acercar

Umbo (Otto Umbehr) - Mystery of the Street (1928)

Umbo (Otto Umbehr)Mystery of the Street (1928)

La necesidad de «acercar» {«abismar»} las cosas espacial y humanamente es casi una obsesión {a la vez conquista material del tiempo} hoy día, al igual que la tendencia a negar {y prescribir} el carácter singular o efímero de un acontecimiento determinado mediante {una copia de una copia de} la reproducción fotográfica. Existe una compulsión {obsesión por merecimiento} cada vez más intensa a reproducir el objeto fotográficamente {materialmente}, en primer plano {sin consentir la desaparición del rostro en el gesto}

Noelia Pena, {Anotaciones sobre Walter Benjamin}, sobre una cita  que Susan Sontag incluye en la parte final de Sobre la fotografía, Breve antología de citas (homenaje a W. B.), DeBolsillo, Trad. de Carlos Gardini, 2015, p. 156

la lucha

Dora Maar - Profile with Hat, ca. 1930Dora Maar: Perfil con sombrero (hacia 1930)

No se trata aquí de una renovación técnica del lenguaje, sino de su completa movilización al servicio de la lucha o el trabajo; en todo caso, al servicio del cambio de la realidad, no de su descripción.

Walter Benjamin (refiriéndose a Scheerbart): Experiencia y pobreza, en Obras, libro II/vol.1, Abada, Madrid, Trad. de Jorge Navarro Pérez, 2010, pp.219-220

 

el interior

Odilon Redon - Le Cyclope (The Cyclops), ca 1914Odilon Redon: Le Cyclope (hacia 1914)

¿Barbarie? En efecto. Pero lo decimos para introducir un nuevo concepto de barbarie, positivo. ¿Adónde lleva al bárbaro esa su pobreza de experiencia? A comenzar de nuevo y desde el principio, a tener que arreglárselas con poco, a construir con poco y mirando siempre hacia delante. Entre los grandes creadores siempre ha habido los implacables que han hecho tabla rasa. Querían una tabla de dibujo, pues eran constructores. Un constructor de ese tipo fue Descartes, que para comenzar su filosofía no quería otra cosa que tener una sola certidumbre: «Pienso, luego existo». Einstein fue también un constructor de este tipo, al que, de repente, no le interesó ya de toda la física más que una pequeña discrepancia entre las ecuaciones establecidas por Newton y las experiencias de la astronomía. En esa acción de comenzar desde el principio pensaban los artistas cuando se inspiraron en la matemática y construyeron el mundo a partir de formas estereométricas, tal como lo hicieron los cubistas, o al basarse en los ingenieros, como en el caso de Klee. Pues las figuras de Klee aparecen como diseñadas sobre una tabla de dibujo, y la expresión de sus gestos obedece en todo al interior, como la carrocería de un buen automóvil a las necesidades del motor. Al interior más que a la interioridad: esto es sin duda lo que las hace bárbaras.

Walter Benjamin: Experiencia y pobreza (1933), en Obras, libro II/vol. 1, Abada, Madrid, trad. de Jorge Navarro Pérez, 2010, pp. 218-219

capital

Joan Miró- Femme et oiseaux devant la lune , echelle de l´evasion (1980)Joan Miró: Femme et oiseaux devant la lune, echelle de l´evasion (1980)

Une capitale n’est pas absolutament nécessaire à l’homme.

El hombre no necesita en absoluto una capital.

 

Étienne Pivert de Senancour, citado en Walter Benjamin: Charles Baudelaire. Un lírico en la época del altocapitalismo, en Obras, libro I/ vol.2, Abada, Madrid, Trad. de Alfredo Brotons Muñoz, 2012, p.90

fundamental

René Magritte- Le Chateau de Pyrenees (The Castle of the Pyrenees) 1959René Magritte: Le Chateau de Pyrenees (1959)

Lo fundamental para el dialéctico es tener el viento de la historia en las velas. Para él pensar significa: izar las velas. Cómo se icen, eso es lo importante. Para él las palabras son tan sólo las velas. El cómo se icen las convierte en concepto.

Walter Benjamin: Charles Baudelaire. Un lírico en la época del altocapitalismo, en Obras, libro I/ vol. 2, Abada, Madrid, trad. de Alfredo Brotons Muñoz, 2012, p. 282

el sueño

Raoul Hausmann- Jeux mécaniques, Limoges (1957)Raoul Hausmann: Jeux mécaniques, Limoges (1957)

No lograr orientarse en una ciudad aún no es gran cosa. Mas para perderse en una ciudad, al modo de aquel que se pierde en un bosque, hay que ejercitarse. Los nombres de las calles tienen que ir hablando al extraviado al igual que el crujido de las ramas secas, de la misma forma que las callejas del centro han de reflejarle las horas del día con tanta limpieza como un claro en el monte. Este arte lo he aprendido tarde, pero ha cumplido el sueño cuyas huellas primeras fueron los laberintos que se iban formando sobre las hojas de papel secante de mis viejos cuadernos. No, no fueron esas las primeras, pues antes que ellas hubo otro laberinto que sin duda los ha sobrevivido.

Walter Benjamin: Infancia en Berlín hacia mil novecientos, en Obras, Libro IV vol. 1, Abada editores, 2010, trad. de Jorge Navarro Pérez, p. 179

Jeu (mécanique)

Tête mécanique (Raoul Hausmann, 1919)

plano

Germaine Krull- Bicycle Wheels (1929)Germaine Krull: Ruedas de Bicicleta (1929)

ARTÍCULOS DE ESCRITORIO Y PAPELERÍA

PLANO-PHARUS. Conozco a una mujer que es distraída. Ahí donde yo tengo a mano los nombres de mis proveedores, el lugar donde guardo mis documentos, las direcciones de mis amigos y conocidos, la hora de una cita, en ella se han fijado conceptos políticos, consignas del partido, fórmulas confesionales y órdenes. Vive en una ciudad de consignas y habita en un barrio de términos conspiradores y hermanados, en el que cada callejuela toma partido y cada palabra tiene por eco un grito de guerra.

(…)

Walter Benjamin: Dirección única, Alfaguara, Madrid, Traducción de Juan J. del Solar y Mercedes Allendesalazar, 1987, p. 50

cartas

Makart- Abundantia, Gifts of Earth 1870Hans Makart, Abundantia, Gifts of Earth (1870)

LA LIEBRE DE PASCUA PUESTA AL DESCUBIERTO O PEQUEÑA TEORÍA DEL ESCONDRIJO

Walter Benjamin

Esconder significa dejar huellas. Pero unas que sean invisibles. Es el arte de la mano fácil. Rastelli* escondía cosas en el aire.

Cuanto más aéreo un escondrijo, también más ingenioso. Cuanto más a la vista está, mejor.

Por lo tanto, jamás hay que esconder nada en los cajones, ni en armarios, ni bajo las camas o en el piano.

Juego limpio en plena mañana de Pascua: esconderlo todo, pero que se pueda descubrir sin tener que mover ningún objeto.

Mas no esconderlo descuidadamente: un pliegue en el tapete o un bulto en la cortina pueden delatar ese lugar en el que hay que buscar.

¿No conocen ustedes el relato de Poe titulado La carta robada? Entonces se acordarán de la pregunta: «¿No se ha dado usted cuenta de que todos los que esconden una carta sino la meten en un hueco practicado por ejemplo en la pata de una silla, sí la esconden al menos en algún agujero bien oculto?»**. Pues el señor Dupin –el detective de Poe- lo sabe de sobra. Y por eso mismo encuentra la carta donde su astuto rival la ha escondido: dentro de un tarjetero puesto en la repisa de la chimenea, a la vista de todos.

Nunca hay que buscar en el salón. Pues los huevos de Pascua siempre hay que esconderlos en el cuarto de estar; y cuanto menos ordenado esté, mejor.

En el siglo XVIII se escribían tratados eruditos sobre las cosas más raras: sobre los niños abandonados y las casas encantadas, sobre los tipos de suicidio y los ventrílocuos. Puedo muy fácilmente imaginarme uno sobre cómo esconder los huevos de Pascua que compitiera en erudición con todos esos.

Mi tratado estaría organizado en tres distintas partes o capítulos, y expondría al lector los tres principios fundamentales que corresponden al arte del escondrijo.

Primero: el principio de la pinza. Se trataría de las instrucciones para aprovechar junturas y grietas, de la enseñanza del arte de suspender los huevos entre los cerrojos y picaportes, o entre algún cuadro y la pared, o entre la puerta y el gozne, o incluso en la cerradura y entre los tubos de la calefacción.

Segundo: el principio del relleno. Este capítulo enseñaría a utilizar los huevos como tapones en el cuello de una botella, o como velas sobre un candelabro, como los estambres en un cáliz, como la bombilla en una lámpara.

Y, tercero: el principio de la altura con el principio de la profundidad. Como es bien sabido, primero vemos lo que está frente a nosotros, a la altura de nuestros ojos; luego ya miramos hacia arriba, y tan sólo al final nos preocupamos por lo que se encuentra a nuestros pies. Podemos poner los huevos más pequeños en equilibrio sobre los marcos de los cuadros; los grandes, sobre la lámpara de araña –si no nos hemos aún deshecho de ella-. Pero esto no es nada en comparación con los refugios siempre innumerables e ingeniosos que tenemos a disposición solamente a cinco o diez centímetros por encima del suelo. Pues tenemos la hierba que los esconde en las distintas formas de las patas de la mesa, los zócalos y los flecos de alfombra, las papeleras y los pedales de los pianos; ahí va a ser sin dunda en donde la auténtica liebre de Pascua deposite sus huevos, como homenaje a la casa de la gran ciudad.

Y ya que estamos en una capital, digamos unas palabras de consuelo para esos que viven entre paredes lisas con muebles de acero y han racionalizado su existencia, dejando a un lado el calendario de las fiestas. Si echan un vistazo a su gramófono o sino a su máquina de escribir, comprobarán que en ese espacio pequeñísimo hay tantos agujeros y escondrijos como en una casa de siete habitaciones en estilo Makart***.

Pero ahora tenemos que evitar que esta simpática lista, antes de que llegue el nuevo lunes de Pascua, vaya a caer en manos de los niños.

Walter Benjamin: Imágenes que piensan, en Obras libro IV/vol.I, Abada, Madrid, 2010, pp. 349-350

 

_________

Publicado en abril de 1932 en la revista Der Uhu. En Alemania existe la costumbre de que el domingo de Pascua los niños reciban el regalo de unos huevos coloreados, huevos que se supone que una liebre antes ha escondido en el jardín.

*Enrico Rastelli (1896-1931), famoso malabarista [N.T.]
** Cfr. Edgar Allan Poe, Cuentos, trad. Julio Cortázar, Madrid: Alianza, 1970, volI, pág. 537. [N.T.]
*** El Makart es un estilo decorativo que tuvo gran difusión en Alemania a finales del siglo XIX, bajo la influencia dominante del pintor Hans Makart (1840-1884). [N.T.]

anomalías

Relieve monstrando a Psamético. Tumba de Pabasa en TebasRelieve mostrando a Psamético. Tumba de Pabasa en Tebas

Humillaciones infligidas a Psaménito. Muerte del monarca egipcio.

Diez días después de haberse apoderado de la fortaleza de Menfis, Cambises, para afrentar a Psaménito, el rey de los egipcios, que había reinado seis meses, le obligó a tomar asiento en las afueras de la ciudad; le obligó, digo, a tomar asiento en compañía de otros egipcios, y puso a prueba su entereza haciendo lo siguiente: mandó ataviar a la hija de Psaménito con ropa de esclava y la envió con un cántaro a por agua; y, asimismo, hizo que la acompañaran otras doncellas que escogió entre las hijas de los cortesanos más insignes y que iban ataviadas igual que la del rey. Pues bien, cuando las doncellas, entre ayes y sollozos, pasaron ante sus padres, mientras que todos los demás, al ver a sus hijas afrentadas, prorrumpían también en exclamaciones y sollozos, Psaménito, al ver y reconocer ante sí a su hija, fijó sus ojos en el suelo. Una vez que las aguadoras hubieron pasado, Cambises le envió acto seguido a su hijo, en compañía de otros dos mil egipcios de su misma edad, con un dogal anudado al cuello y un freno en la boca. Los llevaban a expiar el asesinato de los mitilenos que habían perecido en Menfis con su nave; esa era, en efecto, la sentencia que habían dictado los jueces reales: como represalia, por cada persona debían morir diez egipcios de la nobleza. Entonces Psaménito, al verlos desfilar ante él y aún comprendiendo que a su hijo lo conducían a la muerte, mientras que los demás egipcios que estaban sentados a su lado rompían a llorar y se desesperaban, mantuvo la misma actitud que en el episodio de su hija.

Pero, cuando los jóvenes habían terminado de pasar, ocurrió que un individuo, entrado ya en años, del círculo de los que compartían su mesa, que se había visto privado de sus bienes y que no tenía más recursos que los de un pordiosero, por lo que iba mendigando a las tropas, pasó por al lado de Psaménito, el hijo de Amasis, y de los egipcios que estaban sentados en las afueras de la ciudad. Entonces Psaménito, al verlo, rompió a llorar desconsoladamente y, llamando a su amigo por su nombre, comenzó a golpearse la cabeza. Como es natural, allí había gardias que daban cuenta a Cambises de todo lo que el egipcio hacía al paso de cada grupo. Extrañado, pues, ante su actitud, Cambises despachó un mensajero, que lo interpeló en los siguientes términos: “Psaménito, tu señor Cambises te pregunta: ¿por qué razón no prorrumpiste en exclamaciones ni en sollozos al ver a tu hija afrentada y a tu hijo camino de la muerte y, sin embargo, te has dignado a hacerlo por ese mendigo que, según se ha informado por terceras personas, no guarda parentesco alguno contigo?”. Esa fue, en suma, la pregunta que le formuló. Y, por su parte, Psaménito respondió como sigue: “Hijo de Ciro, los males de los míos eran demasiado grandes como para llorar por ellos; en cambio, la desgracia de un amigo, que ha llegado al umbral de la vejez sumido en la pobreza después de haber gozado de una gran prosperidad, reclamaba unas lágrimas”. Cuando esta respuesta fue transmitida por el mensajero, consideraron que era muy atinada. Y, al decir de los egipcios, Creso entonces se echó a llorar (pues se daba la circunstancia de que él también había acompañado a Cambises a Egipto), lloraron asimismo los persas que se hallaban presentes, y el propio Cambises se sintió invadido de un sentimiento de piedad, por lo que, sin demora, ordenó que rescataran al hijo de Psaménito del grupo de los que estaban siendo ejecutados, y que sacaran al monarca de las afueras de la ciudad y lo condujeran a su presencia.

Pues bien, los que fueron en su búsqueda ya no hallaron con vida al muchacho, puesto que había sido ejecutado el primero; a Psaménito, en cambio, lo trasladaron, llevándolo a presencia de Cambises. Allí vivió en lo sucesivo sin sufrir la menor violencia.

(…)

Heródoto: Historia, Libro III, Gredos, Madrid, 2000, pp. 39-43

*

La historia de Psaménito, recogida siglos más tarde por Montaigne, merece aún una anotación de Walter Benjamin en El narrador. Esta historia, afirma Benjamin, «aún está en condiciones de provocar sorpresa y reflexión. Se asemeja a las semillas de grano que, encerradas en las milenarias cámaras impermeables al aire de las pirámides, conservaron su capacidad germinativa hasta nuestros días».

Aún hoy sigue sorprendiéndonos que la respuesta de Psaménito a Cambises lograse suscitar el llanto del auditorio: de Creso, de los persas y que llegase a penetrar en el mismo Cambises, de modo parecido a como en las comedias consigue contagiarse la risa. Entonces cobra fuerza una de las apostillas que hace Benjamin a la historia: «Mucho de lo que nos conmueve en el escenario no nos conmueve en la vida; para el rey este criado no es más que un actor». Papel éste que acaba tomando el propio Psaménito para el auditorio.

Lo cierto es que no abundan historias de hombres que, ejerciendo el poder (nobles, gobernantes, reyes), se muestren llorando en público; pero aún en su escasez, estas historias son objeto de atención, estudio, y a la postre, enseñanza. Sin embargo, son difícilmente explicables, cuando no simples anomalías. Entre todas ellas, la historia de Craso -referida por Hugo von Hofmannsthal en La carta de Lord Chandos-, ese hombre que, llorando la muerte de su morena -pez en igual medida voraz y feo-, lloraba por nada. He aquí la norma.

Deseos

«En un poblado jasídico, según se cuenta, una noche al final del Sabat, los judíos estaban sentados en una mísera casa. Eran todos del lugar salvo uno, a quien nadie conocía, hombre particularmente mísero, harapiento, que permanecía acuclillado en un ángulo oscuro.  La conversación había tratado sobre los más diversos temas.  De pronto alguien planteó la pregunta sobre cuál sería el deseo que cada uno habría formulado si hubiese podido satisfacerlo. Uno quería dinero, el otro un yerno, el tercero un nuevo banco de carpintero, y así a lo largo del círculo. Después que todos hubieron hablado, quedaba aún el mendigo. De mala gana y vacilando respondió a la pregunta. “Quisiera ser un rey poderoso y reinar en un vasto país y hallarme una noche durmiendo en mi palacio y que desde las fronteras irrumpiese el enemigo y que antes del amanecer los caballeros estuviesen frente a mi castillo y que no hubiese resistencias y que yo, sin tiempo siquiera para vestirme, hubiese tenido que emprender la fuga en camisa y que perseguido por montes y valles, sin dormir ni descansar  hubiera llegado sano y salvo hasta este rincón. Eso querría”. Los otros se miraron desconcertados. “Y ¿qué hubieras ganado con ese deseo?”, preguntó uno. “Una camisa”, fue la respuesta.»

Historia de Frank Kafka, mencionada por Walter Benjamin en Frank Kafka. En el décimo aniversario de su muerte

freno de emergencia

David E. Scherman: Lee Miller (Mirror Series) (1946)

“Marx dijo que las revoluciones son las locomotoras de la historia. Pero quizá sea diferente. Puede ser que las revoluciones sean la mano de la especie humana que viaja en ese tren y que tira del freno de emergencia.”

Walter Benjamin (citado por Michael Lowy en «Aviso de incendio”: la crítica de la tecnología en Walter Benjamin)

Así lo puntualizaba Walter Benjamin, sacando de quicio la idea inicial de Marx. Detener la historia. La historia imparable, el rastro de injusticia y muerte que dejaba el capitalismo a su paso.

Nuestra mano, lo sabemos bien, ya no puede ser hoy revolución. Sería amputada al instante. Debe ser pues otra cosa. Me pregunto qué demonios puede ser, en qué podremos convertir hoy la mano, esta mano que es nuestra y duele, duele, duele tanto.

¿Cómo podremos accionar el freno?

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Hoy y siempre: «mucha Grecia» (1)

desde muchos otros lugares:

saltandoalapatacoja

alfinaldelaasamblea

fueradelugar

(1) la expresión «mucha Grecia» puede encontrarse entre los trabajos de prosa de Alejandra Pizarnik, la pronuncio hoy, incorporando en ella mi apoyo al pueblo griego, convulso desde hace largo tiempo, en este tren sin frenos en el que viajamos todos.

la cuestión

PELUQUERO PARA SEÑORAS QUISQUILLOSAS

Detener una mañana en sus camas, sin decir nada, a tres mil damas y caballeros del Kurfürstendanmm, y tenerlos veinticuatro horas en la cárcel. Distribuir a medianoche, en las celdas, un cuestionario sobre la pena de muerte, pidiendo a sus firmantes que indiquen el tipo de ejecución que, llegado el caso, elegirían a título personal. Quienes hasta entonces solían expresarse “según su leal entender” y sin que nadie se lo pidiera, tendrían que rellenar ese documento bajo estricta vigilancia y “según su leal saber”. Antes del amanecer, sagrado desde siempre, pero consagrado en este país al verdugo, se habría esclarecido la cuestión de la pena de muerte.

W. Benjamin, Dirección Única, Taurus,1987, p.36