierto en el que Yehudi Menuhin, invitado por las fuerzas de ocupación, tocó esa noche el «Concierto en Re» de Beethoven que el ilustre Furtwngler sacaba una vez más de su jaula para mostrar lo que era capaz de hacer con ése imperecedero leopardo de la música. La radio alemana difundió el concierto y además lo grabó con los medios técnicos disponibles en ese momento, que no eran muchos. La grabación (¿disco, alambre, cinta magnetofónica?) quedó en los archivos hasta que el otro día, más de treinta años después, fue prestada a la radio francesa que la prestó a su vez a mi receptor sintonizado en France Musique. Un argentino en París escuchó así a una orquesta alemana y a un violinista judío que tocaban bajo la batuta de un muerto; todo eso, que hubiera sido perfectamente incomprensible hace menos de un siglo, formaba y forma parte de lo ordinario, de lo que la ciencia explica a los niños en las escuelas; todo eso era cotidiano, simplemente apretar unos botones e instalarse en un sillón.
Tal vez Menuhin no tocó jamás el concierto de Beethoven como esa noche; le sobraban razones para hacerlo tan prodigiosamente en el mismo lugar donde habían sido exterminados siete millones de judíos y donde acaso algunos de sus exterminadores se sentaban en las plateas del teatro y lo aplaudían frenéticamente. Del concierto en sí, de su intérprete y de su director, solo puede hablarse con admiración, pero noes de eso que hablamos sino de ese instante, creo que en el segundo movimiento, en que un «pianíssimo» de la orquesta dejó pasar una tos, un solo golpe seco y claro de tos que no habría de repetirse, una tos de mujer, la tos de una señora que cualquier cálculo de probabilidades definiría como la tos de una señora alemana.
Durante más de treinta años esa pequeña tos anónima había dormido en los archivos de la radio; ahora reiteraba su diminuto fantasma en millares de oídos que escuchaban un concierto en otro tiempo y otro espacio. Imposible saber quién tosió así esa noche; ninguna ciencia, ningún caballero Dupin podría rastrear su origen. Sin la menor importancia, sin la más pequeña significación, esa tos se repitió multiplicada por infinitos altavoces para recaer instantáneamente en la nada; pero alguien que acaso nació para medir cosas así con más fuerza que las grandes y duraderas cosas, oyó esa tos y algo supo en él que lo maravilloso no habla muerto, que bastaba vivir porosamente abierto a todo lo que habita y alienta entre lo concreto y lo definible para resbalar a otro lado donde de pronto, en la enorme masa catedralicia de un concierto beethoveniano, la breve tos de una señora alemana era un puente y un signo y una llamada. ¿Quién fue esa mujer, dónde se sentó esa noche, está aún viva en alguna parte del mundo? ¿Por qué esa tos hace nacer estas líneas en otro tiempo, bajo otro cielo? ¿Hasta cuándo vamos a seguir creyendo que lo maravilloso no es más que uno de los juegos de la ilusión?

los recuerdos

Cuernos de caza

Nuestra historia es noble y trágica

Como la máscara de un tirano

Ningún drama arriesgado o mágico

Ningún detalle indiferente

Vuelve patético nuestro amor

Y Thomas de Quincey tomando

Opio veneno dulce y casto

En su pobre Anne iba soñando

Pasemos pasemos pues que todo pasa

Yo volveré a menudo

Los recuerdos son cuernos de caza

Cuyo ruido muere entre el viento

Apollinaire, Alcoholes (1913)

el original puede leerse y escucharse aquí

cor de chasse

sonido

sobre el instrumento

perpetua sangre quieta

Plaza de las Tres Culturas (Ciudad de México) escenario de la matanza del 2 de octubre de 1968

JAIME SABINES

(1926 – 1999)

TLATELOLCO, 68

1
Nadie sabe el número exacto de los muertos,
ni siquiera los asesinos,
ni siquiera el criminal,
(Ciertamente, ya llegó a la historia
este hombre pequeño por todas partes,
incapaz de todo menos del rencor.)

Tlatelolco será mencionado en los años que vienen
como hoy hablamos de Río Blanco y Cananea,
pero esto fue peor,
aquí han matado al pueblo:
no eran obreros parapetados en la huelga,
eran mujeres y niños, estudiantes,
jovencitos de quince años,
una muchacha que iba al cine,
una criatura en el vientre de su madre,
todos barridos, certeramente acribillados
por la metralla del Orden y la Justicia Social.

A los tres días, el ejército era la víctima de los
desalmados,
y el pueblo se aprestaba jubiloso
a celebrar las Olimpiadas, que darían gloria a México.

2
El crimen está allí,
Cubiertos de hojas de periódicos,
con televisores, con radios, con banderas olímpicas.
El aire denso, inmóvil,
el terror, la ignominia.
Alrededor las voces; el tránsito, la vida.
y el crimen está allí.

3
Habría que lavar no sólo el piso: la memoria.
Habría que quitarles los ojos a los que vimos,
asesinar también a los deudos,
que nadie llore, que no haya más testigos.
Pero la sangre echa raíces
y crece como un árbol en el tiempo.
La sangre en el cemento, en las paredes,
en una enredadera: nos salpica,
nos moja de vergüenza, de vergüenza, de vergüenza,

Las bocas de los muertos nos escupen
una perpetua sangre quieta.

4
Confiaremos en la mala memoria de la gente,
ordenaremos los restos,
perdonaremos a los sobrevivientes,
daremos libertad a los encarcelados,
seremos generosos, magnánimos y prudentes.
Nos han metido las ideas exóticas como una lavativa,
pero instauramos la paz,
consolidamos las instituciones;
los comerciantes están con nosotros,
los banqueros, los políticos auténticamente
(mexicanos,
los colegios particulares,
las personas respetables.
Hemos destruido la conjura,
aumentamos nuestro poder:
ya no nos caeremos de la cama
porque tendremos dulces sueños.

Tenemos Secretarios de Estado capaces
de transformar la mierda en esencias aromáticas,
diputados y senadores alquimistas,
líderes inefables, chulísimos,
un tropel de putos espirituales
enarbolando nuestra bandera gallardamente.

Aquí no ha pasado nada.
Comienza nuestro reino.

5
En las planchas de la Delegación están los cadáveres,
Semidesnudos, fríos, agujerados,
algunos con el rostro de un muerto.
Afuera, la gente se amontona, se impacienta,
espera no encontrar el suyo:
«Vaya usted a buscar a otra parte».

6
La juventud es el tema
dentro de la Revolución.
El Gobierno apadrina a los héroes.
El peso mexicano está firme
y el desarrollo del país es ascendente.
Siguen las tiras cómicas y los bandidos en la televisión.
Hemos demostrado al mundo que somos capaces,
respetuosos, hospitalarios, sensibles
(¡Qué Olimpiada maravillosa!),
y ahora vamos a seguir con el «Metro»
porque el progreso no puede detenerse.

Las mujeres, de rosa,
los hombres, de azul cielo,
desfilan los mexicanos en la unidad gloriosa
que construyen la patria de nuestros sueños.

Jaime Sabines, Maltiempo (1972)

algunos poemas más

narradores

Elias Canetti

(25 de julio de 1905 –  14 de agosto de 1994)

Cuenteros y escribanos

Los cuenteros suelen tener la mayor clientela. A su alrededor se forman los más densos y también los más duraderos círculos de gente. Sus intervenciones duran bastante;  en un corro interior los oyentes se sientan en el suelo y no se levantan tan pronto. Otros forman en pie un cerco exterior, y tampoco se mueven, penden fascinados de las palabras y gestos del cuentero. A veces son dos los que recitan alternativamente. Sus palabras llegan  desde lejos y permanecen más tiempo suspendidas en el aire que las de personas corrientes. Yo no entendía nada y sin embargo permanecía igualmente fascinado al eco de su voz. Eran palabras sin significado alguno para mí, lanzadas con energía y fuego: eran entrañables al hombre, pues se afirmaba orgulloso de ellas. Las ordenaba a tenor de un ritmo que a mí siempre me parecía muy personal. Cuando se detenía, resonaba lo que decía a continuación más poderoso y elevado. Me era posible percibir la solemnidad de algunas palabras y la maliciosa intención de otras. Los cumplidos me afectaban como si fuesen dirigidos directamente hacia mí; y me sentí amenazado. Todo parecía dominado; las palabras más imponentes volaban tan lejos como deseaba el narrador. El aire, por encima de los oyentes, se percibía en movimiento; y uno que entendiese tan poco como yo, sentía latir la vida más allá del oyente.

Para hacer honor a sus palabras los narradores iban vestidos de una forma chocante. Su indumentaria se diferenciaba de la del resto de los oyentes. Vestían telas lujosas; uno u otro, por lo general, en terciopelo azul o marrón. Actuaban como personalidades de alto rango, pero fantásticas para quienes les rodeaban. Atendían a sus héroes y figuras. Cuando su mirada caía sobre alguien que estuviese allí habitualmente, éste debía pasar tan inadvertido como cualquier otro. Los extranjeros no existían para él en absoluto; no pertenecían al reino de sus palabras. Al principio no quería admitir siquiera que yo le interesase tan poco, era demasiado sorprendente para ser verdad. Y así per­manecía largo rato en pie, hasta que esas voces me hacían ir hacia otro lugar más sonoro, pero tampoco en­tonces reparaba en mí, cuando ya casi empezaba incluso a sentirme a gusto en el corro más amplio. El cuentero, por supuesto, se había fijado en mí, pero para él continuaba siendo un extraño en su círculo encantado, pues no era capaz de entenderle.

Con frecuencia habría dado cualquier cosa por comprenderle, y espero llegue el día en que pueda apre­ciar a estos cuenteros itinerantes tal como se merecen. Pero también estaba contento de no entenderles. Constituían para mí algo así como un enclave de vida arcaica y sin cambio. Su idioma les resultaba tan indis­pensable como a mí el mío propio. Las palabras eran su alimento y no se dejaban convencer fácilmente por na­die para cambiarlas por otro alimento mejor. Me sentía orgulloso de constatar el poder narrativo que ejercían sobre sus compañeros de lengua. Se asemejaban a mis hermanos más viejos y mejores. En momentos felices me decía a mí mismo: También yo puedo reunir perso­nas en torno mío a las que relatar algo. Pero en vez de cambiar de lugar a lugar, sin ser capaz de encontrar oídos que se abran a mí; en vez de vivir de la confianza de mi propio relato, me había hipotecado para con el papel. Yo, soñador pusilánime, vivo a resguardo de me­sas y puertas; y ellos entre la algarabía del mercado, entre cientos de rostros extraños, cambiando diariamen­te, desprovistos de todo conocimiento frío y superfluo, sin libros, ambiciones ni prestigio vacío. Entre las personas de nuestro ambiente que viven la literatura, raras veces me había sentido a gusto. Los miro con desdén porque desdeño algo en mí mismo y creo que ese algo es el papel. Aquí me encontraba de pronto entre poetas que podía mirar a la cara porque no había una sola pa­labra suya que leer.

Sin embargo, en la proximidad más inmediata, tuve que reconocer hasta qué punto había ofendido el papel. A pocos pasos de los cuenteros tenían su sitio los escribanos. Había silencio alrededor suyo, la parte más silenciosa del Xemaá El Fná. Los escribanos no ensalzaban su capaci­dad; estaban allí sentados tranquilamente, hombres pe­queños, enjutos, su escribanía delante; y jamás daban a uno la sensación de que esperasen clientes. Cuando mira­ban, te observaban sin especial curiosidad y al momento desviaban de nuevo la mirada. Sus bancos estaban dis­puestos a cierta distancia unos de otros, de tal modo que era imposible que se oyesen entre sí. Los más avezados o quizás también los más antiguos se acurrucaban en el suelo. Allí recapacitaban o escribían en un mundo discre­to, ajeno al desenfrenado bullicio de la plaza circundante. Era como si se les consultase sobre reclamaciones secretas, y puesto que todo sucedía públicamente se habían acos­tumbrado todos ya a pasar desapercibidos. Incluso ellos mismos apenas estaban presentes; sólo contaba una cosa: la callada presencia del papel.

Hasta ellos llegaban jóvenes o parejas. Una vez vi a dos mujeres jóvenes con velo sentadas en el banco ante el escribano y moviendo los labios imperceptiblemente. Otra vez reparé en toda una familia sumamente orgullosa y distinguida. Estaba constituida por cuatro personas que habían tomado asiento en dos pequeños bancos en el ángulo izquierdo del escribano. El padre era un viejo fuerte, un beréber majestuosamente bien formado, en cuyo rostro podían leerse todos los signos de la expe­riencia y de la sabiduría. Intenté imaginar una parcela de la vida que él no hubiese desarrollado, y no pude encontrar ninguna. Ahí estaba él, en su singular desam­paro, y junto a él su mujer, de porte igualmente suges­tivo, pues de su velado rostro sólo quedaban libres los enormes, profundos ojos oscuros, y en el banco de al lado dos hijas jóvenes, por supuesto con velo. Todos se sentaban derechos y muy dignos.

El escribano, que era mucho más pequeño, hizo valer su respetabilidad. Sus rasgos delataban una sutil delicade­za y ésta era tan perceptible como el bienestar y la belleza de la familia. Yo los miraba a corta distancia, sin escuchar un sólo sonido, sin apreciar un sólo movimiento. El escri­bano aún no había comenzado con su práctica particular. Había dejado que se le informase cumplidamente de lo que se trataba y meditaba ahora cómo poder expresar me­jor todo esto a través de la palabra escrita. El grupo actuaba tan compenetradamente como si todos los intere­sados se hubiesen conocido ya desde siempre y se sentasen desde tiempo inmemorial en el mismo lugar.

No me pregunté por qué vendrían juntos, tan unidos iban, y sólo mucho más tarde, cuando ya no me en­contraba en este lugar, comencé a pensar en ello. ¿Qué podía ser realmente lo que requería la presencia de toda una familia ante el escribano?

Elias Canetti, Las voces de Marrakesh, Pre-textos, 2002,p.91-94