receta

Helena-Almeida-Untitled

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Helena Almeida, Untitled (2010)

El sufrimiento me hizo pisar el freno. Por mucho que me empeñaba en vencerlo por el cansancio y por el revoloteo, llega un día en el que nos ordena que nos callemos y nos quedemos quietos. En el hospital aún no había abierto los ojos a eso. Los poemas acerca de la nieve, este libro en el que me cuento a mí mismo, estos papeles cubiertos de letras, este cuarto estudioso en vez de ese vacío al que tenía que forzarme (la medicina nos recomienda: no piense usted en nada), parecen algo así como una recompensa escolar del silencio. Así es como los interpreto. Es la única forma de «no pensar en nada» que me viene bien. Me espanta, ante esta bruma y estos Alpes, haber corrido el riesgo de escoger otra. La que recetan los médicos.

Jean Cocteau: La dificultad de ser, Siruela, Madrid, 2006, p.78

Je te veux

duración

N.IRELAND. Belfast.

Christopher Steele-Perkins – Belfast, Irlanda del Norte (1978)

Un fragmento de música titulada «Vals de los cinco minutos», dura cinco minutos. Es en eso y en nada más en lo que consiste su relación con el tiempo. Pero una relación cuya acción dure cinco minutos podría, en cuanto al tiempo, extenderse en un período mil veces más largo, mientras los cinco minutos se hallasen replegados con una conciencia excepcional, y podría parecer muy corto a pesar de que por su duración imaginaria fuese muy largo.

Por otra parte, es muy posible que la duración de los acontecimientos relatados rebase, al infinito, la duración propia del relato que los presenta en extracto; decimos «en extracto» para indicar un elemento ilusorio, o, para expresarnos de un modo completamente claro, un elemento mórbido que se manifiesta en el relato que se sirve de un hechizo hermético y de una perspectiva exagerada, recordando ciertos casos anormales de la experiencia real de toda evidencia orientados hacia lo sobrenatural. Se conocen diarios de fumadores de opio que, bajo el dominio del estupefaciente, durante el breve período de transporte han vivido sueños que se extienden sobre diez, treinta o sesenta años, y que incluso rebasan todos los límites posibles de una experiencia humana del tiempo; sueños, por consiguiente, cuya duración imaginaria rebasa su propia duración y en donde se produce un extracto increíble de la experiencia del tiempo, una aceleración de imágenes tal que puede creerse, como dice un comedor de hachís, que se ha sacado del cerebro embriagado «algo así como el resorte de un reloj roto».

Es un poco a la manera de esos sueños artificiales como la narración puede tratar el tiempo. Pero como puede «tratarle», está claro que el tiempo, que es elemento del relato, puede igualmente convertirse en su objeto. Tal vez será demasiado el afirmar que se puede «narrar el tiempo», pero no constituye, a pesar de todo, una empresa tan absurda como nos había parecido de pronto eso de querer evocar el tiempo en un relato, de manera que podría atribuirse un doble sentido, muy relacionado con el soñar, al calificativo de «novela del tiempo».

Thomas Mann: La montaña mágica, Edhasa, (trad. Mario Verdaguer, colab. David Castelló), 1997, p.750-751

andamiaje

Brassai

Autorretrato, Brassai

Además del significado que tengan las palabras, éstas gozan de una virtud mágica, de un poder de encantamiento, de una capacidad de hipnosis, de un fluido que opera más allá del sentido que tengan. Pero sólo opera cuando las agrupamos y deja de operar si el grupo que forman no es sino verbal. El acto de escribir está pues sometido a varios apremios: intrigar, expresar, hechizar. Hechizo que nadie nos enseña puesto que es el nuestro, y es importante que la cadena de palabras se nos aparezca para poder actuar. En resumidas cuentas, nos sustituyen y tienen que suplir la ausencia de nuestras miradas, de nuestros ademanes, de nuestra forma de andar. No pueden, pues, actuar sino en las personas permeables a estas cosas. En el caso de las demás, son letra muerta, y letra muerta seguirán siendo para ellos, alejadas de nosotros y tras nuestra muerte.

El poder mágico de esas palabras agrupadas y todas juntas hace que pueda conversar con un escritor de cualquier época. Pues me ponen en presencia suya. Lo interrogo. El andamiaje interno de esas palabras me permite oír lo que me habría contestado. A menos que dé con la respuesta ya escrita, cosa que a veces me ha sucedido.

Mi libro no tiene más proyecto que entablar conversación con quienes lo lean. Es lo contrario de una clase. Intuyo que poco enseñaría a quien me trate. Sólo aspira a coincidir con desconocidos a quienes les hubiera gustado conocerme y charlar conmigo acerca de los enigmas por los que no se interesa Europa y se convertirán en el susurro de unos pocos mandarines chinos.

Jean Cocteau: La dificultad de ser, Siruela, Madrid, 2006, p.119

palabras

 

acontecimiento

günter brus

Günter Brus

En su propio descubrimiento, Nietzsche entrevió como en un sueño el medio de hollar la tierra, de acariciarla, de bailar y de devolver a la superficie lo que quedaba de los monstruos del fondo y de las figuras del cielo. Pero es cierto que se impuso una exigencia más profunda, más grandiosa, más peligrosa: en su descubrimiento vio un nuevo medio de explorar el fondo, de mirar con un ojo distinto, de discernir mil voces en sí mismo, de hacer hablar a todas estas voces, con el riesgo de ser atrapado por ese fondo que interpretaba y poblaba como nadie antes que él lo había hecho. No soportaba permanecer sobre la frágil superficie, cuyo trazado sin embargo había realizado a través de los hombres y los dioses. Reconquistar un sin-fondo que él renovaba, que ahondaba, es así como Nietzsche a su modo pereció. O mejor, «casi-pereció»; porque la enfermedad o la muerte son el acontecimiento mismo, y como tal sometido a una doble causalidad: la de los cuerpos, estados de cosas y mezclas, y también la de la casi-causa que representa el estado de organización o desorganización de la superficie incorporal. Así pues, Nietzsche se volvió loco y murió de parálisis general, al parecer, mezcla corporal sifilítica. Pero, la andadura que seguía este acontecimiento, esta vez respecto de la casi-causa que inspiraba toda la obra y co-inspiraba la vida, todo esto no tiene nada que ver con la parálisis general, con las migrañas oculares y los vómitos que le aquejaban, excepto para darles una nueva causalidad, es decir, una verdad eterna independientemente de su efectuación corporal, un estilo en una obra en lugar de una mezcla en el cuerpo. No se puede plantear el problema de las relaciones entre la obra y la enfermedad sino bajo esta doble causalidad.

Gilles Deleuze: Lógica del sentido, Decimoquinta Serie. De las singularidades. (trad. Miguel Morey)

síntoma

sueño

© Herbert List

Herbert List: Friends of Herbert List. Guess who? (Hamburg, 1932)

LA CIEGA MÁS VIEJA. — Yo algunas veces sueño que veo.

EL CIEGO MÁS VIEJO. — Yo no veo más que cuando sueño…

PRIMER CIEGO DE NACIMIENTO. — Yo no sueño, generalmente, más que a medianoche.

(Una ráfaga de viento conmueve el bosque, y las hojas caen en masas sombrías.)

Maurice Maeterlinck: Los ciegos, 1890.