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Gilles Deleuze.– Eso es una teoría: exactamente una caja de herramientas. No tiene nada que ver con un significante… Se precisa que valga, que funcione. Y no para sí misma. Si nadie puede utilizarla, empezando por el propio teórico que, entonces deja de ser un teórico, es que no vale nada o que no ha llegado su momento. No hay que volver a una teoría anterior, hay que hacer otra nueva, hay otras por hacer. Es curioso que haya sido un autor que pasa por ser un intelectual puro, Proust, quien lo haya dicho con tanta claridad: usad mi libro como unas gafas orientadas al exterior y, si no os ayudan, probad con otras, encontrad vosotros mismos vuestro dispositivo, que será necesariamente un dispositivo de combate. La teoría no se totaliza: se multiplica y multiplica. Es el poder el que produce por naturaleza totalizaciones y, como tú dices literalmente: la teoría está por naturaleza contra el poder. Cuando una teoría naufraga en tal o cual punto, pierde la oportunidad de tener la menor consecuencia práctica, a menos que explote necesariamente en un punto distinto. Por eso es tan estúpida e hipócrita la noción de reforma. O bien la elaboran personas que se pretenden representativas y hacen profesión de hablar por los demás, en nombre de ellos, y entonces es un dispositivo de poder, una distribución que se refleja en el recrudecimiento de la represión; o bien es una reforma reclamada, exigida por aquellos a quienes concierne, y entonces deja de ser una reforma para convertirse en una acción revolucionaria que, desde el fondo de su carácter parcial, está determinada a cuestionar la totalidad del poder y su jerarquía. Esto es claro en las cárceles: la más minúscula y modesta reivindicación de los presos basta para desinflar la reforma Pleven*. Si los niños pudieran llegar a hacer oír sus propuestas, o incluso sus preguntas, en una Guardería, ello bastaría para hacer estallar todo el sistema de enseñanza. En verdad, vivimos en un sistema que no puede soportar nada: de ahí su fragilidad radical en cada punto, al mismo tiempo que su potencia de represión global. A mi modo de ver, tú has sido el primero en enseñarnos algo fundamental, tanto en tus libros como en un dominio práctico: la indignidad que comporta hablar por los demás. Quiero decir: nos burlábamos de la representación, decíamos que había terminado, pero no extraíamos las consecuencias de esa conversión «teórica», es decir, que la teoría exigía que las personas afectadas hablasen finalmente, en la práctica, por su cuenta.
Michel Foucault.– Y cuando los presos se ponen a hablar tienen ellos mismos una teoría de la cárcel, de lo penal, de la justicia. Esta suerte de discurso contra el poder, este contra-discurso que mantienen los presos o los llamados delincuentes es lo que cuenta, y no una teoría de la delincuencia. (…)
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*Posteriormente al informe Schmelck sobre las revueltas de Toul, las reformas de Pleven iban dirigidas a mejorar las condiciones de los presos: cantinas, paseos, etcétera.
Gilles Deleuze: Los intelectuales y el poder en La isla desierta y otros textos. Textos y entrevistas (1953-1974), Pre-textos, Valencia, Trad. de José Luis Pardo, pp.269-270