fondo de vaso

Rembrandt: A Man seated reading at a Table in a Lofty Room (1628-30)

Los ojos pronto perdieron la visión y dejaron al descubierto la mirilla por la que se asoma y nos espía la muerte. Lo peor era lo que sufrías sin poder mostrar hacia fuera. Consistía en eso, ¿verdad, papá? La disonancia entre lo que padece el cuerpo y lo que se expresa a través del rostro y la voz. De gritar pasaste a gemir, un gemido apenas audible, un animal atrapado en un cepo parecías, en un cuerpo condenado a su propio silencio. Tus palabras dejaron de tener sentido, eran casi sonidos guturales. Solo apretabas el labio, mordías la comisura izquierda. Recordaré ese gesto siempre. Las venas hinchadas en unas manos que estaban ya siempre cerradas. Tenían que hacer bastante fuerza para limpiarte los dedos, trataban de distraerte para separarlos bien, mojarlos con la esponja y secarlos pronto para que pudieras seguir apretando. Creí que era a la vida a lo que te agarrabas con aquella fuerza, pero nunca sabré qué veías ni a qué tenías miedo. Quizás tu puño luchaba, en secreto, en esa guerra interior de la cual solo teníamos conocimiento indirectamente o ni eso siquiera, de la que creíamos que los analgésicos te aliviaban o daban fuerzas, pero de la que en realidad nunca llegamos a saber nada de nada.

Yo te miraba desde la puerta de la habitación. Los últimos meses no me atrevía a acercarme mucho más. Solo cuando dormías ponía a veces mi mano sobre tu frente, preguntándome qué quedaría allí dentro. No puedo decir que llegara a perdonarte. Pero tú y el monstruo que habías sido habíais muerto. Ésa fue la justicia extraña en la que consistió tu enfermedad. He llegado a sentirme mal por pensarlo, por entender así las cosas, pero empecé a quererte cuando dejaste de ser tú. Lo extraño era que seguías vivo, allí estaba tu cuerpo cada vez más flaco, entre las manos de las mujeres que se turnaban en la casa. Mamá quiso que murieras en casa. Las enfermeras cambiaban de turno y poco a poco tu mirada desafiante desapareció para ponérsete esa otra de cristal opaco, de fondo de vaso, no sé qué era ese reflejo gris y azul que se te puso en los ojos.

Me acerqué aquella mañana al notar alboroto en la habitación. Estaba apoyada en el marco de la puerta, mirándote a distancia. Protegiéndome. Una mujer te tomaba el pulso. Otra mujer hacía una llamada telefónica. Tus ojos me miraron aquella mañana. Hacía años que no los veía así. Tu mirada volvía a atravesarme, pero no eras tú quien veía a través de ellos. Me sentí observada por primera vez en la vida. A través de tus ojos algo me vigilaba. La muerte estuvo aquella mañana temprano en la habitación.

Cuando la doctora llegó se mostró molesta.

«El corazón de este hombre ha dejado de latir. No entiendo por qué me han hecho venir», dijo guardando el estetoscopio.

«Hace un momento latía», dijo mamá santiguándose y apoyando -la palma abierta, tenías que verla- su mano en tu pecho, en esa cáscara ya vacía.

No quedaba rastro de la muerte en tu mirada cuando abandoné la habitación, la casa, la ciudad, la familia. Había llegado el momento de empezar a vivir sin ti. Tenía que escapar del alcance de la mirada que me había lanzado algo que yo imaginaba que era la muerte, desde tus ojos.

 

Noelia Pena: La vida de las estrellas, La Oveja Roja, Madrid, 2018, pp. 88-89

extraña flor

Anish Kapoor: Yellow (1999)

Rueda el cielo

Rueda el cielo -que no concuerde
su intento y el grácil tiempo-
a recorrer la posesión del clavel
sobre la nuca más fría
de ese alto imperio de siglos.
Rueda el cielo -el aliento le corona
de agua mansa en palacios
silenciosos sobre el río
a decir su imagen clara.
Su imagen clara.

Va el cielo a presumir
-los mastines desvelados contra el viento-
de un aroma aconsejado.
Rueda el cielo
sobre ese aroma agolpado
en las ventanas,
como una oscura potencia
desviada a nuevas tierras.
Rueda el cielo
sobre la extraña flor de este cielo,
de esta flor,
única cárcel:
corona sin ruido.

José Lezama Lima

esquemas

Helena Almeida. O Atelier, 1983

19 [48]

Se ha de establecer este principio — vivimos sólo mediante ilusiones — nuestra conciencia roza la superficie. Son muchas las cosas que se ocultan ante nuestra mirada. Tampoco hay que temer que el hombre se conozca completamente a sí mimo, que atraviese con su mirada en todo momento todas las leyes de la palanca, de la mecánica, todas las fórmulas de la arquitectura, de la química, que son necesarias para su vida. Pero cabe la posibilidad de que se conozca todo por esquemas. Eso no cambia casi nada para nuestra vida. Todo esto se reduce además a fórmulas sobre fuerzas absolutamente incognoscibles.

Friedrich Nietzsche: Fragmentos Póstumos (1869-1874), Vol. 1, Tecnos, Madrid, Trad. de Luis E. de Santiago Guervós, 2007, p.336

la tregua

Bianca de Vilar - Journeys_iii_7Bianca de Vilar. Journeys_iii_7

«Noto una dificultad de ser.» {De yacer, de doler.} Eso es lo que contesta el señor Fontenelle, ya centenario {ya astronauta}, cuando está a punto de morir {de entrar en órbita} y le pregunta su médico {el mayordomo}: «¿Qué nota, señor Fontenelle?». {Acercándole la aceituna.} Solo que la suya es de  última hora {la última antes de cerrarse la compuerta}. La mía es de toda la vida {la de toda la tregua}.

{Anotación sobre} Jean Cocteau. La dificultad de ser, Siruela, Trad. María Teresa Gallego Urrutia, 2006, p.114

fármaco

 

John Kørner: Sea Greetings Man (2016)

Esculapio desdobla la receta, revisando que los datos estén correctos.
La fecha de nacimiento sobre el mostrador.

La farmacéutica se acerca, mira la receta sin levantar la vista y se aleja. Tarda aún un par de minutos: se sube al taburete, despliega la bandeja y busca alfabéticamente la medicina. Esculapio la mira impaciente, sorprendido, decepcionado después de todo.

«¿Era esto?», pregunta quien no está acostumbrado a medicamentos.

Noelia Pena, marzo 2017

en la noche

John William Draper: Una de las primeras fotografías de la Luna (1840)

EL VIGILANTE DEL CAMPO

«Aun cuando sean enviados al último suplicio, me cuelgo del trapecio. ¿Por qué? No lo sé. Una exuberancia giratoria, una exaltación, la alegría finalmente hace que no pueda soportar el corazón dentro de mi pecho, su caricia como un nuevo tacto, mientras late con palpitaciones profundas, como meditadas, que me mantienen alerta y sin aliento bajo la amenaza.
«Y yo giro y giro incansable en torno a la barra, formando como puedo con medios pobres el astro que gravita imperturbable en la noche de los siglos.»

*

LE SUVEILLANT DU CAMP

«Cependant qu’ils sont livrés au dernier supplice, je fais du trapèze. Pourquoi? Je ne sais. Une exubérance tournante, une exaltation, la joie enfin fait que je ne puis supporter mon cœur dans ma poitrine, sa caresse comme un toucher nouveau, tandis qu’il bat à coups profonds, comme médités, qui me tiennent alerté et sans souffle sous la menace.
«Et je tourne et tourne infatigable autour de la barre, faisant comme je peux avec de pauvres moyens l’astre qui gravite imperturbable dans la nuit des siècles.»

Henri Michaux: de La vida en los pliegues, en Antología poética (1927-1986), Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, Trad. de Silvio Mattoni, 2002, p.139

esqueleto

Margaret Bourke-White: Untitled #74 (Twenty Parachutes), 1937

[OYE A TU MASA, A TU COMETA, ESCÚCHALOS; NO GIMAS…]

Oye a tu masa, a tu cometa, escúchalos; no gimas
de memoria, gravísimo cetáceo;
oye a la túnica en que estás dormido,
oye a tu desnudez, dueña del sueño.

Relátate agarrándote
de la cola del fuego y a los cuernos
en que acaba la crin su atroz carrera;
rómpete, pero en círculos;
fórmate, pero en columnas combas;
descríbete atmosférico, ser de humo,
a paso redoblado de esqueleto.

¿La muerte? ¡Opónle todo su vestido!
¿La vida? ¡Opónle parte de tu muerte!
Bestia dichosa, piensa;
dios desgraciado, quítate la frente.
Luego, hablaremos.

29 Oct 1937

César Vallejo: de Poemas humanos, en Poemas en prosa. Poemas humanos. España, aparta de mí este cáliz, Cátedra, Madrid, 1988, p. 208

el trabajo

Fotograma de Un perro andaluz (1929)Fotograma de Un perro andaluz (Luis Buñuel, 1929)

A los problemas verdaderos se los asume de un modo completamente diferente, no se pueden discutir en conferencias o en congresos. Y cuando existe un problema verdadero de esa clase, entonces es indiscutible en el mejor sentido. Y la única respuesta para él es el trabajo, la obra o el logro de esa obra.

Ingeborg Bachmann: Debemos encontrar frases verdaderas. Conversaciones y entrevistas, Universidad Nacional Autónoma de México, México, Trad. de Ana María Cartolano, 2000, p.79

crisálida

Henry Peach Robinson- Fading away (Los últimos instantes) (1858) Henry Peach Robinson: Fading away (fotografía conocida como Los últimos instantes) 1858

LAS «OBRAS» SON PIEDRA INERTE…

Las «obras» son piedra inerte que escapó del ruidoso cincel,
Cuando, cincelando en el Yo viviente, el maestro las creara.
Las «Obras» anuncian el espíritu, como las crisálidas anuncian la mariposa:
«Mirad, me dejó atrás, sin vida, y echó a volar.»
Las «obras» se parecen a la caña, la susurrante caña de Midas*,
Revelan por doquier secretos, cuando hace ya tiempo que no son verdad.

«WERKE» SIND TOTES GESTEIN

«Werke» sind totes Gestein, dem tönenden Meißel entsprungen,
Wenn am lebendigen Ich meißelnd der Meister erschuf.
«Werke« verkünden den Geist, wie Puppen den Falter verkünden:
«Sehet, er ließ mich zurück, leblos, und flatterte fort.»
«Werke», sie gleichen dem Schilf, dem flüsternden Schilfe des Midas,
Streuen Geheimnisse aus, wenn sie schon längst nicht mehr wahr.

(1892)

________

*Alude al añadido que Ovidio (Met. 11) hace a la fábula del rey Midas, que transformaba todo lo que tocaba en oro; habiéndole tocado a Midas ser juez entre Apolo y Pan, falló a favor de este último, su amigo, y Apolo se vengó de Midas dándole orejas de asno. Éste lo sobrellevó como pudo, pero cansado de guardar el secreto, se fue un día a un lugar solitario, hizo un hueco en la tierra y pronunció en voz baja dentro del mismo que su rey tenía orejas de asno. Algún tiempo después nacieron en el lugar unas cañas que al cabo se secaron y, agitadas por el viento, enseñaron a todo el mundo que Midas tenía orejas de asno. (N. del t.)

 

Hugo von Hofmannsthal: Poesía lírica, seguida de Carta de Lord Chandos, Igitur, Montblanc, 2002, Trad. Olivier Giménez López, pp. 202-203