Joan Miró: Femme, Echelle de L’Evasion (1977)
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Que quizás nuestra vida era el sueño de la vida real que se continuaba cada noche de sueño en sueño. Y, si no podíamos concebirla y descodificarla, tendría la culpa nuestra propia lógica, nuestra educación adaptada a una mala tradición que dejaba atrás la parte más noble de nosotros mismos. Nuestra empresa era rebelarnos, decir no, y extender nuestras manos sobre todos los Misterios. Qué hermoso. Mi cama se hacía más ligera y Karyotakis muy lejano, pequeñísimo, como si lo viese por la parte opuesta de unos anteojos.
Un asentamiento en toda la superficie del mundo, desde antiguas costumbres y prejuicios, nos privaba de la alegría de entrar en contacto con las cosas y de relacionarlas libremente, como pedían nuestros deseos más ocultos aunque no se atrevieran a confesarlo. Seguramente debería existir cualquier otro camino, paralelo al camino de la lógica, que si se emprendía con ánimo podía conducir muy lejos, a terrenos insospechados, en donde todo sería posible y realizable. Quién sabe. Puede que sonriamos con lo que veíamos hasta ahora como inescrutable y nos llenaba de angustia. Y puede que la muerte adquiriese entonces su otro sentido, el verdadero. La anulación colectiva de las particularidades que habíamos aprendido a dar a las cosas, nos otorgaría el derecho de sentar a la realidad en un taburete. El Amor, la Poesía, el Amor y la Poesía inseparablemente, debían darnos el ejemplo. Sobrepasar las barreras que levantan la fatuidad, la lengua, la sintaxis, las cadenas de una mediocre y estúpida sociedad. Dentro y más allá del orden lógico, sobre e independientemente del tiempo, en una duración interminable, pasaba una voz secreta. He aquí la misión del poeta: hacer sensible, aunque sea por un momento, la presencia de la poesía. En los siglos pasados, los espíritus más agudos, desde Heráclito hasta Sade y hasta Rimbaud, sin saberlo, lo habían conseguido. En momentos de perfecto desarme de toda preocupación estética y de absoluta sumisión a los Misterios, se había concebido la voz Surrealista. Y esa voz existirá siempre y sonará para todos.
Odysseas Elytis: Crónica de una década, Fundación Cultura y Progreso, Córdoba, Trad. de Jose Antonio Moreno Jurado, 1989, pp.49-50