René Magritte: La folie Almayer, de Lien de Paille (1968)
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Nuestra época está muy enferma. Ha inventado «la evasión». Los horrores que padecen las víctimas de la frivolidad de una guerra le proporcionan, desde luego, unos cuantos derivativos. Los usa para drogarse, recurriendo a los periódicos; e incluso la bomba atómica le aporta un lirismo a lo Julio Verne, hasta que llega el momento en que un bromista le toma el pelo por la vía de las ondas. Orson Welles anuncia que han llegado los marcianos. Una radio francesa, que ha llegado un bólido. En el acto esos intrépidos guerreros nuestros no piensan sino en evadirse, pero no con la mente sino con las piernas. Se las rompen. Huyen. Se desvanecen. Abortan. Piden socorro. Tanto es así que el gobierno se inmuta y prohíbe la emisión imaginaria. Se supone que la poesía ha de calmarlos y conducirlos lejos de la espantosa realidad. Eso es lo que piensan y a lo que sacan partido muchísimas revistas cuyo mínimo reclamo entreabre las puertas del sueño.
El poeta estaba solo en medio de un mundo industrial. Ahora está solo en medio de un mundo poético. Merced a ese mundo al que el teatro, el cinematógrafo y los comercios de lujo equipan tan generosamente tanto para la evasión cuanto para los deportes de invierno, el poeta recupera al fin su condición de invisible.
Jean Cocteau: La dificultad de ser, Siruela, Madrid, Trad. de María Teresa Gallego Urrutia, 2006 pp. 86-87
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Nota: En 2011 Chantal Akermann adaptó libremente la primera novela de Joseph Conrad, La folie Almayer.